Comparto algunas reflexiones con ocasión de las siete conferencias impartidas por Jorge Luis Borges del 1 de junio al 3 de agosto de 1977, y que parece fueron pronunciadas hace apenas unos minutos, tal su actualidad. En las conferencias referidas Borges aborda temas literarios y filosóficos importantes en el arte de vivir, pero banalizados en el frenesí del día a día, en eso que Guy Debord llama «la sociedad del espectáculo», donde todo se convierte en objeto de compra-venta, de sensaciones inmediatas y efímeras, y hasta el pensamiento se transforma en un carnaval de poses y luces mediáticas. Este fenómeno de superficialidad ha sido llevado hasta el absurdo en los medios de comunicación contemporáneos, pero a esto me referiré en otra ocasión.
El amor de Francesca y Paolo
La primera conferencia de Borges, en aquellas noches memorables, versó sobre la Divina Comedia, escrita por Dante Alighieri. El afamado autor argentino y universal se concentra en el amor entre Francesca y Paolo, quienes se encuentran en el infierno condenados porque se amaron a pesar de los convencionalismos sociales de su tiempo.
Frente a la gloria que la entrega mutua de los cuerpos, de la mente y del espíritu, que no otra cosa es el amor humano de Paolo y Francesca, la justicia divina, según los parámetros de una sociedad mojigata reprobó a los amantes, pero el Dante de la Divina Comedia no los condena, los comprende. Borges concluye que Francesca y Paolo siguen fieles a su pecado, y esto le da una grandeza heroica a su vida.
Francesca, Paolo, Dante y Borges lo saben, el amor es análogo al heroísmo, y no debe condenársele, «ama, y haz lo que quieras (…). Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos», escribió Agustín de Hipona, en una frase que hace estallar en mil pedazos los rigorismos y dogmatismos de los moralistas.
Esta claro, sin embargo, y la historia universal lo demuestra, que en nombre del amor se han cometido los más oprobiosos genocidios y se han expresado los más profundos odios, es difícil y complejo saber cuándo el uso del vocablo «amor» resulta ser el hipócrita disfraz de horrores e injusticias. Al leer la disertación de Borges, y al volver a las páginas de la Divina Comedia, confluyo que el dios creado por los humanos a su imagen y semejanza, que fue el que condenó el amor entre Francesca y Paolo, debe ser desobedecido cuando busca controlar y reprimir el deseo, el placer y el gozo, resortes maravillosos de la trama de la vida. Creo con Nietzsche que el universo, la existencia y el existir, exigen una fuente de legitimidad, un fundamento no fundado, y si esa fuente es Dios, el verdadero y no el manipulado por los humanos, ese Dios ha de ser un como un artista libre de escrúpulos morales, entendiendo aquí por «moral» criterios opuestos a la expresión de la libertad y la creatividad. La moral de señores y esclavos, de instituciones corroídas, construida por burocracias a su medida y conveniencia, no es la ética del bien y del mal, no es un moral liberadora.
El Dios de Boecio: ausencia de prueba
En la segunda disertación, Borges pasa a otro tema, escribe:
Boecio (…) imagina un espectador de una carrera de caballos. El espectador está en el hipódromo y ve, desde su palco, los caballos y la partida, las vicisitudes de la carrera, la llegada de uno de los caballos a la meta, todo sucesivamente. Pero Boecio imagina otro espectador. Ese otro espectador, espectador del espectador y espectador de la carrera: es, previsiblemente, Dios
que todo lo ve de modo simultáneo, y no sucesivo. Este es el Dios de Boecio, eterno, infinito, personalísimo, pero no todos los que ha discurrido sobre asunto tan especulativo piensan como lo hace el «senador romano». Cuando se estudia y lee a otros pensadores e investigadores, más próximos en la cronología temporal a nosotros, digamos a Carl Sagan, Stephen Hawking, Mlodinow, Paul Davies, Roger Penrose, José Manuel Sánchez Ron, o se leen libros antiguos y antiquísimos como el Kybalyon, Poimandres, Asclepia o el Sutra de Benarés, resulta claro que el Dios de Boecio, para estos autores, no es necesario en los esfuerzos por explicar ni el origen ni la estructura del mundo.
Instancias como la materia, la energía, la información, la ley de la gravedad, el campo unificado de la cosmovisión cuántico-relativista o el cosmos como totalidad, se sitúan en el eje articulador de la realidad que experimentamos, y aún no se resuelve si ese eje articulador se enlaza a un «sensorio complexivo», un Ser que le sea fundamento. Así que sobre este tema no se ha obtenido nada concluyente desde el siglo de Boecio e incluso desde muchos siglos antes.
Sobre lo que sí existe abundante información es a propósito del deseo de perdurar que anida en la piscología humana, de continuar siendo en la durabilidad del ser para que no se pierdan las alegrías, las tristezas, las luchas, los anhelos, las utopías. Pero tal deseo de perpetuarse en el ser-existir no prueba per se que eso sea real, a lo sumo lo postula como una posibilidad verosímil.
Eternidad del amor
En alguna parte de la tercera y cuarta conferencia, Borges recuerda el epigrama de Heine:
Te amaré eternamente y aún después.
Amar después de la eternidad es reproducir la eternidad en innumerables eternidades, porque el ser humano desea seguir siendo. Esta es la idea que sedujo a Spinoza, inspirador filosófico de Albert Einstein, y fue la que poetizó Miguel de Unamuno en El sentimiento trágico de la vida, y es la que cualquier persona conoce cuando canta al amor, al amor que se dice eterno, que se quiere por siempre, porque «ahora es siempre, todavía» (Antonio Machado), y «hemos jurado amarnos hasta la muerte, y si los muertos aman, después de muertos amarnos más» (Julio Jaramillo), como hicieron Paolo y Francesca en el infierno de la Divina Comedia. «El mundo nace cuando dos se besan» (Octavio Paz), y nace en ese beso el anhelo de perseverar en el vivir para que no termine el gozo de los labios, los cuerpos y los espíritus enlazados.
Recuerdo que pocas horas antes de fallecer, papá volvió su rostro hacia el mío diciéndome «no quiero morir». Él sentía en sus entrañas el deseo de ser siempre, anhelaba trascender tiempos y espacios como hicieron Chris Nielsen (Robin Williams) y Annie (Annabella Sciorra) en la película Más allá de los sueños. Este deseo de ser sin término mucho ha influido en la literatura, la música, el cine y el arte en general. Y de verdad que me gustaría abrazarme de nuevo, en algún tiempo o dimensión, con la energía que un día conocí como «papá». Es este deseo como un fragmento del principio esperanza de Ernst Bloch.
Demócrito y Epicuro
En las disertaciones cinco, seis y siete de Borges se habla del lenguaje, de la cábala, de la maldad y la ceguera. El escritor menciona que
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos en un jardín para que el espectáculo de la realidad exterior no lo distrajera.
Siempre que hablo de este asunto que sedujo a Borges, recuerdo que las diferencias entre Demócrito y Epicuro han ocupado el interés de los expertos durante siglos, y que esas diferencias siguen tan actuales como lo eran hace milenios.
El Universo de Demócrito es determinista, atravesado por inalterables vínculos de causa-efecto que no dejan espacio para la acción creativa de las personas. Epicuro, en cambio, introduce el azar y el probabilismo en el determinismo de Demócrito, y sobre esa base postula la autodeterminación y la autonomía individual como factores fundamentales de la experiencia humana. Debo confesar que en este punto soy epicureano.
El amor que une a Francesca y Paolo, el deseo de ser siempre que acompaña a cada ser humano, y la naturaleza del Ser que existe por esencia, que Boecio llama Dios, pero otros desechan como hipótesis inútil para explicar lo que estudian, son temas que se analizan de muy distinta forma si se hace desde un enfoque determinista o indeterminista.
Concluyo: con Borges y sobre Borges se puede dialogar durante siglos, pero eso trastocaría no solo el espacio de esta página, sino todas las características conocidas del tiempo. Pero siendo un poco borgeanos quizás deberíamos atrevernos a concebir el tiempo no como una línea de durabilidad que transcurre del pasado al futuro, sino dotado de pluralidad direccional, el tiempo multidireccional de las películas de ciencia ficción, y ahí si que sería posible encontrarnos con Boecio, Borges, Paolo, Francesca, Demócrito, Epicuro, Einstein, Machado, Spinoza, Papá y tantos otros, como si el tiempo no hubiese existido nunca.