La crisis sanitaria y sus inciertas consecuencias incidirán en todos los países y en las autoridades responsables, que serán juzgadas rigurosamente, según hubieren podido contrarrestarla. Ojalá los seres humanos no sigamos reducidos a estadísticas de contagiados, salvados o víctimas, como en una competencia con ganadores y vencidos, incluso entre países, y no hubieren vidas involucradas por haberla padecido o evitado. Los especialistas intuyen, y con razón, que habrá un diferente orden internacional una vez superada, aunque desconozcamos su magnitud y cuándo concluirá.
Hay más incógnitas que certezas mientras no dispongamos de una cura efectiva. Sin embargo, hay algunas situaciones que, si bien incompletas, se pueden advertir desde ahora, porque en mayor o menor medida, las han condicionado significativamente.
Entre ellas, la necesidad de contar con sistemas de salud adecuados para atender masas de personas, simultáneamente, sobrepasando las capacidades habituales que demandan equipos y la tecnología más actualizada. Ningún país las tiene, ni podemos descartar que la emergencia se repita inexorablemente, con efectos mayores, y más letales. Por ahora, sólo contamos con paliativos preventivos insuficientes, frágiles en su implementación, donde el riesgo por carencias o acciones irresponsables de algunos, comprometen a quienes los cumplen disciplinadamente.
Resulta preocupante, como muchos entendidos lo han advertido, el falso dilema de selección artificial, entre personas mayores estimadas descartables, y jóvenes que tendrían la prioridad de sobrevivir. ¿Quién decide y sobre qué criterios? ¿Vale más el viejo que posiblemente encuentre las soluciones a tantos problemas, gracias a sus conocimientos y experiencia, ahora prescindible; o el más joven todavía en formación, sólo porque tiene mayor expectativa de prolongar su vida? Imposible decidirlo acertadamente si fuere necesario optar.
Igualmente la economía global, que se verá golpeada por una recesión muy dura, perdurable, pronosticada por organismos técnicos y connotados profesionales, de proporciones trascendentes para países menos adelantados. La relación incómoda entre pobreza y contagio, es una realidad evidente. Quien cuente con los recursos necesarios y puede aislarse por más tiempo, tiene mejores posibilidades de permanecer indemne, que el que debe arriesgarse, para trabajar y alcanzar los medios de subsistencia. La producción y el empleo siguen jugando un papel trascendente en la productividad. No existe la solución mágica ni ningún Estado, por desarrollado que sea, tiene las capacidades para mantenerlos a todos, aunque pueda proporcionar créditos y utilizar reservas. Sin recursos, no hay salud apropiada.
La libre circulación de bienes, servicios y factores productivos, como en los variados procesos de integración, regionales o sub-regionales, serán alterados y habrá que revisarlos. Si consideramos que precisamente se basan en la mundialización, las prioridades hoy son otras. El cierre de fronteras, ciudades en cuarentena, paralización del transporte interno y exterior, y drástica merma del comercio, del turismo, por citar algunos, se han hecho presente y por tiempo indeterminado.
Una globalización que ahora va en sentido inverso. Lo que ayer era indispensable para los intercambios, se ha detenido por fuerza mayor. Como muestra, no son extrañas las medidas proteccionistas de bienes para contrarrestar la epidemia, que hoy se guardan para sus propios habitantes. Los planes de recuperación costarán sumas inmensas. La economía mundial ya no es igual, y definitivamente, seremos más pobres, por largo tiempo.
La vida en comunidad y el contacto social se ha prohibido o limitado al máximo, como única medida de contención efectiva del contagio. Hoy vivimos enmascarados y temerosos, por tantos vaticinios de expertos instantáneos. Ha repercutido en el campo internacional al variar la interrelación humana, drásticamente. Sus consecuencias para el funcionamiento de la comunidad de naciones y los organismos internacionales, ha sido evidente. Prescinden de una de sus herramientas esenciales, como la cercanía personal que posibilita las negociaciones. No es igual por vía electrónica, una formula transitoria para algunas reuniones. Sin el encuentro cara a cara, buena parte de su utilidad se pierde. En las conferencias mundiales las relaciones personales de sus actores, para bien o para mal, siempre incide. A distancia, se vuelven formales y no espontáneas. Las invitaciones tan frecuentes y convenientes en la diplomacia, han terminado por ahora. Es cosa de ver cómo Naciones Unidas, y sus principales órganos, no han aportado todavía, ninguna solución a las pugnas y recriminaciones crecientes surgidas entre grandes países, ni existen propuestas efectivas a nivel global. La Corte Internacional de Justicia ha suspendido sus actividades. La propia OMS recoge más críticas políticas que apoyos. Los demás organismos especializados, están en pausa. En definitiva, los factores de discordia, no han variado, y pueden reactivarse en desmedro de la solidaridad requerida.
Hay un campo adicional que conviene considerar, me refiero al Derecho Internacional General. La tendencia aconsejada es el aislamiento. Por temporal que sea, podría tener como resultado el que cada país la aplique, no sólo en lo vecinal, sino respecto a los demás. Tendría una consecuencia indeseada, y comprometer la movilidad que facilita la práctica internacional para todos, sin exclusiones. Lo logrado tan trabajosamente en tantos años de evolución, podría retroceder más de lo necesario y alterar la creación del derecho global de modo más profundo. Es un riesgo de sostenerse en el tiempo. Lo enunciado es igualmente válido para los derechos internos de los países. Muchos nos encontramos con legislaciones para situaciones de normalidad, y todavía así, atrasadas, obsoletas, llenas trámites burocráticos presenciales. Un sistema legal sobrepasado. Habrá que readecuarlo.
Los ejemplos mencionados muestran que la pandemia está produciendo dichos efectos, y muchos más. Tal vez el mundo que conocimos volverá, tarde o temprano, ojalá mejor y con muchas lecciones aprendidas. Es de esperar. En todo caso, no será el mismo.