Es costumbre, en Estados Unidos y Canadá, predecir cuán largo se hará el invierno basándose en el comportamiento de la marmota el día 2 de febrero.
Esto es, cuando el animal sale de su madriguera, si el cielo está nublado, no verá su sombra y se alejará de ella, lo que quiere decir que el fin del invierno está cerca. Si, por el contrario, el cielo está despejado, entonces verá su sombra y regresará a su guarida, lo que significa que el invierno aún durará seis semanas más.
Este método comenzó a ser utilizado por los granjeros hace más de cien años, un sistema como tantos otros, centrado en la observación de la respuesta de los animales de cara a pronosticar el clima, determinante para el estado de sus cosechas.
Aunque hoy son muchos los lugares en donde se celebra tal acontecimiento, el más famoso es Punxsutawney (Pensilvania), que sería el original. Allí está la marmota Phil, que es sacada, al amanecer, de su madriguera del tronco de un árbol para realizar su tarea de cada año.
Pero el inicio de ello no se encuentra en Estados Unidos, sino en Europa, en una festividad religiosa (como casi todo lo que sale de Europa), la fiesta de la Candelaria, que se celebra el 2 de febrero. Hace cientos de años, ese día, los sacerdotes repartían entre los fieles las velas que previamente habían sido bendecidas. En esa misma fecha, los creyentes sabrían, en función de cómo estuviera el cielo, si habría un segundo invierno o no (si el erizo podía ver su sombra, aún quedarían seis semanas de frío).
Más tarde, los alemanes que emigraron a Pensilvania se llevaron con ellos sus tradiciones, como suele pasar, aunque tuvieron que hacer algunas adaptaciones, como sustituir al erizo por la marmota. La primera vez que se tiene constancia de este hecho fuera de las fronteras europeas data de 1886; desde entonces se ha sucedido cada año.
Una interesante película de los años noventa, con dos de los más populares artistas del momento, trata de ilustrarnos acerca de los detalles del mencionado acontecimiento. Un afamado meteorólogo de televisión es el encargado de cubrir año tras año la noticia, tarea que lleva a cabo con gran hastío y buenas dosis de sarcasmo.
Debido a una inesperada ventisca, él y su equipo deben permanecer esa noche en Punxsutawney, donde, primero con estupor y luego con espanto, observará que a partir de entonces todos los días son el día de la marmota.
Una vez superado el sobresalto de los tres primeros días, aprovecha para sacar partido a la situación, ganando puntos para ligarse a la guapa reportera Andie MacDowell. Tras varios intentos infructuosos, con sus consecuentes bofetadas, prueba a saltarse todas las normas posibles para ver el alcance de sus consecuencias, e incluso prueba con la muerte, pero nada impide que una y otra vez, a las 6:00 de la mañana, le despierte UB40 con el I got you babe para vivir de nuevo el mismo día.
Es curioso cuál ha sido la repercusión de la película, que, aun sin haberla visto, es común referirse a «el día de la marmota» para hacer referencia a aquellas acciones que valoramos repetitivas y, sin duda, aburridas (como le hubiera parecido al propio Phil Connors).
De regreso a las tradiciones folclóricas con protagonistas animales, muy en la línea de lo de la marmota, encontramos en España, en la localidad de Carasa (Cantabria), una fiesta popular ya de interés turístico regional.
Corría el año 1477 y una sequía que azotaba las cosechas sin piedad, cuando el entonces alcalde, Manuel Otero, se vio obligado a recurrir a lo sobrenatural en busca de una solución para sus problemas. De ahí que se tomara a una gata negra, supuestamente con poderes, a la que se llevó en procesión; al soltarla, esta se fue hacia las mieses y, milagrosamente, las cosechas «resucitaron».
Desde entonces, cada 16 de agosto se lleva una gata negra a la plaza del pueblo, acompañada por una orquesta, disfraces y gran algarabía. Después, se tirará a la gata desde un balcón, a dos metros de altura, para comprobar si se va a las mieses (la cosecha será buena) o se va a las montañas (la cosecha será mala).
Son muchos los animales que están presentes en el imaginario colectivo, si no en costumbres como las relatadas, sí en los refranes, cuyo conocimiento era de gran utilidad para el mundo del campo. Las aves que, ante la llegada de una masa de aire frío que lo vuelve más denso, bajan su vuelo, o la cigüeña, que regresa por San Blas.
La efectividad, científicamente, no está demostrada, incluso se intuye que pueda ser menor de lo que lo que se cree. Y luego está la parte de supersticioso que llevan consigo, de confianza en lo estrambótico, en estos tiempos en los que lo que realmente impera es la ciencia. Por no hablar de los animalistas, a la caza de todo acervo con sospecha de maltrato animal.
Sin embargo, tanto estas como otras son tradiciones que llevan largo tiempo con nosotros y que nos enorgullecemos de conservar, ya que en ellas nos gusta ver los orígenes de los que partimos, la riqueza de la cultura, la identidad de un sitio, lo particular y pintoresco que nos conforma como pueblo y lo que, a su vez, nos diferencia de otros. Con las tradiciones también nos reconocemos.