Reitero mi apoyo al otorgamiento del Premio Nacional de Literatura, género Poesía, versión 2020, al poeta Hernán Miranda Casanova.
Razones para mi modesto y decidido espaldarazo, tres, como la Trinidad. Primera, su indiscutible calidad y trayectoria como poeta y hombre de letras, entregado por completo a su oficio, no solo en función de la escritura, sino como forma y opción de vida; segunda, una amistad admirativa (de mi parte), afectuosa (de ambos), sincera y sin fisuras, camaradas de medio siglo; tercera, haber compartido sueños revolucionarios y militantes en la célula Ho Chi Minh, comuna de La Cisterna, junto a Manolo Garrido, escritor chileno radicado en México y a otros miembros ya señalados en anterior crónica, lugar emblemático donde nacieron -al igual que yo-, figuras señeras de la intelectualidad del Último Reino (primer nombre hispano de Chile, otorgado en el Virreynato del Perú, en 1538, a raíz de la frustrada encomienda de Diego de Almagro), nominación que hago mía, convencido de que la mejor literatura nace de las cenizas germinales del fracaso.
La carrera por el humilde galardón de las letras nacionales 2020 ya está en «tierra derecha». Hay nombres, candidatas, candidatos, figuras y poetas. Me llama la atención que todos los postulantes, hasta ahora entrevistados por la rara y esquiva «prensa de cultura», coinciden en destacar los méritos de Hernán Miranda, estéticos y vitales, no siempre dados en esta contradictoria conjunción. Si todo se circunscribiera a esto, podríamos hablar de un favorito. Pero sabemos que en este codiciado premio compiten, juegan y pesan otros intereses, sobre todo los del poder, en sus diversas facetas: el Gobierno de turno, instituciones y entidades de la cultura, agrupaciones políticas, ideologías opuestas en esa dialéctica -no por vieja menos vigente-, del «arte por el arte», o del «arte comprometido», o del «arte militante» o «social».
Evópoli, ese grupo de maniquíes de ultraderecha con trajes a la moda, encargados hoy de manejar la cultura burocrática e institucionalizada de esta menesterosa república, con más aires de aldea que de otra cosa, lleva también su candidato propio al lance de los poetas –varón, se entiende, porque ellos «no están ni ahí con el feminismo»-, un postulante de opción ideológica «liberal», como Vargas Llosa o Jorge Edwards, es decir, adherente sin bandera, pero en completa disposición, al neoliberalismo vigente, sustentando su pretendida independencia partidaria en la seguridad vital que les entrega su condición de burgueses adinerados, de quienes «vienen de vuelta» de ese artificial conflicto de clases que inventara el ilustre Karl, hace ciento setenta años, con absoluta libertad creativa, whisky a la mano y terraza para disfrutar las variedades parnasianas de cada crepúsculo y jugar con la visualización ambiental y panorámica del lenguaje.
Puede que la balanza, finalmente, se incline por una poeta; es algo que también se comenta en los círculos literarios: la previsible inclinación del jurado por la opción femenina, entre las tres poetas más mencionadas como posibles elegidas: Carmen Berenguer, Elvira Hernández y Rosabetty Muñoz (el orden, en esta crónica, es alfabético por el primer apellido). No olvidemos que en el jurado está Diamela Eltit, Premio Nacional 2018, notable escritora y declarada feminista. En esta vía, ha sido clara y flagrante la discriminación de género en el otorgamiento del Premio, desde Gabriela Mistral. También esto pesará en la decisión final, sin duda.
Raúl Zurita, Premio Nacional de Poesía año 2000, escribe en el prólogo de Poesía Reunida, de Hernán Miranda:
Era ya hora que Hernán Miranda ocupase el lugar de honor que se merece en la poesía chilena y este extraordinario volumen ratifica que se trata de un poeta imprescindible. Perteneciente a la generación de poetas que comienzan a publicar en Chile a mediados de los sesenta (s.XX), generación que, siguiendo el ejemplo de la antipoesía de Nicanor Parra, optó por el lenguaje directo y la supremacía de la imagen en si instantaneidad y concentración por sobre la lentitud y dispersión de la metáfora, la poesía de Hernán Miranda sobresale como una de las muestras más altas de precisión y exactitud y, al mismo tiempo, de profundidad y delirio. Es una poesía de la claridad y de la noche, de la mesura y del pathos…
Sí, creemos –creo firmemente- que debiera ser la hora en que Hernán fuese al fin reconocido con el máximo estímulo de nuestras letras nacionales.
Si se pudiese invocar una relativa justicia en este ámbito, lo haríamos, esgrimiendo los méritos suficientes de nuestro querido amigo, poeta y compañero de sueños e inquietudes. Pero, si la vida demuestra a cada paso ser injusta o indiferente, el reconocimiento estético no se anda por las ramas; en el caso de Chile, podríamos articular una galería de ilustres olvidadas y olvidados a la hora de discernir la corona de laurel que consagra una obra singular y una existencia entregada, minuto a minuto, a ese extraño y maravilloso empeño por hacer brotar de lo cotidiano el fulgor de la poesía, pan necesario y sorpresa ineludible; a menudo –en el caso de Hernán, sobre todo- acompañada de ese ingrediente irremplazable de la gran poesía, el fino humor, la ironía leve o filosa que a la vez desnuda y engrandece las humanas miserias.
Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato
Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato
decía mi tía Demófila.
Y si no lo cree pregúnteselo a James Joyce
que fue operado 25 veces de la vista
(iritis, glaucoma y cataratas)
y leía ayudado por unos gruesos lentes y una lupa
a lo Sherlock Holmes
(incluso hubo lapsos en que este seguidor de Homero
estuvo completamente ciego)
Agréguese que el pobre tipo no llegó a los sesenta años
y que habría necesitado sesenta años más
para disfrutar las gracias que había hecho
(Son muchos otros los que han gozado de fama y buena vida
pirateando el talento de este desdichado cegatón)
No quiero ahondar en los forúnculos
que atormentaron al pobre Carlos Marx
(aunque tuvo la suerte de no llegar a ver
a la Revolución de Octubre
subastada al mejor postor) Y lo mismo vale
para la vergonzante impotencia de Rousseau
(que lo llevó a inventar esa ridícula historia
de que había tenido cinco hijos
y que uno tras otro habrían ido ingresando
y desapareciendo para siempre en un hospicio)
En cuanto a la demencia de Nietzsche
o los desvaríos eróticos de Oscar Wilde
más vale no meneallo
Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato
digo yo mientras sumerjo los pies
en un tiesto con agua tibia.
Sí, afirmo y sostengo que es la hora del reconocimiento nacional a mi amigo, poeta y compañero, Hernán Miranda Casanova.
Dicho sea.