A comienzos del mes de abril, The New York Times daba fe de un movimiento político impensado para el Gobierno del presidente estadounidense: la cooperación del gobierno chino para combatir los efectos de la pandemia en el territorio norteamericano, principal país afectado por esta crisis.
Sin embargo, es importante señalar que en las circunstancias actuales que vive los Estados Unidos, se encontrarán aquellos que se «alegren» de ver a este país golpeado por la pandemia del Covid-19, o que por el otro lado, aplaudan como un «logro ideológico» el hecho que tanto rusos como chinos estén brindando su cooperación al gobierno de Donald Trump como si se tratara de una señal del fin del capitalismo global; del cual esos dos países tienen participación activa en los mercados, aunque no sean necesariamente participantes de las ideas occidentales al respecto.
Al encontrarse el mundo sumergido en una situación donde se ha detenido la «normalidad» con la que se actúa regularmente, es más efectivo ver este tipo de respuestas de los países dentro del razonamiento de un acierto político por parte del Gobierno estadounidense pensando en su propia sobrevivencia.
Semanas atrás, el analista israelí Yuval Harari dejaba claro en un artículo para Financial Times que en la era post pandémica, el Gobierno de los Estados Unidos podría enfrascarse en una lucha por ver quién sería el culpable de la pandemia y ampliar la guerra contra el Gobierno chino o acoger una línea cooperante con este país para evitar un declive mucho mayor tanto de su país como de la economía global de la cual ambos son dependientes.
Mantener un análisis con pensamiento apegado a los modos y estilos de la Guerra Fría propia de los años 90 no es la ruta correcta de ver la reconfiguración del sistema internacional que estamos viviendo en la actualidad, el cual, sí queda claro que está camino no solo de un quiebre, sino de un reordenamiento conforme a la realidad de la actualidad.
Sustituyendo el desgastado esquema originado durante el período entreguerras y enquistado desde la postguerra, acomodándose quizás a un liderazgo jerarquizado entre líderes globales, regionales y otras categorías con todos los actores que forman parte en el sistema moderno, incluyendo grupos no gubernamentales, empresas transnacionales poderosas y grupos subversivos, así como la descentralización y casi desmantelamiento de la visión estatocéntrica hacia una identidad nacional más arraigada en la homogeneidad de los iguales; una especie de «tribalización moderna».
En vista de lo anterior, se debe considerar que ni la República Popular de China, así como tampoco la Federación Rusa representan el viejo socialismo real que expiró a finales de los años 80, ellos por el contrario están en plena competencia global por sacar provecho económico, político y estratégico a lo que sea que ocurra en el mundo; como cualquier potencia, solo que no por una cuestión ideológica, sino por intentar copar mercados y controlar regiones. Los rusos y los chinos son expertos en conversar con actores que son disimiles entre sí y al mismo tiempo tener fuertes lazos por conveniencia. En esto no hay amistad, ni nada que se parezca. Ejemplos de lo anterior se puede ver en el control actual de Rusia sobre Medio Oriente o el dominio chino en los mercados y foros de cooperación en las zonas asiáticas y africanas.
En la situación actual de los Estados Unidos con el país muy golpeado por un virus que además ha mutado de su composición original lo mejor es poder negociar cooperación de quienes ya han pasado por el primer impacto con mucha fuerza como lo ha sido la República Popular de China.
Al mismo tiempo, quienes han sacado un importante beneficio propagandístico para sus intereses globales, es la Federación Rusa quienes también han cooperado con el Gobierno estadounidense para hacerle frente a la pandemia, siendo ellos mismos un país que tiene cierto hermetismo en revelar sus datos reales sobre lo que viven directamente y se ha transformado en un arma de guerra de la información.
No cabe duda de que la imagen de la nación más poderosa del mundo se ve golpeada por los efectos de un mal manejo inicial de la crisis, pero sería arriesgado ver en esto una sentencia de muerte, o el fin inmediato de su liderazgo en el sistema internacional en el que ha creado codependencia en la forma en la que se produce y consume a nivel global.
Ante lo anterior es importante mencionar que las relaciones entre Estados en la era moderna se mantienen en la dinámica de «cooperación - conflicto» que es lo que les mantiene de cerca en sus relaciones con otros actores del sistema. Los debates ideológicos están sin duda en el eslabón más bajo de las motivaciones para la política internacional; lo cual no quiere decir por supuesto que no existan en alguna parte de las discusiones un espacio para plantear la vieja forma de llevar la política y su práctica entre los participantes del gran teatro global.
En otro frente de observación, algunos analistas prevén que aceptar estas ayudas por parte de los Estados Unidos podrían convertirse en un duro revés para las intenciones de reelección del presidente Trump, viendo además en su respuesta frente a la crisis por la pandemia como un eventual referendo para lograr o no seguir en el poder o sucumbir frente al candidato demócrata.
Para verdades, el tiempo, literalmente siempre se ha dicho que cuando Estados Unidos estornuda el resto de los países que tienen negocios con ellos se resfrían, y esta no será la excepción, sin embargo, resaltar el dejar de lado ese discurso chovinista (aunque sea por un rato) y permitir que se de ese intercambio o contacto entre naciones poderosas podría ser un movimiento acertado que prevenga el nefasto número de 200.000 víctimas a las cuales podrían llegar y en conjunto lograr reactivar un mundo que se paraliza entre el temor y la incertidumbre de qué hacer y cómo lograrlo que ha ocasionado el Covid-19.
Quizás la pandemia pueda generar un mundo más idealista donde las propias potencias se den cuenta que puede haber un equilibrio hasta en el modo en el cual se reparten el mundo, sin necesidad de ser los únicos en su control; esto puede sonar a un sarcasmo muy oscuro, pero ¿por qué intentar adueñarse y controlar todo si se pueden intercambiar entre las grandes naciones los elementos más importantes del poder y el control global conforme a sus propios intereses como lo han hecho hasta ahora en un esquema de competencia desgastante individual? La respuesta evidentemente no existe por ahora ya que se trata de un planteamiento especulativo.
Estaremos pues frente a la necesidad de migrar hacia un tipo de «cooperación globalista», como paradigma que mezclaría eso que el presidente estadounidense siempre rechazó como «Gobierno global», junto con la necesidad de cooperación entre los Estados; apegado por supuesto a los intereses con los que se moviliza su país desde hace décadas en diferentes lugares del mundo.
Como lo mencionó el propio Harari en su artículo:
Si esta epidemia eventualmente resulta en una cooperación global más estrecha, será una victoria no solo contra el Covid-19, sino contra todos los demás peligros que amenazan a la humanidad, del cambio climático a la guerra nuclear. Pero hasta el momento, la principal lección es que la falta de solidaridad global y liderazgo representa un peligro inmenso para la humanidad.
Finalmente, y sin querer pecar de demasiado ingenuo o idealista, es obvio que, en la situación actual, China y Rusia querrán sacarle mayores réditos económicos y políticos a la crisis de la pandemia no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, principalmente en aquellas regiones con largos años de control del eje atlantista u occidental.
Lo mismo intentarán algunos actores no gubernamentales en aprovechar la oportunidad y la vulnerabilidad de los gobiernos para lograr mayores cuotas de poder, como por ejemplo lo han hecho algunos carteles de la droga en México para ganar las simpatías de las personas en sus regiones de dominio, tal y como mencionaba la prensa a comienzos del mes de abril que ocurría en Tamaulipas, el juego estará en quién logre mayores alianzas de conveniencia.