«Escribo novelas porque no soy capaz de escribir mis memorias», confesaba Jean- Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura de 2008. Pero La cuarentena, publicada originalmente por Gallimard en 1995, es una de las novelas más próximas a su biografía, pues es un retorno a su propia procedencia geográfica y a la de sus ancestros, que ha rastreado como quien necesita la visión del origen, para reinventarse.
Aunque nació en Niza, Francia, la patria de su familia anglo-bretona, y la que siempre reclamó como suya, es, como en el caso de los protagonistas de esta historia, la isla de Mauricio, en el océano Índico. En la novela, narrada a dos voces, se advierte la honda relación con esta isla que durante la mayor parte del libro es un horizonte inaccesible en el cual cifra la imagen de la expulsión del paraíso tanto como la de una tierra prometida a la cual se tarda mucho tiempo en arribar.
Uno de los narradores es León, el nieto de Jacques Archambau, hijo, a su vez, de William, un hombre desterrado de la isla por este patriarca de la familia, en castigo a su unión con una bella euroasiática, morena y «para colmo, de apellido inglés», que muere muy joven. Desde el comienzo del relato una confesión contiene las claves de acceso no sólo a esta historia sino a la literatura entera de Le Clézio, para quien la escritura equivale a un viaje hacia una identidad diversa:
Yo soñaba con partir, entonces ya sabía. Sabía que algún día estaría allá, de regreso en la casa de Anna, no como quien recupera lo que le pertenece, sino para convertirse en un hombre nuevo.
Cuando William muere en 1891 ─ porque lejos de Mauricio, «había perdido su capa protectora, su coraza, se había quedado desvalido» ─ Jacques, recién casado con Suzanne, decide embarcarse hacia la isla donde espera tomar posesión del mundo desconocido del que fue expulsado su padre y comenzar una nueva vida con su mujer y con León, su hermano menor, una de las voces que construyen el universo de La cuarentena.
Ese mismo año, 1891, León Archambau se convertirá (por voluntad propia) en El desaparecido. Su relato narra lo que comienza siendo un viaje de regreso a la tierra natal, de París hacia la isla de Mauricio, e inesperadamente acaba por convertirse en La cuarentena: el asilamiento en la isla de Plate, donde los pasajeros del barco Ava ─en el cual se ha colado un virus contagioso─ están condenados a una ansiosa espera. La travesía es ahora la experiencia de la inmovilidad en una isla donde los desterrados se abocan al modo más radical de desplazamiento: la transfiguración que los hace otros.
En el aislamiento todo se trastoca. Hay quienes adquieren un súbito y malévolo poder de dominio e instauran sus propias leyes para la supervivencia grupal. Algunos van a acabar demolidos por el sufrimiento, cubiertos por esa aura de lo sagrado que rodea la locura. Otros, como Jacques Archambau, que es médico y se aboca al dilema ético de abandonar a los enfermos en los oscuros peñascos de la isla de Gabriel, van ensombreciéndose, vencidos por un extraño mal: el acorralamiento de la ética impuesto por una realidad sin aparente salida.
En cambio, León experimenta un deslumbramiento que le permite el hallazgo de un modo distinto de dar consistencia al mundo en la apertura a otras culturas. Finalmente hará ese tipo de elección ─uno de los grandes asombros de la tradición literaria─ que lleva a un ser humano a abrazar como propia una realidad ajena a la cual se ha visto arrojado por azar. A través de la delicada construcción de una relación con Suryavati, una hindú que vive al otro lado de las empalizadas en la isla de Plate, donde la población de los culíes también espera el momento de emigrar masivamente a Mauricio, León se adentra en los ritos de esa cultura. Descubre por ejemplo el carácter sagrado que puede tener un oficio que sólo cumplen los descastados, como el de quemar los cadáveres. Adquiere otro nombre, Bhai, y halla otros dioses, otro pasado: viaja a través de la memoria de Suryavati desde Benarés hasta Murshidabad, a la deriva en balsas, sujeto al destino de los míseros. Paralelamente va apoderándose de los reinos donde ella pesca pulpos, reconoce el grito de las aves, y se familiariza con los territorios de la isla que acaban por transfigurar su cuerpo y sus sentidos.
La llegada del barco que finalmente los conducirá a Mauricio supone el fin de las condiciones temporales que fueron haciendo de cada personaje alguien distinto. La cuarentena los ha lanzado hacia las identidades confinadas a los márgenes olvidados del mundo. Elegir, como León, desvanecer su cultura originaria, es un modo de asumir el destino colectivo de una humanidad que necesita hacerse otra para encontrar una liberación común.