En varios de mis anteriores análisis vinculados con «Gobernanza planetaria», me he referido a diversos aspectos que ameritan un panorama más sintético del tema. Invito a los lectores a reflexionar y a dialogar al respecto. Pienso que es necesario tratar de ampliarnos mentalmente, intentando adquirir una mirada diferente a la habitual acerca de los problemas y dificultades que tenemos como seres humanos en este planeta. Creo que necesitamos una mirada distinta a la que acostumbramos al analizar los acontecimientos. El tema del coronavirus y los cambios que ya implica en nuestra manera de vivir, lo que nos afecta planetariamente, no es una excepción. Es hora de comenzar a pensar y a reflexionar de un modo alternativo al que nos hemos habituado.
Libre albedrío y predestinación
a) Libre albedrío: como seres humanos podemos elegir en nuestra vida. Elegimos sobre la base de lo que consideramos «mejor» entre diversas alternativas. Lo que influye en nuestra elección es nuestra cultura, en el más amplio de los sentidos, y los «valores o antivalores» que podamos abrazar. Nuestros prejuicios, nuestras creencias, nuestros sentires forman parte de esas elecciones.
b) Evidencias: en tanto seres humanos somos ignorantes, pequeños, frágiles y limitados. Mas también con potencialidades que desconocemos. Isaac Newton señaló: «Lo que conocemos o sabemos es una gota. Lo que ignoramos es el Océano».
c) El misterio de lo desconocido en la manifestación del universo: lo denominamos un «misterio» porque desconocemos muchos de sus aspectos en lo manifestado. La ciencia puede, a través de la investigación y del análisis de evidencias, generar «teorías científicas» que explican determinados fenómenos, trasformando, así, algo de lo que pertenecía al misterio en algo conocido.
d) Predestinación: hay sucesos que no dependen de nuestra voluntad. Al respecto no tenemos acceso a evitarlos. La vida y la muerte en su sentido más profundo siguen siendo, de acuerdo con las evidencias, parte de lo que ignoramos. ¿Porque algunos fallecen en un momento dado y no en otro? No lo sabemos. A veces, pretendemos que después de la muerte «no pasa nada» y que todo termina. No hay evidencias al respecto, salvo el aspecto de la descomposición material. Mas nada efectivo sabemos respecto a otras posibilidades de existencia, de las que tampoco hay evidencias científicas. Podemos creer en que existe «vida después de la muerte»: es una creencia respetable. Se ha escrito al respecto, pero lo que suele relatarse no es aceptable como evidencia.
e) Apoyar ciertas tesis cuando no existen evidencias es parte del ámbito de las creencias: creer en que Dios existe o en que no existe está en el campo de las creencias. Tenemos todo el derecho a creer, mas no a imponer nuestras creencias a los demás.
Filosofía de la sociedad
a) Vivimos en sociedad. Dependemos unos de otros. Usufructuamos los aportes, invenciones, descubrimientos, tecnologías y conocimientos científicos que hemos recibido de la historia de la humanidad. En los últimos 50 años, la tasa de innovación, de descubrimientos, de aportes tecnológicos es la más alta de la historia conocida de la humanidad.
b) Podemos elegir racionalmente cómo deseamos vivir y convivir. Podemos elegir «valores humanistas» que apunten al bien común. Esos valores humanistas se relacionan con un estado de consciencia más desenvuelto que lo que normalmente apreciamos en nuestras sociedades. Son valores vinculados con el respeto a la diversidad y al aprendizaje de esta, con la colaboración en lugar de con una competencia, que apunta a la desaparición de quien «compite» con uno. Están vinculados con la innovación, la creatividad y el aporte social; con apoyar la vida y la capacidad de que cada cual le dé su sentido, en lugar de con la muerte, la violencia o la destrucción; con la conciencia de que somos ignorantes y que nadie tiene «la verdad», sino lo que estima que le hace sentido en cada etapa de su existencia, de acuerdo con las experiencias que le son propias en su vida. Que nadie, ningún ser humano ni ninguna organización tienen el derecho de imponer a otros sus credos, doctrinas, o creencias, menos aún por medio de la violencia. Que las creencias de cada cual son respetables siempre y cuando esas creencias o doctrinas respeten las que puedan tener los demás, aun cuando sean muy diferentes a las que postulan. Todo ello por dar «un marco conceptual» al tipo de elección que podemos efectuar.
c) Sin embargo, nuestro planeta y las diversas relaciones humanas se están relacionando con base en un paradigma que tiene entre 8 y 10 mil años y que podríamos denominar «paradigma de los opuestos». El esquema mental funciona sobre la base de lo mío/lo tuyo, los amigos/los enemigos, los iluminados/los equivocados y, así, sucesivamente. Las ideologías funcionan dentro de las «leyes básicas» de este paradigma y, sin duda, si pensamos en una solución a la tragedia y el sin sentido de la humanidad actual, no son parte de su solución sino más bien parte del mismo problema.
d)) El denominado bien común se basa en el reconocimiento de las necesidades fundamentales del ser humano. A modo de ilustración, en el documento «Desarrollo a escala humana, una opción para el futuro», publicado por la Fundación Dag Hammarskjold (versión de Manfred Max Neef, Antonio Elizalde y Martin Hopenhayn), aparece una «Matriz de necesidades y satisfactores» que proporciona una base interesante acerca de hacia qué tipo de necesidades sociales y humanas ha de apuntar el bien común de cualquier sociedad humana o planetaria.
Una sociedad orientada hacia el bien común
a) Cuando se menciona la necesidad de «espiritualidad» se suele confundir con aspectos vinculados con «lo religioso», con las «creencias» en determinadas doctrinas. Pienso que es preferible pensar en una «espiritualidad» vinculada más hacia valores que nos permitan dejar de lado el paradigma actual y generar una consciencia que tome en cuenta la validez del «otro» en su más amplia diversidad. Una espiritualidad que apunte a un trabajo interior y exterior vinculado con expandir la consciencia.
b) El concepto de espiritualidad en este enfoque apunta a lo trascendente; a trascender mi yo, tomando conciencia de que soy un «ser social», dependiente del resto y, finalmente, respetuoso de la existencia del prójimo en el más amplio de los sentidos; a aprender a salir del «mi mismo» y considerar lo que se denomina el «prójimo».
c) Todo este lenguaje se podría modificar sin perder de vista lo que anhelamos: un mundo diferente, con otra manera de gobernarnos, de relacionarnos, de producir, de abastecernos, de educarnos, de atendernos en nuestras necesidades fundamentales.
d) Apuntar a una sociedad del bien común ya no es una «utopía»: es una necesidad; una realidad urgente, ya que, de seguir como estamos, viviendo y relacionándonos según el paradigma del par de opuestos, la posibilidad de la destrucción planetaria y de la humanidad actual es muy alta.
e) Por otra parte, los recursos de que el ser humano dispone actualmente son más que suficientes para satisfacer un adecuado «piso» en sus necesidades fundamentales. Al dejar de lado el paradigma de los opuestos para abrazar un nuevo paradigma, el «humanismo aplicado», por ponerle una denominación, y eliminar toda actividad humana que apunte a la destrucción y a la violencia, a la acumulación de poder en pocas personas o corporaciones, a la manipulación de los demás, entre tantos otros aspectos, se libera la capacidad creativa, cultural, innovadora del ser humano, condicionándolos para generar un mundo mejor. Es decir, una sociedad planetaria más justa, más equilibrada, más integrada, de respeto fundamental a la diversidad. Las condiciones están dadas. La respuesta respecto a si seremos capaces de generar condiciones mentales y de voluntad política planetaria para proceder al cambio de paradigma es lo que está por verse. Entre más nos demoremos más probable será nuestra autodestrucción. Está en nuestro libre albedrío elegir el bien común. Nuestra posible destrucción no será producto de nuestra predestinación, sino de aquello que hemos elegido: sostener el paradigma de los opuestos, tan ilustrativo de nuestra estupidez humana.