Predicar que todo tiene solución es inducir a un cambio radical en la vida. Convencer de que la felicidad no solo es posible si te lo propones, sino que es, además, una obligación, es el discurso de los gurús del pensamiento positivo, desparramado en una montaña de libros de autoayuda y de una amalgama de talleres, seminarios y cursos de superación personal. La autoayuda vende, y mucho; especialmente aquella que toma prestados, en su estrategia de seducción, diferentes elementos de la literatura de calidad como las apelaciones a los lectores, los climas de confesión y el relato.
En general, sin embargo, la autoayuda está plagada de imitadores de los autores de éxito, capaces de escribir trescientas páginas tomando de aquí y de allá dos o tres ideas, ¡que ni siquiera son suyas!, en torno a los principales ejes del pensamiento positivo, la superación personal y la felicidad. En base a un discurso repetitivo, saturado de opiniones y consejos, rebosado de tópicos, pseudoterapia y ausencia de pensamiento crítico, la autoayuda involuciona al lector hacia una vida de expectativas planificadas.
Los voceros del si quieres, puedes, del todo tiene solución, los comerciales del humo de la felicidad pase lo que pase, con frecuencia no miden el alcance de su influencia sobre las personas que les leen y creen en busca de resolver una inquietud. La angustia provocada por la frustración, al no cumplirse las expectativas puestas en ese tipo de lectura, es una consecuencia frecuente de la presión que se ejerce sobre alguien al que se le insiste en que «tiene que ser feliz», en base a fórmulas universales de la felicidad, válidas para cualquier mortal. Y es que la autoayuda nos uniformiza, nos simplifica, nos arranca la diversidad, al presentarse como un remedio para «curarnos» de la tristezas modernas y de los miedos e incertidumbres postmodernas.
Como psicólogo y lector, recomiendo leer buena literatura. Como psicoterapeuta comparto con mis pacientes y consultantes la capacidad de la buena literatura, sea de ficción o neurocientífica, para inducirnos a la reflexión, para acercarnos al autoconocimiento, para valorar y aceptar diferentes puntos de vista, para comprender mejor el mundo y a uno mismo. Al leer estamos estableciendo contacto con la parte más sensible de nosotros mismos. Es lo que denomino la parte silenciosa de la terapia. La autoayuda de las soluciones infalibles para los problemas reales no cumple, en mi opinión, los estándares básicos de calidad para aportar valor a un tratamiento psicológico. Espero ser claro explicando por qué considero que esto último es así.
Comparto con el psicólogo Carlos Sanz Adrea, que el reclamo que subyace al éxito de la autoayuda es la promesa de soluciones fáciles y cómodas a problemas complejos que, por lo general, requieren esfuerzo. La cultura de la inmediatez y del consumo en la que vivimos, la tendencia a ahorrar procesamiento de la información de nuestro propio funcionamiento cerebral, construyendo explicaciones para seguir adelante (o salir del paso), contribuyen a este éxito del fenómeno de la autoayuda. La autoayuda, como ocurre con la retórica política o el marketing, ofrece el caramelo de lo cercano, la promesa esperanzadora de cambios y mejoras a muy corto plazo. Ésa es la génesis de su efervescencia, de su material repetitivo y automatizado.
Moriría en el intento de desmenuzar la promiscuidad de vaguedades e ideas ambiguas que contiene la autoayuda, especialmente la de los tipos carismáticos que escriben tonterías pseudo profundas. La mera utilización de palabras con un significado abstracto, como «belleza», «manifestación» o «felicidad», entre otras muchas, les basta para que muchas personas perciban sus opiniones, frases y consejos, como profundos y valiosos, y compren sus libros. Libros que, desde una visión muy individualista, te quieren hacer entender que las riendas de tu vida, de lo que te pase, de lo que hagas o dejes de hacer, las tienes tú. A algún consumidor/a compulsivo de la superación por uno mismo, agobiado y maltrecho por la frustración de sus expectativas, le he tenido que acompañar en la reflexión sobre la ¡menuda carga! de responsabilidad que esto supone, de la lógica perversa que se esconde en el afán de alcanzar el objetivo último del bienestar individualista y comparativo.
En un ensayo publicado en la revista Psychological Science, por la filósofa y psicóloga Joanne Wood, se concluye que frases como «tú puedes» suelen generar el efecto contrario al que se pretendía. Hacer creer a quien lo está pasando mal o se encuentra en un estado de vulnerabilidad emocional, afectiva, física o social, que todo está en su cabeza y cualquier cosa mejorará cambiando de actitud, tiene un efecto perturbador de consecuencias imprevisibles. La dictadura de la búsqueda de la felicidad en un puñado de páginas, se convierte en una trampa para nuestra vida mental. Cabe no despistarse con el hecho de que la autoayuda, particularmente la que proviene del pensamiento mágico y supersticioso, puede y de hecho suele, estar vinculada con movimientos coercitivos o sectarios, donde es fácil de captar y reclutar a quien lleva el alma en almoneda. En esta dirección, se ha publicado material que pervierte prácticas legítimas como el mindfulness para aumentar la captación de personas o anular su sentido crítico.
Para acabar — con esto acabo porque de lo contrario no acabaría nunca — déjenme convencerles (aunque comparto y me aplico aquello que decía Saramago de que convencer es un intento de colonizar al otro) de algo: los humanos tenemos una enorme capacidad para cuestionar las cosas, venimos de la fábrica genética con una buena dosis sana de escepticismo. El ejercicio crítico nos ayudará a comprender que lo que vale, lo que nos funciona, ha de estar contrastado por la evidencia.
Sí, he leído mucha autoayuda, lo he hecho como obligación y responsabilidad de un psicólogo profesional al que acuden personas en situaciones de vulnerabilidad, a veces después de un fracaso terapéutico tras otro. Muchas de ellas se han bebido el océano de la autoayuda. Sobre la mayoría de la autoayuda que he leído y sus autores solo puedo decir que el oscuro secreto del negocio de decirle a los demás lo que han o no han de hacer, es que los consejos siempre están más llenos de palabras que de certezas; por eso en la frustración de un libro de éstos, buscamos otro. Solo cabe esperar que la decepción y la frustración de las expectativas puestas en la autoayuda, nos devuelva a la cultura y a la ciencia, como fuentes reales de nuestro bienestar.