Un antiguo dicho popular, afirma: año bisiesto, año funesto. El 2020 no ha sido un tiempo fácil para el mundo, y tiende a complicarse más. A un aumento de las diferencias y conflictos de todo tipo, que enfrentan o distancian los países, ahora se suma la pandemia global del SARS-Covid-19, de incalculables consecuencias, inmediatas como de mediano plazo, hasta que se descubra, pruebe su eficacia, y llegue a la población afectada, el antídoto o vacuna que la contenga, cure y erradique eficazmente. En algún momento sucederá, ya que es un desafío que cualquier centro investigador o laboratorio científico moderno no puede eludir, por su urgencia y extraordinaria necesidad.
Se puede añadir el incentivo de la ventaja comercial para quienes la patenten y distribuyan, precisamente, por la dimensión mundial alcanzada por la enfermedad. No será de extrañar, como ya se ha advertido por los científicos, que el proceso de investigación y comprobación, pueda ser más corto que lo habitual, que requiere de varios años. Esta vez, por la presión y demanda reales, podría obtenerse en un año o algo más. Resulta lógico planteárselo, dado que se procurará ir directamente a los resultados, sin el correspondiente período de comprobación acuciosa, acierto y error, que han caracterizado previos descubrimientos. Con el apuro, podría circular algún producto ineficaz. Paralelamente, habrá que contemplar las ayudas económicas correspondientes, para que dicha cura resulte accesible masivamente, y no sólo la tengan unos pocos, sabiendo que los costos serán altísimos.
Todo lo anterior es meramente especulativo, pues falta el elemento esencial: alguna certeza científica en la que podamos basarnos. No obstante, la inmensa maquinaria especializada en las infecciones ya está en marcha acelerada. Es de esperar que pronto tengamos resultados, ya que el planeta y sus habitantes lo necesitan. La altísima propagación sumamente rápida, y la alarmante tasa de mortalidad comprobada, unida al virus, ha creado el correspondiente temor, amplificado por un planeta interconectado e informado al instante. No son de descartar algunas expresiones de pánico o de sobredimensión de lo que ocurre. Constituyen realidades, inocentes o deliberadas, usuales dentro del que podríamos calificar, de mundo electrónico y sus particularidades.
Eso sí, no es el único desafío global que debemos atender, por las consecuencias directas para la vida de todos. Se ha priorizado, como es natural, el evitar o restringir al mínimo, el contacto personal y social, impuesto o consentido, sobre la base de que el virus tiene una alta y rápida transmisibilidad, más por dicha causal que por su presencia en el medio ambiente. Así se ha informado. En consecuencia, no deberíamos tocarnos, ni siquiera en un saludo habitual, y mucho menos, mediante abrazos, besos, o cualquier cercanía. Un cambio sumamente drástico en que todas las expresiones de cortesía, amistad, afecto, y ni que decir, de amor, quedan prohibidas so pena de contagio. No sólo tales hábitos sociales resultan ahora peligrosos, pues el roce con cualquier superficie que algún infectado haya podido acceder, sería equivalente.
Las medidas no se han hecho esperar, y tenemos pueblos, ciudades, regiones y hasta países, en cuarentena y aislados, forzadamente. Algo nunca visto de esta magnitud en tiempos de paz, con restricciones o directamente prohibiciones de circular, dentro de ellos, como hacia y desde el exterior. El impacto para las personas, en todas sus actividades, ha sido directo en infinitos campos en que el desplazamiento resulta esencial, o en que la sociedad actúa interrelacionada.
Especialmente sensibles en aquellos sectores que más lo requieren y constituyen su habitual desenvolvimiento, como el turismo, viajes, gastronomía, abastecimiento, y tantos otros rubros relacionados aun indirectamente. Sin ser los únicos, pues toda actividad masiva o incluso reuniones reducidas, hoy no pueden realizarse, con restricciones que las condicionan o impiden. El trabajo y sus incontables manifestaciones, nacionales como internacionales, ya no son lo mismo.
Toda actividad laboral en sociedad, ha resultado afectada, como el transporte, recreación, actos deportivos y múltiples más, con las inevitables y cuantiosas pérdidas económicas causadas. Especialmente afectada ha sido la educación, tan trascendente en todos sus niveles, ahora trastocada. La natural interrelación entre alumnos y profesores, ha debido suspenderse o simplemente, eliminarse. Se afirma que es posible paliar estas condicionantes, reemplazando la relación en clases, por aquella a distancia, remota, o mediante plataformas tecnológicas. Es cierto, que desde un simple celular con multifunciones, o alguna computadora, por antigua que sea, se posibilita la vinculación en redes u otro tipo de conexión básica, aunque requieran estar actualizadas; pero otra cosa es la intercomunicación simultánea, grupal y generalizada, entre académicos y sus discípulos. Para quienes las poseen y practican desde hace tiempo, puede parecer accesible y normal, en colegios, establecimientos educacionales, universidades, o trabajos aparejados, que dispongan de ellas, de manera amplia, adecuada tecnológicamente, y para quien la requiera, según las edades y tipo de enseñanza impartida. ¿Las tenemos? ¿No será un tanto ilusorio y pretencioso, presumir que todos disponemos de dicho acceso sofisticado? ¿Y qué decir del mundo no desarrollado? ¿Habremos alcanzado tal grado de uniformidad comunicacional? Tal vez no es la realidad imperante, por avanzados que pretendemos ser.
Caminamos hacia ello, pero aseverar que ya lo logramos universalmente y en cualquier nivel sería equivocarnos. Y lo que es peor, implementar este remedio como reemplazo de la interrupción o la carencia del contacto personal o societario, nos puede llevar a ser mucho más ineficientes, y extremar las diferencias entre quienes poseen estos avances, y quienes están mucho más atrasados, o nunca los tendrán. Quedarían más en evidencia las dramáticas inequidades en los países como mundiales. Igualmente debemos considerar, además, que detrás de cada dispositivo electrónico hay una persona que tal vez no tenga la capacidad ni los conocimientos necesarios para su eficiente utilización, porque nunca los adquirió, son de generaciones anteriores, o están impedidos por su capacidad adquisitiva. La brecha entre unos y otros, podría aumentar y profundizarse, lo que marcaría una diferencia abismal, insalvable, dejando tantas poblaciones, definitivamente atrasadas. Requerirá mucho esfuerzo, coordinación y solidaridad, sin olvidar a quienes actúen especulativamente. Este enorme desafío, también puede servir para encontrar una posibilidad única de profundizar, promover y expandir la tecnología, con urgencia; sin desconocer que requerirá de enormes recursos, precisamente en un momento en que el mundo, inevitablemente, entrará en una recesión profunda y prolongada.
Si así fuere, la pandemia viral que nos afecta tan gravemente podría mutar y dejar de ser un desastre para convertirse en una verdadera oportunidad.