En la isla Mancarrón del archipiélago de Solentiname, localizada en el Gran Lago de Nicaragua, al sur de este país centroamericano, existió la comunidad fundada en los años sesenta por el poeta y sacerdote revolucionario Ernesto Cardenal. Las islas, bastión de la resistencia ante las luchas armadas, a raíz de la experiencia con el poeta Cardenal, son cuna de artesanos y artistas que sostienen una ligadura en común con su forma de identidad, vivenciada durante las distintas fases de su acontecer. La comunidad fue un movimiento espiritual, político y artístico sustentado en un compromiso con el cambio social de Nicaragua durante los años de la dictadura somocista en particular.
Debido a la cantidad de sitios arqueológicos donde se ha encontrado lítica y arcilla precolombina, apuntan hacia otra clave para la reflexión: su historia y memoria, activadores que suman al acercamiento a la naturaleza, a su singular entorno que merodea bajo las arboledas, hojarascas, ramajes o sotobosque, esenciales por la diversidad de vida lacustre, así como de las aguas del lago, lo que hoy denominamos «humedales», de gran importancia para el equilibrio del clima del planeta. En términos medioambientales, el archipiélago de Solentiname se encuentra en una de las áreas con mayor diversidad y exuberancia de ecosistemas terrestres y lacustres de Nicaragua y Centroamérica, razones que mantienen la declaratoria de Monumento Nacional por el Estado nicaragüense (1990) y Reserva de la Biosfera por la UNESCO (2003).
Residencias artísticas
Son una experiencia de vinculación que un artista contemporáneo desarrolla con la comunidad, para empaparse de su historia, encadenamiento social y cultural, geografía, entorno natural, y contexto. Pero, también, el residente observa la morfología ecológico- ambiental que imprime originalidad a la superficie vivencial, antropológica, sociológica, lo cual posee rasgos específicos al proponer una obra o proyecto de investigación que manifieste su experiencia con la isla, con los habitantes, con el lago, con el país Nicaragua e incluso con el istmo centroamericano. Véase aquí.
En tiempos pasados los artistas estudiaban el paisaje, la luz, los caracteres de la geografía y arquitectura del lugar; pero siempre, ese paisaje era una superficie externa o piel que no cambiaba nada con la intervención del artista; era similar a tener una captura fotográfica. Hoy en día, el artista cava bajo esa superficie, para conocer, analizar, derivar conocimiento de sus formas de vida manifiestos en los cultivos, flora, fauna y modos de sobrevivencia como la pesca, cultivar el maíz, los frijoles, el arroz, las verduras y legumbres; permite inventariar y estudiar rasgos morfológicos de los animalitos como lo hace Vidal Arellano, oriundo de las islas con la serpiente, la tarántula, el conejo, el armadillo, el zorro, la zarigüella, el pizote, el gavilán, la paloma, el papagayo el jilguero, y, por supuesto, los peces. También, al vivenciar y participar durante el lapso de tiempo que implica su residencia, aprende de la vida de sus habitantes, palpando lo que solo se asimila en esa tolerante convivencia con el lugar y su cultura.
Museo al aire libre
Al convivir en una residencia de esta naturaleza se trata fundamentalmente de dar y recibir, en tanto el residente, como se dijo, llega y comparte con los habitantes del lugar sus experiencias, muestra fotografías de su trabajo y conceptualización de hacer arte en tiempos actuales, e imparte talleres para motivar otros talentos y destrezas. De manera que el proyecto crece, conformando un verdadero museo vivo, al aire libre, donde la metáfora de la colección y las salas expositivas son la misma naturaleza o entorno, y los artistas insertan piezas de acuerdo a su estilo propio y comprensión del fenómeno de producir arte hoy. Es como abrir una gran ventana donde se encuentra un libro aún por escribir, para ver y dejarse ver desde otras culturas y formas de pensamiento. Residentes y proyectos En los puntos de interés para los cuales se ha abierto una convocatoria, se plantea desarrollar proyectos con el ambiente, con la memoria histórica del lugar, pudiendo plantear estudios de arquitectura sostenible, género, cultura popular, experiencias comunitarias, arte relacional, arte y poesía, fotografía y antropología social. Algunos residentes que hace poco postularon o fueron invitados a participar y aplicaron a esta manera de relacionar arte, naturaleza y cultura en este nuevo proyecto en Solentiname fueron: Pablo León de la Barra (México), Nuto Chavajay (Guatemala), José Norori Mena (Nicaragua), Federico Alvarado (Nicaragua), José Castrellón (Panamá), Claudia Gordillo (Nicaragua), Felipe Mujica (Chile), Jorge de León (Guatemala), Mauro Giaconi (Argentina), Christian Viveros Fauné (Chile-USA), Aída Castil (Nicaragua), Engel Leonardo (República Dominicana). El proyecto es gestionado por el artista nicaragüense Marcos Agudelo, con el apoyo de la comunidad campesina de Solentiname y algunas instituciones internacionales de España y Suiza.
Posibles lecturas
Esta experiencia motiva a hacer alguna lectura en base a las fotografías publicadas en redes sociales por Marcos Agudelo, promotor del proyecto. El historiador de arte el brasileño Frederico de Morais, en los años noventa, decía que nada sustituye la obra de arte; sin embargo, hoy en día, ante el impresionante acervo de imágenes y conocimientos que fluyen por las redes, nos acostumbramos a convertir cada imagen en un signo revelador, que brinda información y como lectores nos consumimos a catar esos procesos y distintas capas de conocimiento: Investigamos, ampliamos lo que se sabe de la geografía, la cultura; por ello se compara, yuxtaponen o sobreponen esas estratificaciones para construir un paisaje metiéndonos en el centro mismo del suceso histórico. Por otra, por lo menos en esta parte del mundo aprendimos la historia del arte apreciándola en libros, en láminas impresas; no tuvimos la oportunidad que tienen los habitantes de los países ricos de tener museos e ir a confrontarse directamente con la obra.
Tengamos, pues, alguna lectura e interpretación de dichos resultados: Engel Leonardo y Felipe Mujica intervienen el paisaje con un arte de carácter minimalista. El primero deja flotar enormes estructuras que desbordan la visual del lago para mostrar la fortaleza de las formas y contraformas. Estas esculturas, que usualmente apreciamos en esplanadas y plazas de centros culturales y museos transforman el entorno, lo contrastan con los contra-espacios, con las montañas y exuberante vegetación de las márgenes; ponen en tensión ese entorno en tanto lo orgánico encuentra un oponente en la línea y ángulo recto de las propuestas. Mientras las piezas de Mujica son cuadros en lonas que también observan el singular carácter minimalista, pero a su vez son síntesis de lo que se mira alrededor: Las plantas de banano con sus extensas hojas acanaladas implican la propuesta, muestran sus ritmos y movimiento; además, las arboledas u otros cultivos que componen ese jardín, al estar en una isla me sugiere la idea foucaultiana de jardín flotante, metáfora del sueño en una noche de verano.
Me atrevería a decir que quizás son una lectura recia pero cautivante y creativa visión del entorno. Las piezas dispuestas en la ruralidad de la experiencia, atraen o repelen, de acuerdo a la sensibilidad perceptiva del espectador, que ve desde fuera la vivencia. Las piezas de Mauro Giaconi, denominadas Camuflaje, intervienen unas pangas que hacen cabotaje entre las islas, transportan personas, pero también frutos agrícolas. Él las pinta con un lenguaje quizás pariente a las síntesis de Mujica y Engel, pero recordando, a una escala evidentemente menor, las naves acorazadas de guerra. Son un atuendo anecdótico, si se quiere juguetón, que no disturba el paisaje, sin embargo, lo personaliza y afecta a la mirada al ver esas canoas moverse con gracia perceptiva y reflejarse por las aguas del archipiélago.
Las propuestas fotográficas de José Castrellón distan de la actitud sintetizadora de los artistas antes comentados, en tanto va directamente a los cultivos de la isla, a sus frutos, los cocoteros, al ubicarse al lado bajo una piña de pipas, y una joven, Tania, aparece tomando el agua del coco, un flujo de vida natural, en tanto posee los nutrientes y sales minerales necesarios para la hidratación humana, en esas extenuantes jornadas en un clima tropical seco. La metáfora sondea un acto muy sencillo pero profundamente vivencial: mamar la teta del planeta, como lo hacemos de niños. Castrellón introduce otro referente como es el banano, muy propio de la cultura agrícola centroamericana; con ello abre las páginas a otro libro más, y a otras memorias, las de la explotación de la tierra con prácticas poco sostenibles y dominación del trabajador, cuya historia remonta a finales del siglo XIX e inicios del XX, como una larga noche en el acontecer del istmo lo cual le hereda el nombre de Repúblicas bananeras.
Son memorias de filibusterismo, de imposición hegemónica, incómodas hasta de recordar y analizar aún en la situación presente, en tanto que, la fruta del banano tiene un costo en los mercados hegemónicos de un dólar, mientras que, al productor local, si acaso le llega un centavo a sus bolsillos. El abordaje fotográfico de este joven panameño, atañe a prácticas de poder, en lo cual el productor siempre es aplastado por la bota filibustera, que se introduce a nuestra cultura con otras caretas.
Algunas fotografías muestran la arquitectura del lugar, y en particular la de la capilla, la cual fue pintada por artistas y artesanos del lugar. Se aprecia en la fotografía de Agudelo donde aparece Domingo Ortega, músico local, quien interpreta canciones propias y de la misa campesina nicaragüense. Además, en la imagen captada por la destacada fotógrafa nicaragüense Claudia Gordillo, aprecia el contraste entre el afuera y el adentro del templo, lo interior y espiritual con el afuera en que se cierne un linde mundano. Nos es útil el lenguaje de los signos y símbolos desde la experiencia de estar y convivir un determinado arco temporal con los lugareños. Aporta un eje que explora el significado de las residencias cuando llegan aristas del mundo, y conviven con los habitantes aprendiendo de sus costumbres; pero que se llevan de vuelta, esa idea de lo interior (lo que flota como ilusión, retornando una visión muy frecuente en mi, la de las florecillas del alba en la ermita de las ilusiones del poeta Sengai, que al elevarse el sol desaparecen) y el exterior (la realidad geográfica, climática, cultural, social, política).
Para concluir
Agudelo, el curador de este proyecto comenta que, si bien la residencia también es una experiencia internacional, la mayoría de los artistas participantes han sido nicaragüenses y en este sentido le gustaría se comentara en imágenes y texto, además, la participación de Federico Alvarado, artista contemporáneo de importante perfil en el contexto regional quien pinta un enorme, murciélago matizado con su propia paleta; así como José Norori, artesano del pueblo de Nandasmo, cuya experiencia fué la más celebrada hasta el momento entre los pobladores de las islas.
Otra de la reacciones de Agudelo a este texto, incide en que mucha gente llega hoy a Solentiname esperando encontrar la comunidad fundada por Cardenal, y les toma una gran descepción descubrir que ya no existe.
Creo, y con esto cierro esta experiencia de visitar al menos virtualmente el archipiélago de Solentiname, que ahí se ubica la superficie de inflexión a observar, relacionar, y hacer conciencia sobre el impacto de llegar hasta el Gran Lago de Nicaragua y adentrarse en ese museo vivo de impresionante tolerancia cultural y natural: Un museo que flota sobre las aguas del lago (volviendo a la visión de Foucault). Es como abrir y cerrar un libro, con una carátula que todos conocemos y que ha sido filtrada por la publicidad, la industria del turismo, y otras formas de penetración y transculturización, pero cuyo interior es muy distinto en tanto fue cultivado por años a partir de la experticia y amor de los lugareños, quienes encienden una manera de ser que les retrata y vincula mediados por el arte contemporáneo.