En materia de «libre mercado» hubo un argumento que me tiró de espaldas, una suerte de Ushiro Mawashi Geri en plan Bruce Lee recibido en plena carátula, debo reconocer que estos tíos son unos genios: cuestión silogismos al pedo –lógica monádica de primer orden diría María José– son imbatibles.
— La participación del Estado en la economía es indeseable, me dijeron, visto que siempre obtendrá financiamiento más barato que un privado. Ergo, competencia desleal.
— ¿Ah, sí? Atiné a balbucear. ¿Y cuál sería como quien dice la razón, explicación u motivo?
— Simple como una de tus manos: las empresas privadas tienen una acentuada tendencia a desaparecer, mientras que los Estados son inmortales. Los Estados no quiebran, y por ende su riesgo es prácticamente inexistente.
— ¿Incluso tratándose de Argentina?, observé francamente a la defensiva…
— Incluso tratándose de Chile: cuando en 1982 quebró todo el sistema financiero 'shilensis', el Estado pagó toda la deuda de los privados. ¿Qué me dices de esa?
— Bueh… que quienes pagaron la deuda fueron todos los chilenos, o sea los pringaos, el personal, los únicos que pagan impuestos…
— Ahí está el negocio, fue la réplica definitiva, cáustica, irredargüible.
Las teorías económicas tienen ese detallito, son plásticas, flexibles, dúctiles y moldeables, propiedad muy útil de cara a las necesidades del gran capital: siempre encuentras el modo de justificar lo injustificable. Si no me crees escucha a Jacqueline van Rysselberghe (no digo que la mires, solo que la escuches…), o bien a José Antonio Kast, a Luksic, a los Matte, a los Saieh, a los Angelini, a la gente bien.
Si te hago el cuento es porque al lado de las consecuencias económicas de la crisis sanitaria, el coronavirus de mis dos es peccata minuta, una poquedad que vale micosis, una preocupación ancilaria. Para tus archivos, la palabra «ancilaria», que designa lo secundario, lo prescindible, procede del latín ancilla y se refiere a una persona esclava, y de ancile que quiere decir escudo por alusión a la concha del molusco. En adelante, si escribo «vale concha de molusco», quiere decir que vale callampa, aunque la relación entre los invertebrados protóstomos celomados triblásticos de simetría bilateral no segmentados y los organismos eucariotas no sea de una evidencia que encandile.
Así, pues, la interdicción de la acción del Estado en la economía es intermitente y rige solo hasta que los privados están en la cuerera. Apenas los trágatelas-todas encuentran alguna dificultad, un obstáculo, un estorbo, un pinche escollo en la edificante y prolífera vida del «libre mercado», echan mano al billete de todos. Mira ver.
En Europa la crisis sanitaria debilitó el equilibrio económico de las empresas privadas cosa mala. El estado de las finanzas públicas también, pero eso vale concha de molusco. Lo que realmente importa es la fortuna de los afortunados. De modo que las empresas privadas inventaron –son de una ingeniosidad que acojona– dos medidas difícilmente calificables de innovadoras y sin precedentes, pero de una eficacia mucho más grande que la de la hidroxicloroquina de cara al virus: alargar la jornada de trabajo y reducir los salarios entre un 10% y un 30%. Por un periodo de 5 años. Tú ya sabes, la recuperación será lenta, contrariamente a lo que afirma un Ignacio Briones más pirao que Jaime Mañalich lo que ya es decir.
No satisfechos, cagándose en un artículo de la Constitución europea que consagra «la libre competencia sin trabas ni distorsiones» y excluye a los Estados de la vida económica, le pidieron plata justamente a esos Estados. Bajo la forma de un invento ya inventado, los créditos con aval del Estado (recuerda: los Estados no quiebran ni desaparecen…) y, forzando un poquillo la generosidad de los príncipes que nos gobiernan, de aportes a fondo perdido, transferencias de dinero de todos al sector privado a cambio de nada. Danke schön, Merci, Thank you, Grazie mille, Obrigado, Kiitos paljon… De nada cuando se te ofrezca.
Las cifras, dice la prensa de la UE, dan mareos. Renault recibirá 5.000 millones de euros. Lo que no fue óbice u obstáculo para que anunciase inmediatamente la supresión de miles de puestos de trabajo y el cierre de unas cuantas fábricas. ¡Gracias patrón! Ya puesto, Jean-Dominique Senard, mandamás de la alianza Renault-Nissan, declaró: «Estamos aquí para reponer el paquebote en los rieles» (sic). ¿Y de paso echar las velas del 4x4?
Francia encabeza el ranking de la generosidad pro-empresarial con 93.000 millones de euros de créditos garantidos por el Estado. España no lo hace mal con más de 63.000 millones de euros. El Reino Unido, cubil de la comunidad financiera planetaria, casi € 35.000 millones. Alemania no podía ser menos, con € 28.000 millones. Italia, uno de los países más endeudados del orbe, € 22.400 millones.
De manera extremadamente simple –hubo un trabajo colectivo muy rápido entre los bancos y el ministerio de Finanzas, exulta un banquero– países que hasta hace tres o cuatro meses le negaban dinero a la Salud pública y a la Educación con el ingenioso argumento de que «el dinero mágico no existe» (sic), ahora desparraman capitales en plan Póngale, póngale, abusemos todos, maricón el último.
Algunas almas desorientadas, espíritus propensos al desánimo, weoneh acaso un pelín resentidos, recuerdan que si las empresas no rembolsan… son los Estados los que pagarán la factura. O sea, una vez más, los pringaos, que para eso están.
El Banco Central Europeo (BCE), que en los últimos dos años emitió dos billones de euros sin respaldo con el encomiable propósito de favorecer a los bancos y al gran capital, se propone emitir otro billón, no sea cosa que fuese a faltar. Independiente de la UE en virtud de las disposiciones del Consenso de Washington (indépendance mon cul…) Mme Lagarde –presidente del BCE– sabe quién manda.
En estas reflexiones estaba, –tú ya sabes, el ocio lleva a todo–, preguntándome a dónde enviar las pijoteras teorías económicas, comenzando por la que ordena dejar al Estado en calidad de amante pasivo. Tú ya sabes… ese que solo recibe, al que le dan p’ol saco.
Coincidentemente, estoy leyendo un libro de Einstein, La Relatividad Especial y la Relatividad General – La Relatividad y el Problema del Espacio (1916)–, y caí en un pasaje en el que Albert niega la existencia de la línea recta. Tuve un emotivo recuerdo para don Pedro Quijada, mi magnífico profesor de Física Clásica en el Liceo de San Fernando, para la geometría euclidiana, para el mismísimo Euclides respetado sea su nombre, y para la fuerza de la gravitación universal que, como sabes, en Física relativista no es ni siquiera una fuerza…
Hechas mis devociones, y como es natural, no tuve ninguna dificultad en escoger el sitio al que destinar toda la basura de los economistas: a lo más profundo de su venerado claustro materno.