El título del presente artículo es la interrogante que algunos de nosotros nos hacemos al darnos cuenta que vivimos en una sociedad cada vez más pendiente del dinero, de lo material y lo banal. La gente se comporta como si el nivel económico, un título profesional o el estatus social de una persona fuera lo máximo a lo que podemos apuntar. ¿Acaso no es mejor ser alguien lleno de valores, criterios correctos y buenas intenciones? Lamentablemente, desde hace tiempo atrás, parece que los últimos tres aspectos mencionados valen cada vez menos.
Como ejemplo, podemos mencionar que la raza humana ha ingeniado un millón de formas —y está buscando un millón más— para explotar este bello planeta, con el único fin de generar cada vez más riqueza, así este proceso signifique pasar por encima de la vida de los demás y cause la destrucción del único lugar que tenemos para vivir cómodamente. A tanto ha llegado la ambición del ser humano, que solo el uno por ciento de la población mundial concentra la misma cantidad de riqueza que todo el 99 por ciento restante.
¿Y para qué tanta riqueza y tecnología mal utilizadas?, si los países más ricos y con las más avanzadas tecnologías tienen las mayores tasas de suicidios en el mundo. Muchos se preguntarán ¿por qué?, si lo tienen todo. En realidad, carecen de aspectos que son fundamentales para un ser humano como el amor, el afecto y la autoestima. A mucha gente en estos países les inculcan y les preparan desde niños para que su máximo objetivo sea llegar a ser profesionales altamente competentes, exitosos en lo económico y en lo laboral, dejando de lado valores importantes para la vida y las relaciones humanas. Es por eso por lo que muchas personas que llegan a fracasar en los ámbitos financieros, profesionales o sociales, no tienen el amor propio ni la autoestima suficientes para hacer frente y saber manejar las adversidades.
En ese sentido, sería excelente que, así como las universidades dictan cursos donde nos enseñan, por ejemplo, el comportamiento del mercado, las leyes de oferta y demanda, a ser competentes, a tener ambiciones, entre otros asuntos, también hayan espacios donde nos inculquen la importancia del amor, el respeto y la consideración hacia los demás o cómo tomar decisiones partiendo desde los ámbitos de la ética y la moral, cómo solidarizarnos con el prójimo y no pasar por encima de él, emprender negocios donde el mayor objetivo sea contribuir al desarrollo del país y proteger el planeta donde vivimos, además de muchas otras excelentes enseñanzas que indudablemente servirían para formar profesionales con una mejor educación en valores.
Influencia poderosa
Por su parte, los medios de comunicación tienen bastante que ver y hacer para contribuir con una mejor construcción social. Si los gobiernos permiten que estos medios masivos sigan contaminados y exponiendo abiertamente contenidos inadecuados e inservibles, las personas —y sobre todo los niños, que representan el futuro de cada país— seguirán tomando como ejemplo a seguir todo lo que les brinda la televisión, la radio y el acceso a Internet sin restricciones. Mientras más corrupción, materialismo, superficialidad, exhibicionismo, banalidad y violencia sigan difundiendo estos medios con gran poder de influencia, mayor reflejo de ello se podrá notar en nuestra sociedad.
Respecto al papel que cumplen la radio y la televisión, Hildebrandt (2015) señala que ha sido decisivo. Son maquinarias perfectas de estupidización colectiva. Están hechas para desdeñar lo humano y sumergirnos en la zoofilia gestual… Por eso es por lo que los gimnasios están llenos y las bibliotecas vacías. El mensaje es claro: la imbecilidad es rentable (p. 8).
Por consiguiente, no basta con hablarles sobre lo bueno y lo malo a nuestros hijos, también hay que evitar que estén expuestos a contenidos basura que abundan en los medios de comunicación. Parece mentira, pero a pesar que sepamos de antemano diferenciar entre lo positivo y lo negativo, los antivalores que nos exponen los medios muchas veces quedan interiorizados en la mente de las personas y, sobre todo, en aquellas mentes más vulnerables.
¿Alguna vez has escuchado que se nos hace más fácil imitar lo malo que lo bueno? Tal vez sea cierto por el simple hecho de que somos humanos. Pero, lo que sí es verdad es que los malos hábitos y comportamientos son mucho más fáciles de adoptar cuando se vive rodeado de estos.
Por otro lado, es importante recalcar que, así como lo negativo se multiplica fácilmente, las buenas iniciativas, costumbres y valores también se contagian e incentivan a la gente a obrar de manera positiva. Lamentablemente, en los medios de comunicación y, en la sociedad misma, se le brinda más importancia a lo que genera morbo.
Sistema y sociedad
Desgraciadamente, en un entorno donde las actitudes negativas prevalecen ante las positivas, se genera un ambiente de pocos valores y muchos antivalores que son parte de un círculo vicioso que la gente acepta y cree como normal. En tal sistema, el poderoso aplasta al débil, el rico abusa del pobre, el más preparado manipula al menos capacitado y el sinvergüenza se aprovecha del solidario.
Pero, si queremos cambiar esto, ¿a quién recurriremos?, ¿al gobierno y demás autoridades?; si precisamente desde ahí es que parte el gran círculo vicioso de valores inmorales que tiene como ejemplo la sociedad. Si en cientos de años cada vez hicieron menos a favor del pueblo, ¿qué nos alienta a pensar que en algún momento harán lo correcto por la superación de nuestra gente?
Con el paso del tiempo, el ser humano se ha degenerado y también degeneró lo que encontró en su camino, llamándolo supuestamente evolución. Si bien es cierto que el intelecto humano evolucionó dando paso a la tecnología y a descubrimientos que, hoy en día, nos hacen la vida más fácil; por otro lado, nuestra humanidad —en lo que refiere a nuestra capacidad de sensibilidad y compasión— involucionó.
Hay que aclarar que, con todo lo expuesto hasta aquí, no se pretende cambiar el mundo de la noche a la mañana o en un chasquear de dedos. El propósito de este artículo es exponer la realidad dentro de la cual nos encontramos y, a partir de ahí, ayudar a la gente a analizar y crear conciencia sobre el amor y la humanidad que hemos ido perdiendo hasta nuestros días.
Entonces, si los gobiernos, que se supone están encargados de velar por el bienestar y desarrollo de los pueblos, son negligentes e incapaces de fomentar mejores sociedades, hagámoslo de manera criteriosa empezando por nosotros mismos, por nuestra familia y, con el tiempo, viéndolo reflejado en la sociedad.
Resumiendo lo planteado, en estos tiempos ya no necesitamos más idolatría al materialismo ni a la banalidad, lo que nos hace falta son ejemplos que nos motiven a obrar con amor, a ayudar al prójimo y a cuidar nuestro planeta. Si procedemos con amor y buenas maneras hacia los demás, motivaremos a las personas a actuar regidas por las buenas intenciones, tengan o no dinero, un título profesional o algún estatus social.
Nota
Hildebrandt C. (2015). Cociente intelectual de los peruanos. Hildebrandt en sus trece. Lima: Plutón Editores SAC. Marzo, 241 ed.