Un profesor mío de filosofía decía siempre que el tiempo es un juez insobornable. Para bien y para mal. Hoy, que desde la atalaya de nuestra pretendida superioridad moral y progreso tecnológico apabullante del tercer milenio juzgamos sin piedad como bárbaros los hechos de todos los que nos precedieron como si viviesen desde las circunstancias y forma de pensar actual, seguimos existiendo gracias a uno de los inventos más antiguos y más revolucionarios : el libro.
Ese rectángulo hecho de papel, fácilmente transportable, sigue desbancando a tablets, smartphones y cualquier otro tipo de pantalla como medio clave para descubrirnos a nosotros mismos. En la mítica Biblioteca de Alejandría los sabios que custodiaban aquella versión beta del invento –a través de rollos de papiro hechos a partir de juncos del Nilo- ya sabían que estaban ante algo poderoso, que curaba el alma. Y tiene groupies fieles. En todos los siglos desde entonces.
Creemos que la globalización se inventó en el siglo XXI, pero Alejandro Magno, con su ejemplar de la Iliada de Homero bajo el hombro y cabalgando desde Macedonia hasta más allá de la India y Pakistán, afirmó que el mundo era suyo. Él aspiró a un sueño megalómano, utópico de unir a todos los pueblos conquistados bajo la cultura, el idioma y las costumbres griegas. Él, que era un provinciano macedonio, superó todos los confines del mundo conocido hasta entonces llevando consigo una cultura universal en la que inició a los pueblos conquistados.
Para los amantes empedernidos de la palabra en cualquier tiempo y lugar, es casi mágico que toda esa tradición cultural que hoy denominamos grecolatina o clásica llegase hasta nuestros días cobijada como si fueran informes top secret de servicios de inteligencia internacionales a través de la labor callada de escribanos, monjes y monjas en monasterios de la Edad Media, lectores fieles, mecenas… una red más amplia que Internet. Que los sigamos disfrutando y nos sigan ayudando a desentrañar los misterios de la vida es casi un milagro. A veces, uno se encuentra atrapado en esas páginas de papel con historias que ilustran, historias entretenidas para pasar el tiempo, historias rocambolescas y pomposas, viajes increíbles, pero de vez en cuando se encuentra La Historia. Así, en mayúsculas.
El libro universal, revelador, esa herencia que dejar a otros siglos, como los Ovidio, Homero o Heródoto. Es el caso de El universo en un junco (ed. Siruela 2019), de la filóloga zaragozana Irene Vallejo. A lo largo de 402 páginas hace un recorrido inteligente, mágico, por los avatares en el tiempo de este invento tan revolucionario, frágil e imprescindible. Como filóloga, conoce bien el poder de las palabras, tiene un gusto exquisito y memoria prodigiosa para traer a colación las historias más relevantes de cada tiempo sobre cada tema particular. Nos hace felices al reconocer el poder real, la belleza creativa de esas palabras, de esas historias. Más allá de premios, rankings de los más vendidos, ésta es una historia clave, atemporal, para tener cerca y disfrutarla, quién sabe, en el calor de este verano utópico y pandémico. Nunca una historia de los libros y de la literatura fue tan bien contada. Una auténtica maravilla a descubrir.