Hace unos años, al entonces candidato a la presidencia de México, Enrique Peña Nieto, se le hizo una pregunta que lo desenmascaró como un ignorante, iletrado y superficial político: «¿Cuáles fueron los libros que han marcado su vida?» Peña Nieto fue incapaz de contestar. Desafortunadamente, demostrar ser un iletrado no afectó la carrera política del candidato, quien terminó ganando las elecciones y siendo uno de los peores presidentes que México ha tenido.
Pero la pregunta sigue en el aire: ¿qué libros han marcado nuestras vidas?
Después de más de 140 días encerrado a causa de la pandemia por la COVID-19 y el pésimo manejo de esta por parte del gobierno mexicano, entre mis libros y el teletrabajo la pregunta resuena mucho más. Sobre todo, porque la literatura es uno de los elementos más importantes de quienes somos: los libros que hemos leído constituyen parte de nuestra educación informal, sentimental y política. Quien ha leído El rey Lear, de Shakespeare, reconoce que solo los bufones hablan con sentido común y sin tapujos en política, quien ha leído Frankenstein, de Mary Shelley, sabe que el lenguaje nos hace humanos y quien ha leído a Calderón De la Barca sabe que La vida es sueño.
Por otro lado, en épocas de crisis la lectura puede servir como terapia. Leer nos acerca a nuevos mundos, a otras mentes y a vivir más de una vida. Es por eso por lo que, invitar a la gente a leer o a leer más —en medio del mundo de las redes sociales y el desprecio a la inteligencia, como ya denunciaba Isaac Asimov— tiene una gran importancia. Por esta misma razón, me atrevo a compartir los cuatro libros que han marcado mi vida, pero, antes, una advertencia: no son los cuatro mejores libros que he leído, sino aquellos que, por la época en que los leí o por las circunstancias peculiares de mi vida, han dejado una marca importante. Ojalá que esta lista, no académica sino personal, invite a muchos a dejar su celular y las selfis y a tomar un libro.
Primero, tres menciones honoríficas:
Calvin y Hobbes
Los cómics de Alan Moore
Edgar Allan Poe
La guerra de los mundos
Me encontré con esta novela cuando era niño. Me la presentó mi abuelo porteño, después de acompañarme a ver la película Día de la Independencia. Narra una invasión marciana a la tierra, particularmente a Inglaterra a finales del siglo XIX, principios del siglo XX.
En la historia se nos dice que el planeta Marte se enfrió antes que la Tierra, por lo que la vida y el proceso evolutivo que concluyó con la aparición de vida inteligente se dio mucho antes que en nuestro planeta. Es por ello por lo que, a finales de nuestro siglo XIX, los marcianos tienen una tecnología y conocimientos científicos superiores a los nuestros, pero también han acabado con los recursos naturales de su mundo. Esto, combinado, los lleva a invadir nuestro mundo, devastando a la población humana con armas mucho más avanzadas que las nuestras, y actuando con especial desprecio y crueldad.
La novela es una clara crítica al imperialismo y al domino que los británicos ejercían sobre otros pueblos y países. Después de la Revolución Industrial, el Reino Unido se alzaba como la nación más poderosa del mundo y no dudó en tomar ventaja de dicha posición para formar el imperio más grande en la historia. Junto con el Reino Unido, las naciones industrializadas, Francia, Alemania, EE. UU., entre otras, se dividieron el mundo, colonizando, conquistando y dominando otras regiones y pueblos con menor desarrollo tecnológico. La búsqueda de nuevos mercados, la extracción de materias primas y liberar la presión demográfica fueron sus pretextos.
El imperialismo del siglo XIX se dio con abusos a las poblaciones locales y violaciones a los derechos humanos, desde el despojo de sus tierras, la destrucción de sus culturas, la crueldad injustificada y, en algunos casos, el genocidio. El mundo industrializado fue despótico e inhumano.
En 1898, H. G. Wells publica La guerra de los mundos, entre otras razones, para criticar al imperialismo británico. Los marcianos se comportan con la población inglesa con el mismo desprecio y crueldad que los ingleses en India, África y Australia. Wells buscar volver empáticos a sus compatriotas sobre las consecuencias de una ética de might equals right, en otras palabras, les dice «no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan».
Quien lea a H. G. Wells no puede ser imperialista ni bully.
Además, esta historia tiene uno de los mejores giros narrativos en la historia de la ciencia ficción; uno que hoy se vuelve dolorosamente cercano.
El señor de los anillos
La Tierra Media de J. R. Tolkien me encontró en mi primer año de preparatoria. Por recomendación de un compañero de clases y motivado por las películas de Peter Jackson, en un año leí las principales obras de Tolkien. Leía durante clases que me aburrían o que no creía interesantes. Esta fue una costumbre que me acompañó hasta la Universidad, donde aprovechaba las lecciones triviales y acientíficas de una «vaca sagrada» de la facultad para leer diarios y a Richard Dawkins.
J. R. Tolkien creó una serie de lenguas, élficas, humanas y oscuras, para después crear un mundo fantástico e historias donde esos lenguajes se hablan. La Tierra Media, mejor dicho, Ardar, es un Universo completo, con geografía, dioses, razas, eras, edades, reinos, culturas, eventos, batallas e historia. Y el Legendarium, nombre que recibe la mitología completa construida por Tolkien es más grande que el autor. Existen distintas versiones de un mismo hecho, como el origen de los Orcos, o personajes cuyo origen y naturaleza el mismo Tolkien desconoce, como en el caso de Tom Bombadin.
A pesar de que el mérito de todo lo anterior no puede dejar de admitirse, lo más importante de El señor de los anillos son sus lecciones morales. No conozco a un lector de Tolkien que sea mala persona. La mitología de Tolkien es una narración de la lucha entre las fuerzas del mal para hacerse del mundo y los esfuerzos de los pueblos libres para resistir —muchas veces siendo ellos mismos causa de su derrota. Para Tolkien existen dos tipos de males, el mundano, que tú y yo podemos cometer cualquier día, y lo que él llama el anillo de Melkor o Morgoth, que rodea al mundo e impone un estado de corrupción perpetua.
Por lo tanto, el mundo de la Tierra Media es un mundo en constante degradación. Allí sí aplica el viejo adagio: todo tiempo pasado fue mejor. Cada una de las edades del sol es menos mágica, menos noble, menos épica. Tolkien es un gran crítico de la idea de progreso lineal.
No obstante, siempre hay esperanza. En la noche más oscura uno siempre puede admirar el brillo de una estrella y esperar que las luchas que hoy damos sean recordadas en las historias que nuestros descendientes contarán. Ante las inminentes derrotas, ante la noche más oscura, frente a nuestro peor enemigo existe la posibilidad de un buen final. Sam Gamyi lo explica mejor:
Pero henos aquí, igual que en las grandes historias, señor Frodo, las que realmente importan, llenas de oscuridad y de constantes peligros. Esas de las que no quieres saber el final, porque ¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de tanta maldad como ha sufrido? Pero al final, todo es pasajero. Como esta sombra, incluso la oscuridad se acaba, para dar paso a un nuevo día. Y, cuando el sol brilla, brilla más radiante aún. Esas son las historias que llenan el corazón, porque tienen mucho sentido, aun cuando eres demasiado pequeño para entenderlas. Pero creo, señor Frodo, que ya lo entiendo. Ahora lo entiendo. Los protagonistas de esas historias se rendirían si quisieran. Pero no lo hacen: siguen adelante, porque todos luchan por algo (Jackson, 2002).
Por otro lado, en El señor de los anillos tenemos el triunfo del hombre común. No es un gran héroe, los guerreros o un rey quien termina destruyendo el anillo y al Señor Oscuro. No es el rey, ni el mensajero de los dioses, ni el inmortal, sino dos Hobbits —dos de las criaturas más sencillas— quienes tienen el coraje para concluir la terrible misión.
Los Hobbits son una raza de hombres pequeños, poco interesados en el progreso, la política y los grandes asuntos del mundo; son gente común y sencilla, interesados en sus cosechas y en fumar de su pipa. Los mueven los placeres de una vida sencilla. Viven en comunidades alejadas de las grandes batallas y de los eventos que marcan el mundo. A pesar de esto, son ellos quienes pueden llevar la carga más pesada y resistir la tentación del Anillo Único. Son los Hobbits, como los hombres y mujeres trabajadores, quienes al final del día logran grandes victorias.
Eso
A todos los que fuimos niños en los 90 en México nos atormentó el payaso Pennywise interpretado por Tim Curry. En esa época, el canal de televisión favorito de los niños era el Canal 5 que, desde la mañana hasta, más menos, las ocho de la noche, estaba dedicado a transmitir caricaturas y programas infantiles. Después de esa hora, comenzaban películas y programas para jóvenes y adultos, entre ellas Eso de 1990.
El trauma para toda una generación fue resultado de que, durante las horas de contenido infantil, el Canal 5 ponía comerciales sobre sus películas para adolescentes. De modo que uno estaba muy tranquilo, viendo las aventuras de los personajes de Hanna-Barbera, comiendo cereal con leche, cuando en la televisión aparecía un payaso malévolo que gustaba de comer niños. Durante mi carrera universitaria, decidí enfrentar los demonios y miedos de mi infancia, así que compré la Novela de Stephen King y encaré a Pennywise.
La maldición de Derry, pueblo ficticio de Maine donde transcurre la novela, cayó sobre mí. No pude soltar el libro, leía en el camión camino a la Universidad, en las clases aburridas y hasta altas horas de la noche. La novela es mucho más que la película y Stephen King un mucho mejor escritor de lo que se le reconoce. King ha sido desdeñado por críticos y académicos literarios por ser considerado un autor «comercial». Sin embargo, en 2003 ganó el Premio Nacional del Libro, en la categoría de Medal for Distinguished Contribution to American Literature y, en 2014, recibió del presidente Barack Obama la National Medal of Arts.
La novela Eso tiene tres grandes virtudes. La primera, es su acercamiento a la historia de EE. UU. Pennywise, quien lleva en la tierra millones de años, despierta cada 27 años con actos de gran violencia. A lo largo de la novela, King nos narra esos eventos violentos y de crueldad en la pequeña ciudad de Derry, lo que sirve para echar un vistazo a la violenta histórica de América que suele ser dejada fuera de los libros de historia. Solemos pensar que, una vez terminada la Guerra Civil y a partir de la lucha por los derechos civiles, se terminó la violencia racial, pero King quita el velo a esta inocencia. La crueldad y furia no deja nunca nuestras historias, y es necesario saberlo, tenerlo presente, pues siguen marcando los hechos políticos y sociales de nuestro mundo.
El segundo gran tema de Eso es el lugar limitado y acotado de la razón humana en el entendimiento del mundo y del universo. La razón es solo un modo de entender nuestra realidad; sin embargo, no es la única, ni la más amplia, ni la más útil en todos los momentos. A Pennywise no se le enfrenta con las herramientas de la razón, la ciencia o la tecnología, sino con la irracionalidad de la infancia, la fantasía, los temores y la mitología. Por eso son los niños, los perdedores, quienes pueden detenerlo y derrotarlo.
Por último, Eso es un gran ensayo sobre la naturaleza, en lo abstracto y en lo concreto, del mal. Pennywise es una de las encarnaciones del mal mejor planteadas en la literatura. Primero, Pennywise controla a la pequeña comunidad de Derry, normalizando la violencia y crueldad. Luego, los adultos se vuelven cómplices pasivos de la desaparición y el asesinato de niños —«son cosas que pasan». Voltean la mirada hacia otro lado mientras Pennywise acecha.
Pennywise es una clase de plaga que contamina la comunidad en donde vive; convierte a Derry en un submundo, en un micro universo aislado del resto del planeta.
Al leer Eso uno ve a Pennywise caer como relámpago. El payaso asesino ataca, destruye y se va a «dormir» por 27 años. La última víctima funciona como un chivo expiatorio que carga con las culpas de toda la comunidad y deja saciado al monstruo. El periodo de paz permite a Derry recuperarse para volver a caer en las manos del payaso asesino. Solo que aquí no hay una víctima inocente que nos salve a todos.
Ilíada
Cualquier cosa que uno pueda decir de la Ilíada es poco. Todo ya está escrito en griego. Después de la Ilíada, no hay historia original en la literatura.
Este es el clásico al que todos debemos regresar una y otra vez.
Nota
Jackson, P. (2002). El señor de los anillos: las dos torres. Nueva Zelanda-Estados Unidos: New Line Cinema.