La teoría de la política de los últimos años está dominada por los estudios sobre la democracia. No es de extrañar, ya que es el sistema político más extendido y el que domina en las sociedades y países más desarrollados. Ciertamente ha llegado a un alto grado de equilibrio entre los factores que forman el sistema, hay un desarrollo económico aceptable, aunque con inevitables crisis cíclicas, un desarrollo cultural y tecnológico digno, se dan altas cotas de libertad y participación social. Todo esto a pesar, y esto no podemos obviarlo, de que se cuestione desde distintas orillas políticas nuestro modelo de democracia representativa. Es indudable que tiene muchos aspectos, sino cuestionables, mejorables, pero sin menoscabo de ello, se puede afirmar que la democracia tiene un horizonte ético-moral.
Lo «moral» y lo «democrático». Definiciones y formulación
Los necios hacen de su moral una masa compacta e indivisible, para que se mezcle lo menos posible con sus actos y los dejes libres en todos los detalles.
(Benjamín Constant, «Adolphe»)
Lo «moral» consiste en un conjunto de leyes o principios que rigen la conducta personal, además de establecer formas de comportamiento y ordenaciones varias de la convivencia social. Es decir, que, partiendo de un plano privado, el de la conducta personal, se orientan al plano público, es decir, el de la vida social.
Muy parecido y de similar utilización al término «moral» es el término «ética». Viene del término griego ethos, «lugar donde se habita», «modo de ser» o «carácter». De ahí que una parte de la ética es la que tiene por objeto el carácter, el «modo de ser» desde el que los distintos hombres se enfrentan a la vida, pero no con el temperamento con el que se nace, sino con el modo de ser del que el hombre va apropiándose a lo largo de la vida. Este proceso de apropiación sucede mediante la repetición de actos que acaban generando hábitos, los cuales son de nuevo el origen de actos, de modo que la ética o la moral son un carácter impreso en el alma por hábito o costumbre y, a través de los hábitos, fuente de actos.
La moral se va creando por este proceso de apropiación, que luego, al orientarse hacia la vida pública, forma la moral pública. Esto es así por un proceso de imbricación, interacción y subsunción de todas las morales individuales sin que ninguna de ellas llegue a anularse, ya que la moral no puede ser sometida al criterio de la mayoría.
En este sentido, la moral social se expresa en forma de prescripciones y valoraciones reconocidas por todos (diremos mejor, por la mayoría). Pero esto no es así del todo, ya que, aunque lo moral sea reconocido y respaldado por todos, no quiere decirse que haya sido aceptado y que contente a todos. Puede ser, lo moral, una imposición realizada de una forma más o menos latente por unos miembros de la comunidad a otros (elites dominantes, elites políticas…) Aunque, en realidad las exigencias de la moral surgen de un proceso condicionado por necesidades económicas y de ordenamiento de la vida social.
«Democracia», palabra de origen griego, resulta de la unión de demos y kratos. Demos puede significar «todo el cuerpo ciudadano que vive dentro de una polis particular o ciudad- Estado», aunque también suele usarse para definir «la plebe», «la muchedumbre» o «los órdenes inferiores» (Anthony Arblaster. Democracia).
La palabra kratos puede significar «poder», o bien «gobierno», que no es lo mismo, ya que es posible concebir grupos o individuos que tengan poder sin gobernar en el sentido oficial y visible.
Lo «moral» en el plano individual: articulación y formas de orientación. Autonomía y cultura
Porque los hombres vivimos juntos, pero cada uno muere solo y la muerte es la suprema soledad.
(Miguel de Unamuno. «Del sentimiento trágico de la vida»)
El saber es la filosofía, en ella está unificada e incluye, claro está, la moral. Sobre todo, desde que las sociedades se secularizaron y comenzaron a ser antropocéntricas.
El problema principal estriba en que, al ser entonces la ciencia antropocéntrica, los saberes prácticos basan sus apreciaciones, conclusiones, afirmaciones, etc., en la observación empírica, desvinculándose de la filosofía y dando categoría de pensamiento solamente a la experiencia.
El hombre se sitúa como centro del mundo. El hombre se observa así mismo para conseguir delimitar su «yo» y caracterizarlo adecuadamente, pero para ello precisa salir de su propio yo y observar al otro, de esta manera de proceder se da un proceso de reciprocidad entre individuos. Con ello, el hombre necesita, para explicarse así mismo, no sólo salir de su yo, sino, además, penetrar en él mismo.
De esto se deduce que lo moral empieza por el yo, es decir, comienza en el plano individual y luego, en pasos posteriores cuando unos «yo morales» se orientan hacia otros «yo morales», siendo este un proceso cognoscitivo. El yo debe luego reflejarse en el mundo material y en los otros yo, así el proceso se completa con elementos no cognoscitivos.
El individuo secularizado que se proyecta en el mundo está configurado por una serie de principios, creencias, experiencias... moral individual, en definitiva, que forman la manera de proyectarse el yo al mundo no cognoscitivo. Estas maneras de orientación son los roles.
Los roles son orientados hacía diferentes situaciones y diferentes elementos, pero, claro está, aunque no haya multiplicidad de roles debe haber un nexo cognoscitivo que los unifique y los oriente de manera similar o, cuando menos, funcional. Pues bien, este principio unificador cognoscitivo de las distintas morales individuales, es la moral pública, que es una moral directriz, en el sentido de ser una moral que, al necesitar englobar y dar cabida a las diferentes morales individuales, es una moral que marca los principios morales generales que tiene como función principal mantener el orden social, buscar el bien común... Y, lo más importante, potenciar y poder orientar socialmente las morales privadas que, ya se ha dicho, son exclusivas.
Esto se potenciará más dentro de un sistema democrático. Pero para ello es necesario que la orientación moral respete la individualidad y la autonomía del sujeto, ya que la idea de persona moral, tiene por supuesto una autonomía moral, que se identifica con la idea de que cada persona es un ser capaz de darse leyes así misma.
Esta autonomía del yo, está inserta en un sistema que la hace depender y orientarse hacia otros yo. A esto puede definirse como «solidaridad», necesaria también para crear un horizonte moral, que luego formará parte y será una de las guías del sistema democrático.
Para que exista esta solidaridad no se requiere sólo la tolerancia y aceptación de los otros, sino que requiere también del fortalecimiento de la autonomía en un sentido plenamente kantiano, junto a la virtud cívica que posibilita interaccionar con puntos de vista distintos.
Este sistema es una especie de red donde están insertas todas las individualidades que se articulan de acuerdo a un común denominador de valores, costumbres, modos de actuación, etc., siendo cada yo autónomo una carta de la misma baraja. Pues bien, esta «baraja» es la moral pública que forma un sistema cultural. De ahí que se hable de las diferentes culturas como espacios sociales donde se desarrollan, conviven, actúan... muchas individualidades con una misma, o muy parecida, orientación y sistema moral.
Estos paradigmas culturales o culturas hacen que los diferentes individuos hagan reciproca su relación y que esta tenga sentido al actuar dentro de un mismo código de orientación cognoscitiva e instrumental. Gracias a la cultura se hace posible la vida social, dentro de un código mínimo moral y articula y hace posible el buen funcionamiento del sistema social.
Orientación de la moral privada en la vida pública. Moral democrática
Siempre según él, un hombre que mataba moralmente a su madre se sustraía de la sociedad de los hombres por el mismo título que el que levantaba la mano asesina sobre el autor de sus días. (...) Declaró que yo no tenía nada que hacer en una sociedad cuyas reglas más esenciales desconocía y que no podía invocar al corazón humano cuyas reacciones elementales ignoraba.
(Albert Camus. «El Extranjero»).
La democracia puede ser entendida de tantas formas como individuos morales existen. Estos individuos tienen una moral individual con orientaciones personales y particulares, de ahí que el problema de la vida común en democracia es qué se entiende por cada máxima moral, ya que, si cada individuo orienta sus acciones siguiendo su concepción moral del yo y de la vida donde se desarrolla, puede caer la sociedad en un «nominalismo enteramente arbitrario». Dicho de otra forma, que cada uno dé el significado que considere a cada una de sus acciones, actitudes, palabras, concepciones, etc.
Lo positivo de la democracia, en la orientación de la moral individual, es que es un régimen donde existe la libertad necesaria, el pluralismo suficiente y la variedad heterogénea como para que se puedan orientar todas las individualidades hacía un proyecto común.
Como afirmó Salvador Giner, la democracia «es el único orden político que se ha inventado para acomodar la diversidad, la variedad y la infinita riqueza de la raza humana: la multiplicidad de nuestras lenguas dialectos, de nuestros anhelos e inclinaciones, de nuestras capacidades, inteligencias y necesidades; de nuestras convicciones religiosas y morales e ideologías políticas o económicas».
La democracia es un sistema donde las morales individuales quedan integradas en un proyecto común, en una moral democrática común. Para ello es fundamental la participación dentro del sistema, por ello que la democracia participativa sea ante todo una aspiración moral (no práctica). Mientras que la democracia como sistema se las ve necesariamente con el mundo de la prudencia y la estrategia, la pretensión participativa es cosa de una democracia como moral. Aunque esto no quiere decir que exista una moral pública o una moral necesariamente o enteramente democrática.
Así, la democracia puede ser un universo político dual, como afirma también el profesor Giner: "por un lado es un armazón de reglas neutrales que permite y fomenta la convivencia, sobre todo la política, pero también la religiosa, la étnica, la económica, entre personas y grupos con intereses e intenciones diversos, y hasta con concepciones distintas del mundo; y por otro, (...) imprime un contenido específico a la cultura, vivencias y orientaciones de conducta de quienes las habitan. (...) hay una zona en la que se solapan, un área de consenso». Se debe armonizar, por tanto, el respeto a la norma establecida, que marca la moral pública, con la orientación de la moral privada e individual.
Además, en un sistema democrático la población debe estar subsumida por el sistema, o sea, estar dominada por el poder y quien lo ostente. Si este poder anula o domeña a la voluntad y a la moral individual total o parcialmente, no se puede decir que el sistema sea demasiado moral, aunque sí puede serlo en el sentido de que esa extorsión que el sistema hace a la moral individual se lleva a cabo buscando el bien común dentro del orden social, siendo este una moral perfectamente democrática. Con esto se intenta dejar claro que el problema no es que el sistema democrático sea o no sea moral, sino que el problema está en el nivel de dominio y control que tenga sobre la moral individual y la difícil armonización de las voluntades morales individuales en una moralidad democrática común.
Esto no es sólo cuestión de dominio, anulación o manipulación de las diferentes morales individuales, es también cuestión de que, por alguna de estas razones o por cualquier otra, incluida la propia pasividad de los sujetos, se haga dejación de la competencia del juicio moral crítico sobre la legitimidad del poder y posibilite abusos desde el poder.
De ahí que lo que se debe conseguir en una democracia es mantener una moral común que se basa en la puesta en común de la moral individual mayoritaria, o del control más o menos legal de esta, para que un pueblo democrático sea un pueblo identificado con su sistema, que acepta las decisiones de sus gobernantes, aunque no esté de acuerdo con ellas y que está sometido el imperio de la ley (Estado de Derecho).
La moral privada se mezcla, confunde o es subsumida por la moral pública, que hace que no se creen pautas de moral pública, sino que la moral pública sea la moral de las élites dominantes que subsumen al resto de las morales individuales por su poder en alguno de los ámbitos de la vida social.
Podría afirmarse que la democracia al cumplir una función instrumental, que asegura el orden y mantiene dentro de un orden a la moral individual de cada individuo, puede ser sustituida por otro sistema con tal de que el nuevo sistema cumpla estas condiciones. Así se podría admitir que un régimen sin legitimidad democrática como es una dictadura podría mantener ese orden, podría defender el bien común, respetar la moral individual, aunque no sea precisamente un régimen donde haya plena libertad, ni se pueden orientar socialmente cualquier tipo de conductas.
La democracia y lo «moral». Imbricación y disyuntiva
Imposible es llegar a conocer por entero el alma, el sentimiento y la intención de todo hombre antes de que aparezca metido en los cargos y en las leyes.
(Sófocles. «Antígona»)
Es curioso observar como en algunos momentos la historia la democracia ha sido considerada como uno de los peores tipos de gobierno y sociedades imaginables. Era más o menos sinónimo de «gobierno de la plebe», y eso era, por definición, una amenaza a todos los valores centrales de una sociedad civilizada y ordenada.
En la democracia ostenta el poder la mayoría o la minoría mayoritaria, cabe preguntarse si esto tiene un fundamento moral, si es moral que un grupo social, por muy mayoritario que sea, sojuzgue, o simplemente domine, la voluntad de un grupo minoritario o sin mayoría suficiente.
Las posturas comunitaritas defienden que este poder de la mayoría no es moral, y que tampoco es moral el gobierno por elección, pues socava las voluntades de los individuos y los hace depender de una oligarquía con intereses orientados de forma diferente a otros individuos.
Los comunitaritas defienden el sorteo, o sistema similar, como forma de elección democrática y critican la elección como forma oligárquica de componer el poder, por ello, al crear esta fisura entre la verdadera representación democrática y la representación democrática mediante sufragio mantienen que la democracia no mantiene valores morales.
Las posturas liberales no opinan lo mismo y afirman que el sufragio representativo es el fundamento primero de la democracia, que no quebranta la voluntad de los individuos, aunque estos no participen de forma directa en el sistema político.
Una vez que se transfiere a alguien más el derecho a autogobernarse, incluso si esa persona es considerada como un «representante» ya no se es libre. A la luz de esto cabe preguntarse si la democracia, como pauta de orientación moral pública, no coarta a la moral individual. Hay que plantearse, también, si es moral separar Estado y sociedad.
Sobre esto se puede decir que hay distintos grados de democracia, desde la democracia liberal formal a la democracia radical. Para la democracia radical es clave una determinada idea de sujeto autónomo, que ejerce su voluntad y autonomía en los distintos ámbitos de la vida social teniendo en cuenta sus aspectos y peculiaridades. Este sujeto autónomo tiene, claro está, una moral privada que proyecta en la vida social, tamizándola en una moral pública. En la democracia liberal formal no, su moral está subsumida.
Sobre esto hay que cuestionarse si se entiende como moral un sistema democrático puede mantener en su seno «mentiras gubernamentales», cosa que puede ser muy útil para mantener el orden dentro del sistema, para asegurar su viabilidad y su futuro… incluso para buscar el bien común, pero que, aplicando una moral kantiana, no sería una cosa demasiado moral. En este sentido lo más adecuado es hablar de la “ambigüedad moral” de las democracias posmodernas actuales.
Uno de los problemas que tiene cualquier sistema político es que, en el lugar donde está constituido, se forman ciertas tendencias sistema céntricas, es decir, que se piensa y afirma de veras que, ese sistema en cuestión, es el mejor de los sistemas posibles, y por lo tanto debe ser extensible a otros lugares por su positiva viabilidad. Con ello, un sistema público moral se cree universal y exportable a otros lugares, laminando otros sistemas. Lo malo es que, sea esto cierto o no, al intentar imponerse un sistema a otro, se está eliminando un tipo de moralidad subyacente a cada lugar. Esto pasa con todos los sistemas políticos, incluido la democracia.
Conclusiones: hacia una teoría moral de la democracia
El bien público exige que se traicione, que se mienta y que se mate, dejemos esta misión a personas más obedientes y dóciles.
(Montaigne. «Ensayos»)
En cuanto empezamos a pensar seriamente sobre lo que significa la democracia y cuál es la relación entre la idea y su plasmación social, se evidencia que el sentido común es una guía no muy eficaz. La democracia requiere un proceso de revisión constante ya que no es un estadio cerrado y que se dé en forma pura. La democracia es un modelo hacía el que hay que tender.
Para poder enunciar una teoría de democracia razonable habría que saber si la democracia está en la sociedad o sólo es política, que actúa de forma separada de la sociedad. Una vez aclarado esto sería útil saber hasta dónde llega la moralidad. También sería de sumo interés saber si los políticos son representantes o delegados. Según Anearan Bevan, «un representante es alguien que actuará, en una situación dada, de una forma similar a como actuarían sus representados en esa misma situación».
Hay que saber también si en política el fin justifica los medios, ya que si así fuese la democracia carecería de moral, por lo que no cabría preguntarse sobre la eticidad de las conductas. La moral quedaría así restringida al plano privado del individuo, pero no es así a la luz de lo expuesto, ya que como la moral privada de cada individuo se integra con el resto para formar un horizonte moral mínimo-regulador de la vida social pública. Si esto no fuese así en el plano público reinaría una, no necesariamente mala, amoralidad. Así se podría enunciar una teoría mecanicista-instrumental de la democracia, que velaría por mantener el orden social, intentar aumentar el progreso en todos los órdenes sociales y crear esferas de acción a los individuos en el plano público.
De todo esto lo que cabe afirmar es que la democracia es un sistema que deja la cuestión de la moralidad en un plano muy abierto. No sólo por lo expuesto sobre la «sutileza» de las pautas morales sociales, que se limitan a marcar un sistema máximo de mínimos morales que integran a las distintas individualidades morales, sino también porque en democracia la moral es procedimental, en ella todo cabe o, al menos, todo debería caber. Tendrían que potenciarse todas las individualidades morales, o no tan morales, incluidas la posible manipulación, laminación de otros yo... incluso programas que ataquen directamente a la democracia, ya que resulta en algunos casos muy significativo que algunos tipos de tiranía sean producto de la democracia o de su degeneración. Esto expresa, precisamente fundamentándola, que la moralidad de la democracia estriba en la pluralidad de pautas morales y de comportamiento que es capaz de mantener, alentar o acallar en su seno.
En resumen, se podría enunciar que la forma política de la democracia es lo que debe ser moral, aunque los comportamientos dentro de ella no lo sean, cosa con la que hay que contar ya que el ser humano es imprevisible y hay diferentes pautas de moral individual. Además, para reconducir o reprobar pautas de moralidad privada no consideradas, justa o injustamente, sociales o positivas para el bien común está aparejado a la democracia el Estado de derecho. Dicho esto, de otra forma, puede decirse que hay que, considerando la legitimidad del sistema, hay que tender a que los procedimientos de toma de decisión garanticen al máximo resultados justos.
Ya que lo moral en democracia es participación, y esa participación debe formar un minimalismo ético o una moral sutil o directriz, todo ello debe proyectarse en las instituciones sociales democráticas, que también tienen en su interior principios morales latentes, ya que, al fin de al cabo, las instituciones democráticas están hechas por y con personas que tienen moral privada y pública.
Como fin último, ambicioso y prácticamente inalcanzable, debemos procurar captar las intuiciones morales que están imbricadas en el fondo de las instituciones, logrando articularlas conceptualmente y, con la herramienta democrático-legal obtenida, reconducir y mejorar a las instituciones que no se justen a ellas. También obtendremos de ahí un corolario de normas morales que correspondan a una democracia que garantice un minimalismo ético democrático homogéneo.