Llevábamos demasiado tiempo viviendo o imaginando distopías, cuando una de ellas nos alcanzó de lleno. No podemos decir que no nos avisó – desde el 23 de enero del 2020, pero seguimos nuestra rutina mirando hacia otro lado. Al fin y al cabo, el problema estaba en otro continente, les afectaba a otros. Hasta que, de repente, la vida nos paró de una forma tan brutal como en cualquier guerra. Quizá para hacerse escuchar, quizá para que nos escucháramos a nosotros y muy probablemente para que nos demos cuenta de qué es lo importante.
Escribo esto un 24 de marzo – no quiero contar los días de confinamiento para que no parezca una condena y poder sobrellevar mejor la situación- con la necesidad de compartir lo que opino de toda esta pandemia del Covid-19, sin cursilería, sentimentalismos o corrección política. A lo largo de estos más de 10 días de encierro libre he leído algunos artículos y opiniones interesantes sobre el tema. No soy ni internista, ni epidemióloga, ni mandataria del G8, pero en este tiempo creo que sí hemos aprendido unas cuantas lecciones.
La primera, y la más importante, es que no debemos dar a la realidad por supuesta. Pensar que la burbuja tranquila e ideal de viajes, compras, seguridad en la que vivíamos es toda la realidad, es absurdo. Hoy he leído que los estudiantes de Bachillerato en España se quejan de que les envíen el temario para ir preparando las pruebas de acceso a la Universidad cuando salgamos de esto, y su respuesta es la queja por tener que prepararlo solos y perder además los viajes con sus amigos y el verano en la playa. Hay muertos hacinados en pabellones esperando ser incinerados o enterrados y les preocupa su mundo ideal.
La segunda, enlazada con la anterior y no menos importante, es que sencillamente no hay más tiempo ni espacio para estupideces y mediocridad. Ni banderas, ni dinero, ni egos descontrolados de gente miserable que juega con los ciudadanos. Un simple virus, que en verdad es un ser que está entre la vida y la muerte, vive de nosotros- nos ha hecho recordar que el patrimonio más importante es la vida y las personas. Tan simple, que lo habíamos olvidado como los estudiantes, inmersos en nuestro pequeño mundo particular. Es la hora de la responsabilidad, de la gente valiente que sale a su trabajo – siendo médico, taxista, cajero de supermercado o militar- arriesgándose por los demás. Por algo que nos suena tan lejano como el bien común. Pero que ha pasado a significar el bien de cada uno de nosotros.
Y finalmente, creo que hemos aprendido a valorar lo que importa: los afectos y la verdad. El hecho de que no puedas salir a pasear o tomar un café hiere el libre albedrío y hace que la mente humana no asimile muy bien la situación, pero si tomas esa decisión no porque no puedas sino por responsabilidad y afecto hacia los demás cambia todo.
En cuanto a la responsabilidad, en el caso de España, la actuación – o más bien inacción consciente – de los responsables políticos ha sido clamorosa. Su ejemplo, nefasto. Empezando por no respetar ni una cuarentena en el caso del vicepresidente Iglesias o utilizar este tiempo para organizar caceroladas y entretener a la gente en Twitter a la caza de votos. En este preciso instante, es tiempo de lucha para frenar el mal, y debemos canalizar todas nuestras energías en esto, pero que no piensen que la gente no pedirá responsabilidades, porque las hay. Y habrá que dar cuenta de ellas.
Dar cuenta, por ejemplo, de por qué no se están acordando de autónomos que no tienen actividad ni ingresos y a los que no se les perdona sus cuotas. De por qué no se hizo caso al criterio de la OMS cuando desaconsejaba reuniones masivas para sacar rédito político de una lucha más que justa, como es la causa feminista, que no necesita de ningún partido político que la defienda. De por qué ya que representan o dicen que representan al pueblo no son los primeros en dar ejemplo y reducirse sus sueldos. En esta situación hay millones de casos distintos, millones de historias diferentes, es muy compleja, pero hay responsabilidades. Y los que están en la palestra del poder deben dar cuenta a un pueblo cansado de aguantar su mediocridad y falta de estatura para la gestión. Aun reconociendo que las dimensiones del tema son más que complejas.
En la épica periodística muchos calificaron el atentado del 11-S como el inicio del siglo XXI. Desde entonces – y de nuevo en el Año Nuevo Chino de la Rata que renueva un ciclo de 12 años- hemos pasado por la Gran Recesión, la caída de la banca mundial por jugar al casino sin pensar en las consecuencias y creyendo que el dinero es en sí una industria.
Creo sinceramente que es ahora cuando comienza todo. Porque el hecho de que emocione saludar a un vecino desde el balcón indica que estamos unidos en esto. Que habrá muchas bajas, dolor y sufrimiento, pero que saldremos y para superar lo que venga después – un verdadero Nuevo Orden en todos los aspectos de la vida- moral, social, profesional, económico- en el que debemos ayudarnos unos a otros. Ir al cine, a tomar un café o hacer la compra en el supermercado cuando uno quiera será un lujo que, ahora sí, apreciaremos en toda su dimensión. Pero la paciencia, la empatía, el coraje y todo el aprendizaje de esta experiencia serán los que nos harán evolucionar a una vida más lógica, más acorde a los ritmos de la propia naturaleza. Eso sí que no hay revolución que lo supere. Hasta que podamos salir, mucha fuerza y ánimos para todos. En cualquier lugar del mundo.