Casi no he visto noticias en la cuarentena y mi objetivo es mantenerme así hasta el 11 de mayo, última fecha establecida por el Gobierno colombiano para que la gente se mantenga en sus casas. Cuando he estado atento a un noticiero o revisando el portal de algún periódico, lo que allí encuentro solo consigue estresarme, ya sea porque las noticias no son nada alentadoras o porque recuerdo el panorama actual de los medios colombianos: Publicaciones Semana, la empresa de medios dueña de la revista de actualidad política y temas afines más importante del país, despidió periodistas poco antes de que entraramos en cuarentena; hace tres semanas despidió al columnista Daniel Coronell, director de noticias de la Univisión y reconocido en Colombia por sus investigaciones y denuncias. En ambos casos, todo apunta a que las razones fueron pura censura por parte de una directiva que quiere convertir a Semana en el Fox News colombiano, dicho por uno de ellos. Sí, eligen uno de los peores ejemplos periodísticos —y los hay peores.
También debo reconocer que otra de las razones por las que no veo noticias es que me aburre ese intento desesperado de algunos colegas por ver cómo llenan secciones: los entrenamientos de los deportistas en casa o cómo pasa el tiempo determinado famoso en esta cuarentena. Reportear ahora es difícil. No obstante, parece que ni directores ni periodistas han tomado la decisión de hacer material con más tiempo y producción, ya que las urgencias están en otros lugares. Prefieren darle peso a las redes sociales y replicar lo que allí ya replicó alguien. Aburridísimo. Entre los desesperados con esto están los dueños de un canal premium de deportes, Win Sports +, que se propusieron privatizar el acceso al fútbol colombiano como si fuese el contenido de HBO. Y hubo periodistas vendidos que trataron de apoyar dicha privatización con la excusa de que tocaba darle más plata la fútbol para salvarlo. Dejaron de lado la posibilidad de pensar en un modelo más organizado, sostenible y de menos brillo —algo que se notaría muy poco. Se hizo tendencia en redes el #LoPagaráSuMadre para responderles.
Dejo claro que sí hay urgencias que atender mediáticamente: las protestas por escasez de alimentos en las zonas más pobres de Bogotá, las respuestas del gobierno distrital con fuerza policiaca para reprimirlas —algo que no termino de entender—, así como el establecimiento de peajes ilegales por parte de la población para recaudar dinero a quien pase por ahí. Todo eso amerita un cubrimiento juicioso, detallado y con investigaciones que jalen el hilo. En barrios populares, de clase media, abundan los trapos rojos en las ventanas, señal de que no hay comida en ese hogar. Repito: clase media. En un país donde el 47% de trabajadores gana menos del salario mínimo mensual, que ronda los 218 dólares, los ahorros se van pronto. Hay gente que debe volver a trabajar porque tiene hambre y bocas que alimentar. Con los dirigentes no se cuenta, el dinero para la coyuntura se va en fiestas —pasó de verdad en Arauca— o en apoyos a personas con nombres como AAAAAAAAA con número de documento 123456789.
A mi la cuarentena me ha obligado a trabajar demasiado, hago parte de uno de los equipos encargado de virtualizar el proceso pedagógico de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, una de las de mayor número de estudiantes en Colombia. Esto me ha asegurado ingresos y ocupación. Excesiva ocupación. Aún así me las he arreglado para leer libros, ver películas y empezar un canal de YouTube en el que hago reseñas de libros deportivos — se llama LIBR05, con ‘05’ en vez de ‘os’—. Esto lo hice porque quise, no porque toque salir con un listado de cosas hechas en el encierro. Es posible que algún lector necesitaba alejarse del ajetreo y descansar, nada más, otra tal vez requería dedicarse solo a esa compartir con su familia… las opciones son muchas y las necesidades propias sólo las conoce ese propio.
Perdón por este texto tan sencillo y que se ve tan poco complicado de hacer. Precisamente eso es lo que quiero evitar ahora: complicar más las cosas. Ya tenemos suficiente con un mundo en el que no está Marcos Mundstock.