No podía dormir, la mejor opción fue sentarme y escribir. Esto, gracias a la red que colgaba del techo cubriendo mi cama. Los mosquitos intentaban picarme sin poder lograrlo. Tuve malaria un par de veces durante mis años en Mozambique, así que desprevenido no me pillan. Por suerte, en el cuarto de al lado estaba Philippe Costantini, viejo cineasta francés que anduvo por estas tierras a fines de los años setenta, junto al destacado cineasta Jean Rouch. Philippe me facilitó el mosquitero de su cuarto. Él se sentía inmune a los mosquitos.
Estábamos alojados en el Centro Cultural Franco Moçambicano, antiguo Hotel O Paraíso. Famoso burdel de Lourenço Márquez, vieja capital colonial de Mozambique. Según la novela Un ángel impuro, de Henning Mankell, este burdel fue regentado por Hannah, una bella valquiria sueca, que varó en el mítico puerto del mar Índico, durante la época colonial.
Cuando viví en Maputo, a mediados de los años ochenta, tuve la oportunidad de recibir en mi casa a Mankell, quien era parte de una delegación sueca. Era su primera visita a Mozambique, país que hizo suyo. Aparte de los libros que escribió inspirado en Mozambique, desarrolló una destacada actividad dramática con la gente del Teatro Avenida.
Mi viaje a Maputo obedecía esta vez a una invitación del Festival Kugoma, para realizar una Masterclass y entregar copias de los filmes que yo realicé durante mis años en Mozambique, al Instituto de Cine, al Museo del Cine, a la Universidad Eduardo Mondlane y a colegas cineastas. Era el retorno del archivo cinematográfico patrimonial a sus dueños.
Mientras tomábamos un café con Pedro Pimenta, destacado productor de cine mozambiqueño y moderador del evento, me expresó la desazón que sentía por la falta de expectativas en el ambiente de la cultura y, especialmente, en el cine. Me comentó que en el patio del Instituto de Cine están cientos de latas de películas tiradas al sol; son miles de horas con imágenes de la historia reciente del país, destruyéndose, sin que a nadie le preocupe.
Como ha sucedido en muchos países, pareciera que a los antiguos líderes políticos, aún vigentes y habiendo sido quienes implementaron o dieron continuidad al sistema económico neoliberal, les incomoda que se lo enrostren. Entre esas latas con material cinematográfico están los Kuxa-Kanema, registros de un noticiero semanal que cumplía un rol fundamental en esos momentos, cuando la TV aún estaba en sus inicios y la prensa escrita solo existía en la capital.
Ese noticiero era difundido por el cine móvil. Se trataba de un vehículo con un proyector de 16mm, que recorría los barrios periféricos de la capital, como también internándose en territorios aún libres de la guerra civil que padecía el país. En las imágenes de esos noticieros era común ver a varios de los actuales dirigentes pronunciando revolucionarios discursos, llenos de fantásticos eslóganes, como el siguiente, que nunca olvido. Fue cuando recién llegué a Maputo, en 1983. Al salir del aeropuerto rumbo al centro de la ciudad, se pasa por una rotonda que aún existe, la cual tiene un largo murallón como culebra, en el cual está pintado un gran mural que describe, desde el proceso de la lucha de liberación colonial, hasta el triunfo de la independencia.
A un costado de la rotonda había un enorme letrero en el cual se podía leer: ¡Viva el socialismo científico! Lo tremendo de esto era que más del 90% de la población aún era analfabeta.
Fue justamente el noticiero Kuxa-Kanema, el que permitió que pudiera realizar el film Mozambique, imágenes de un retrato. Era el año 1987, Samora Machel, héroe de la independencia y primer presidente de la nación, había muerto el año anterior, producto de un atentado al avión presidencial ejecutado por la inteligencia de la Sudáfrica del apartheid.
El propósito de los cineastas mozambiqueños -y me incluyo entre ellos-, fue sensibilizar a la opinión pública mundial en relación a la campaña de desestabilización que ejercía Sudáfrica contra Mozambique. Nelson Mandela aún estaba prisionero en Rhode Island. Europa y Estados Unidos pregonaban estar en contra del régimen del apartheid. Pero era muy fácil desenmascarar que el supuesto boicot instaurado era solo un decir por parte de las potencias occidentales. Bastaba hacer escala en Johannesburgo para ver gran cantidad de aviones Jumbo de las más diversas compañías aéreas europeas.
El film Mozambique, imágenes de un retrato, surge un día cuando entro a la sala de edición y Fernando Matavele está terminando de editar el noticiero cinematográfico Kuxa –Kanema. Me llamó la atención la cantidad de pedazos de película tiradas en el suelo y otras tantas colgando del típico mueble de montaje; le pregunté a Fernando por todo ese material. Me comentó que son planos de descarte, lixo, o sea, basura.
Tomé algunos trozos de película, los miré a contra la luz, y vi miles de siluetas grises; eran imágenes dramáticas, cientos de refugiados, «deslocados», auténticos zombis caminando sin destino.
Pedí a Matavele no desecharlos, que me esperara un momento... Corrí hasta el segundo piso a la oficina de Samuel Matola, director del Instituto Nacional de Cinema, quien, medio incrédulo, no expresó ningún impedimento en aceptar que utilizara ese lixo.
Matavele se puso de cabeza a unir los cientos de trozos o planos de película. El resultado fue una gran torta, así llamábamos aquellos rollos. No recuerdo cuántas horas y días pasé sentado, con la vista pegada a la pantalla de la moviola, observando en detalle todo ese material.
En esos años era costumbre que yo escuchara Radio Moscú para saber del Chile en dictadura. Escucha Chile era transmitido por Radio Moscú, no era nada fácil lograr sintonizar su frecuencia, se perdía con mucha facilidad. Fue este hecho el que me gatilló la idea de contrastar las dramáticas imágenes de los refugiados de guerra, con la emisión radial. La banda sonora del film permitiría escuchar distintas emisiones radiales de diversos países e idiomas. No importaba que no se comprendiera lo que decían, o cantaban. Esa era mi solución dramatúrgica de representar a ese mundo exterior ajeno e insensible a la tragedia que padecía Mozambique.
Todo esto sucedía en el contexto de la guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética. Grabé directamente desde mi radio portátil las distintas emisiones de onda corta. Y de mi colección de discos, seleccioné varios cantantes. Así fuimos armando la banda sonora del film, mezclando noticias, en japonés, chino, inglés, francés, español y árabe, con canciones de los famosos Beatles, Amália Rodrigues, Charles Aznavour, Lionel Richie, entre muchos otros.
Un día leí en el jornal Noticias de Maputo que Margaret Thetcher al regreso de su viaje a Moscú, había traído una lata de sardina para el gato de Downing Street. Llamé a mi amigo Iain Christie, periodista inglés, un histórico de la lucha de liberación, quien hacia el noticiero internacional de Radio Mozambique. Le pedí a Iain que me grabara esa nota como si fuera la BBC. El contenido de aquella noticia describía claramente la frivolidad reinante en el mundo occidental, y lo ajeno que eran los dramáticos problemas que sufría el llamado tercer mundo.
En el filme debía mostrar que sí había un país solidario con las víctimas y el drama que sufría Mozambique. Se me ocurrió contactar a mi amigo diplomático soviético, Serguéi Tcherepkov, quien hacía unos días me había ganado la semifinal del torneo de tenis de Maputo. Con Serguei como locutor, simulamos ser Radio Moscú, grabamos un programa musical que transmitía una selección de grandes compositores clásicos soviéticos. Esa música si se unía, se fundía a las dramáticas imágenes.
La manera de contar y describir el drama que afectaba a Mozambique representaba un desafío no menor. Yo siempre sentí que caminaba por el borde de un precipicio. Mezclar a los Beatles con imágenes de gente casi moribunda era mirar hacia el vacío. Mi propuesta cinematográfica, podía ser interpretada por las autoridades como insolente o atrevida.
Finalmente, el Ministerio de Información seleccionó el filme para representar la cinematografía mozambiqueño en festivales internacionales. Lo más fantástico de esta historia fue que el film realizado con restos, con lixo, ganó dos importantes premios en el Festival de Leipzig, también ganó la medalla de oro en Aveiro y, finalmente, ganó el premio al mejor documental en el Festival de Cine de Moscú en 1987. Aún lamento no haber asistido esa vez a Moscú; habría tenido la oportunidad de estrechar la mano de Federico Fellini, que ganó el festival en el género de Ficción.