Es la que infligió el llamado «Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación», a la memoria del ilustre escritor e insigne novelista chileno, avecindado en España, Luis Sepúlveda -quien murió víctima del Covid19-, mediante la convocatoria a un certamen público bajo el aberrante título El coronavirus y yo, como pretendido homenaje a nuestro recordado narrador.
El efecto de esta singular nominación estalló en el ámbito cultural chileno como una granada. Se sucedieron las protestas y recriminaciones, entre las que destacaron la del Directorio de la Sociedad de Escritores de Chile, representado por su presidente, el escritor Roberto Rivera Vicencio, quien expresó:
La consternación provocada por el llamado a concurso, actitud que linda en una total falta de respeto a nuestro escritor recientemente fallecido, y constituye un aprovechamiento sin límites éticos de las circunstancias que nos toca vivir… Recurrimos al buen criterio de bajar de inmediato esta convocatoria, con las disculpas públicas del caso, primero que nada a los dueños de sus derechos (entendemos su viuda e hijos) y, en segundo término, a la comunidad literaria y a los escritores por tan profundo desatino.
Otras voces de la cultura se sumaron a la indignación pública, como las de Paula Gaete, editora, quien habló en El Mostrador de «un oportunismo fácil que demuestra una desconexión con la realidad; es simplemente un acto desalmado». Víctor de la Fuente, director de Le Monde Diplomatique (Chile), expresó:
Personalmente estimo que es un desatino total, una falta de respeto a la memoria de Luis Sepúlveda. Lo que se quiere hacer aparecer como un homenaje a Luis, en realidad, para muchos, aparece como una ofensa. No logro entender cómo se hizo ese concurso, es una vergüenza.
Pedro Cayuqueo también hizo saber su molestia y repudio:
En lo personal me parece un concurso de pésimo mal gusto, en especial cuando el duelo de miles de lectores en el mundo por la repentina muerte de Luis Sepúlveda nos sigue acompañando. Yo hubiera esperado que el Gobierno decretase duelo nacional tras su muerte, pero no sucedió. Aquello me parecía una muestra de respeto mucho más acorde a su inmenso legado en el mundo de las letras y la cultura de Hispanoamérica.
En el ámbito político, el Bloque de Culturas, Artes y Patrimonio de Unidad Social manifestó su
rechazo a las acciones de burla y censura de las que el mundo de la cultura ha sido objeto en los últimos días… Hace unas de semanas recibimos la sensible noticia del fallecimiento del escritor Luis Sepúlveda a causa del Covid-19, hecho que nos llenó de una profunda tristeza. La pérdida de nuestro compañero de las letras se une ahora al desatino de quienes pretenden apropiarse de su figura y hacer un llamado a participar del concurso «El coronavirus y yo». Luis Sepúlveda siempre manifestó un inmenso compromiso con la clase trabajadora y la defensa por las causas de los más humildes, y por respeto a su vida y su legado, demandamos retirar esta convocatoria porque claramente denota la insensibilidad de quienes ven en el arte solo espectáculo burdo y no un espacio que nos dignifica día a día,
sostuvo la declaración.
El Gobierno de Sebastián Piñera, habitualmente sordo a toda crítica a su gestión, no pudo esta vez escabullir el bulto y debió recular, ofreciendo públicas disculpas por el «error»:
En las últimas horas han surgido críticas respecto al tono del título de esta convocatoria. Recogemos este sentir y pedimos disculpas a quienes se sintieron ofendidos por el modo en que se difundió esta actividad, dado el contexto que vivimos. Por ello hemos decidido modificar el nombre del concurso a «Cartas en Tiempos de Pandemia», manteniendo la fecha de cierre de esta iniciativa (15/6/20) que busca relevar la realidad de niños y niñas de Chile en el contexto del Coronavirus,
explicaron desde la entidad.
Además, desde el organismo público enfatizaron que el concurso «tiene por objetivo visibilizar la voz de niños, jóvenes y adolescentes en el marco de esta pandemia», y que responde «a un problema planteado por investigadores de ciencias sociales, quienes expusieron su preocupación frente a un discurso fundamentalmente adultocéntrico en el manejo de la pandemia, por lo cual este concurso se perfila también como un aporte desde la realidad de los NNA de la Macrozona Centro».
Hasta aquí, todo pareciera haber sido un simple desatino funcionario, la metida de pata de alguno de esos «creativos» trepadores que pululan en nuestra burocracia, confundiendo el humor con la pachotada vil, al mejor estilo Evópoli, conglomerado político de ultraderecha al que le correspondió –según la repartija de nichos asignados por Chile Vamos- el Ministerio de Cultura, las Artes y el Patrimonio.
Pero el asunto tiene mayores alcances y raíces enquistadas en esa concepción cultural de los grupos de poder alineados con la ideología fascista, cuyo símbolo perverso pareciera encarnarse en la frase terrible del general golpista Millán Astray, proferida contra Don Miguel de Unamuno, en el paraninfo de la Universidad de Salamanca: «Muera la inteligencia… Viva la muerte». O, si prefieren, el anatema de Goering: «Cada vez que escucho la palabra cultura, saco mi pistola».
Este malogrado concurso testimonial, acerca de los estragos del Covid 19 y de las anécdotas surgidas en torno al terror de la peste, es una pequeña muestra de toda una filosofía de la cultura que sustenta la derecha inculta e incivilizada de nuestro país, con una perfecta representación en Evópoli, cuyo nombre, de equívoca alusión helénica, significa «evolución política», como si se pudiera evolucionar o progresar o ser sujeto de cambios desde las estrechas y gastadas visiones del neoliberalismo criollo o capitalismo salvaje.
Lo habíamos comentado, a propósito de la Sociedad de Escritores de Chile y de nuestra querida Casa del Escritor. En efecto, Jorge Alessandri Rodríguez fue uno de los últimos exponentes, quizá, de una derecha civilizada y culta que contó con valiosos exponentes en la intelectualidad creativa chilena; que no escatimó medios para la dignificación del quehacer artístico, mostrando respeto por los creadores de un mundo cuyos sueños y afanes suelen ser menospreciados por esa clase que antepone el prurito mercantil a toda otra consideración, aun cuando ese respaldo tuviese el carácter de mecenazgo, más bien, y no el de una política cultural progresista. Pero podemos entenderlo si nos remontamos a Miguel Ángel y a Cervantes, apañados por poderosos diletantes del arte, como el Papa Julio y el Conde de Lemos.
Venimos padeciendo esta distorsión hace cuarenta años, con la transformación de las universidades en empresas que producen profesionales, como si fuesen fábricas o manufacturas con fines de lucro, aplicando al estudiante otrora inquieto y contestatario la categoría de «cliente». Academia ajena por completo a ese espíritu crítico que tan bien singularizara nuestro Filósofo, el maestro Jorge Millas, en su ensayo Idea de la Universidad.
Para estos administradores de los bienes de la cultura, el proceso creativo no difiere en absoluto del desarrollo de los medios de producción, orientados a la eficiencia del mercado y de sus logros pecuniarios. Así, un escritor, un músico, un pintor, deben proyectar sus oficios al éxito económico, unido a la publicidad y a la farándula.
La actual ministra lo refrenda, como antes lo hicieran Luciano Cruz-Coke, actor ágrafo de teleseries vespertinas, y Roberto Ampuero, narrador converso a los cánones que combatiera antes de volverse un intelectual senil y reaccionario.
El cronista abomina de las moralejas; se las dejaremos a Peña y a Warncken, por ahora. No obstante, cabe ejemplificar con un suceso que afectó a Violeta Parra, al promediar la década del 60 del pasado siglo. Ella, la grande, había regresado de su extraordinaria experiencia en París, de aquella muestra artística, artesanal y folclórica en El Louvre. Chile, su mezquina patria, la «descubrió» entonces, y sus canciones sonaron profusamente en las radioemisoras. El presidente del añoso Club de la Unión discurrió la genial idea de invitar a Violeta para que «amenizara» el centésimo aniversario de la exclusiva institución, fundada en 1864. Se convino un pago tal vez nada despreciable para la época, aunque cicatero para el genio incomparable de Violeta.
Pues bien, el acto se desarrolló según lo planeado. Después de la retahíla de encendidos y «patrióticos» discursos, cantó Violeta Parra sus más requeridas canciones. Luego de los aplausos y congratulaciones melosas, el presidente felicitó a la cantautora y le dijo, con la aplomada soltura de los de su clase:
— Mire, Violeta, si quiere usted servirse algo, puede pasar a la cocina…
Dice el autor del artículo que leí en los 80, publicado en La Época, donde fui colaborador, que Violeta mandó a la mierda al carcamal y aun lo habría golpeado con uno de sus zapatos que le lanzó a la cara. No hay registro fotográfico de aquello, pero conociendo el temperamento de la artista, es muy probable que así haya sido.
Para Evópoli y sus funcionarios de cultura, el caso de Luis Sepúlveda es similar: alguien a quien se le reconoce su indesmentible talento, pero en las dependencias de la servidumbre. Igual criterio se aplica a Hernán Rivera Letelier y a otros creadores forjados en el crisol popular. Parecido ocurrió con Gabriela Mistral, con Manuel Rojas, con Pedro Lemebel…
Y lo seguiremos soportando, hasta cuando seamos capaces de relegar la política cultural de Evópoli y los de su clase al rincón de los trastos. Y no será en virtud de la praxis revolucionaria, sino por la puesta en escena de un criterio puramente estético.
Para llegar a eso estamos lejos, porque la peste de la ignorancia y de la incultura puede ser tan nefasta como la que ha tronchado la vida de Luis Sepúlveda y, esta misma semana, la del querido poeta Óscar Aguilera.