Nadie puede ser sensato con el estómago vacío.
(George Eliot)
Leí una entrevista al Dr. Alex Piquero, psiquiatra, psicólogo y criminólogo, publicada en una revista que aborda temas sobre medio ambiente y salud pública, editada en inglés, en el que destacaba varios estudios que habían venido a demostrar que los niños que pasan hambre, tienden a desarrollar más conductas de falta de control de impulsos y alto riesgo de generar conflictos violentos. La verdad, como a mí, no creo que a ti, que lees este artículo, te sorprenda mucho esta afirmación. Pasar hambre es una de las experiencias más devastadoras y traumáticas que existen.
La pobreza infantil tiene diferentes rostros
La pobreza infantil afecta al presente de los niños y niñas que la padecen y se proyecta en sus futuros a través de gravísimas secuelas y consecuencias, afectando a todos sus derechos como seres humanos. La pobreza mata cada año a millones de niños en países donde aún se siguen desarrollando enfermedades aquí erradicadas o que nuestros hijos superan con una visita al pediatra y un poco de reposo.
Pero no hay que irse muy lejos para comprobar como la pobreza y la exclusión genera mala salud, retrasos en el desarrollo corporal, psíquico y emocional, en niños en un barrio cercano al nuestro de la ciudad, o en la puerta del vecino de enfrente. La malnutrición, el hambre, la desnutrición, propician deterioros cognitivos que abocan a muchas personas a aceptar la marginalidad como algo común a sus existencias y aprenden a base de palos a sobrevivir en esta realidad. La inexistencia de oportunidades de educación, o la educación insuficiente y poco eficiente que reciben niños con prolongado historial de absentismo escolar y desestructuración familiar, los sumerge en un presente devaluado y un futuro de más pobreza y exclusión social.
Acabo de grabar un programa de televisión sobre traumas infantiles y su repercusión fisiológica y psicológica en la edad adulta de quien sufrió de niña o niño, maltrato, abusos, violaciones, humillaciones, profunda falta de afecto y robo de la infancia. Algunas personas expusieron sus casos, libre y consentidamente, mostrando su imagen tal y como decidieron hacerlo. En varios de ellos, subyacía una infancia penosa y desestructurada, una vivencia de la niñez y la adolescencia llena de carencias afectivas y cura, hambre y desconsuelos, ira y agresividad. Y una adolescencia y adultez temprana de conflictos, de impulsos destructores alimentados por una creencia distorsionada de cómo sobrevivir venciendo a los demás, durante años en centros de internamiento para menores y en la cárcel después.
No es difícil hacerse una idea de la vida que le espera a un niño, en muchas de nuestras ciudades y países, que comienza luchando por un trozo de pan, aprende a robar para comer y luego para tener, que crece a base de palos, físicos y emocionales, en compañía de otros muchos en idéntica situación que él o que ella.
El hambre mata y embrutece
Algunos de los datos de los estudios consultados por Piquero resultan estremecedores. Muchos de los niños que pasan hambre hacen daño intencionadamente a otros niños y, en menor medida, también tratan de lesionar a adolescentes y personas adultas. El hambre (recuerden que estos estudios se enfocaron sobre niños y niñas que han pasado hambre) influye negativamente sobre una gran cantidad de patrones de comportamiento en la infancia, como la agudeza sensorial, el bajo rendimiento académico y (esto me llamó la atención enormemente) produce una enorme disminución de la capacidad para empatizar y el asertividad, hacia sí mismos y hacia los demás. Parece poco cuestionable, que el hambre que pasan los niños pobres desactiva los mecanismos básicos de la conducta adaptativa.
El Dr. Piquero, establece una clara correlación entre el hambre infantil, las dificultades para controlar el temperamento, la impulsividad y la violencia interpersonal en la vida adulta. Este hecho viene condicionado por los antecedentes psicológicos de la desnutrición en la infancia y los trastornos de la conducta que se presenten a lo largo del desarrollo, debidos a la influencia del contexto económico, social y cultural en el que se crece. Las condiciones socio psicológicas relativas a familias con vínculos poco estables, estructuras deterioradas y déficits en relación a la higiene y la salud, definen muchas reacciones violentas en el adulto.
Hambre es una infame y endémica patología social, y un detonante de violencia. La pobreza, la miseria, la desnutrición lesionan con heridas profundas la psique humana y con cicatrices su cuerpo. Como forma de violencia genera violencia, no podemos esperar otra cosa de la injusticia social que supone que niños pasen hambre y penurias a lo largo de toda su infancia. El hambre es un trauma infantil que aumenta exponencialmente la inhibición como retraimiento de la personalidad, la irascibilidad y tantos miedos que enseñan a vivir con fijación en los conflictos.