El primer libro que leí con fruición fue Tom Sawyer, de Mark Twain. Realmente me gustaron las aventuras de ese muchacho y sus amigos en los alrededores del rio Misisipi. Yo tenía unos doce años y vivía en la urbanización La Floresta de Caracas, cerca del Colegio Santiago de León; lo leí durante los días de vacaciones escolares. Me recuerdo muy claramente leyendo acostado en mi cama, con la vista de la montaña del Ávila en la ventana de mi cuarto. Luego seguí con Huckleberry Finn, del mismo autor y, posteriormente, hice el salto cuántico a la ciencia ficción de la mano de Julio Verne.
Fue el tío Raimundo quien me presentó al menos clásico Isaac Asimov (1920-1992). El tío decía: «…bueno si te gusta la ciencia ficción, este ruso americano es genial». Sin embargo, aunque el tío me explicaba sobre los robots de Asimov y su mundo de la ciencia, no lograba pasar del autor francés del siglo XIX a este más contemporáneo, pero, con el paso del tiempo, los textos divulgativos de Isaac se me hicieron más leíbles. Y quizás fueron esas lecturas las que me inspiraron a seguir una carrera científica.
Ya en la universidad de Cumana a inicios de los años 80, mi amigo Martín Osuna me dijo: «¿Has leído los libros de Historia Universal de Asimov?» Volvía el peculiar autor a alcanzarme. Primero, me prestó Los Griegos y yo terminé comprando la colección completa de los 14 textos, desde Mesopotamia hasta Norteamérica a inicios del siglo XX. Tanto así, que los he vuelto a adquirir en la medida en que se me han perdido. Lo que no entendí en los cursos de historia en bachillerato, Isaac lo explicaba de forma clara y con una perspectiva muy amena e, incluso, divertida.
La imagen que tengo de Asimov es la de un señor de unos 60 años, con lentes de pasta gruesos y sus largas y espesas patillas blanquecinas. Estando aún en la Universidad de Oriente, un gran lector de ciencia ficción y estudiante de química lo desdeñaba diciendo: «Ese no es un hombre solo escribiendo, debe ser un grupo editorial de escritores. Nadie puede tener un conocimiento tan enciclopédico ni universal tan vasto». Pues sí, según dicen sus biografías tan difundidas en enciclopedias e Internet, Isaac escribió más de 500 libros sobre todas las disciplinas del saber humano. Y yo creo que realmente escribió todos esos libros, por supuesto, con ayuda de muy buenos editores.
Asimov nació en los inicios de la Unión Soviética, pero su padre logró emigrar con toda la familia a los Estados Unidos en 1923. Isaac fue criado en el Brooklyn de Nueva York, donde la familia prosperó con un negocio de dulces. Allí, en la tienda familiar, se colocaban también a la venta pequeñas novelas de ciencia ficción que inspiraron al joven Asimov. Fue un muchacho de inteligencia precoz, sacando sus estudios antes de la edad estipulada para el promedio; luego fue a la Universidad de Columbia, donde se graduó en Química en 1939. Posteriormente, sacó la maestría y el doctorado en esa disciplina, aprendiendo también alemán y francés.
Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió con la Marina en sus laboratorios de Filadelfia. Se casó en 1942, teniendo dos hijos con Gertrude Blugerman y, seis años después, se retiró de la armada para seguir estudios de Bioquímica en la Universidad de Boston. Fue a inicios de la década de los 40 cuando el Dr. Isaac Asimov comenzó sus textos de ciencia ficción y de divulgación; entre sus amistades estaba el escritor de fantasía científica Robert Heinlein. Se sabe que su primer relato lo escribió a los 18 años.
Cuando Asimov se retiró de la docencia universitaria en 1957, se dedicó de lleno a escribir prolíficamente en todas las disciplinas que le fascinaban. A pesar de venir de una familia judía rusa, hablar yiddish y haber realizado los ritos tradicionales, Isaac no era religioso. Más bien se confesaba ateo, aunque humanista y sobre todo racionalista. A pesar de su agnosticismo, su guía de la biblia es muy buena y, paradójicamente, es usada por cristianos fervientes quienes no saben acerca del autor.
Sus libros inspiraron películas geniales en los años 60 como Viaje Fantástico y las parodias ochentonas sobre la miniaturización. Recientemente, en los 2000, El hombre Bicentenario y Yo Robot reflejan su mundo de los autómatas, con sus tres leyes perfectas para coexistir en armonía con la humanidad. Confieso que de sus libros de fantasía científica El fin de la eternidad y la Serie de la Fundación son mis favoritos.
Finalmente, en lo profesional no creo que, como muchos de mis contemporáneos, fuese lo que soy sin este gran narrador. Aún lo recomiendo y más a las nuevas generaciones del milenio, a quienes intento enseñar el amor por la ciencia y el conocimiento en todas las áreas.