De mil gustos de amor, el alma llena.
(María de Zayas)
2020: lo que para los amantes de la numerología hubiera prometido ser un año reseñable, ha resultado de lo más catastrófico, y aún queda la sorpresa de ver cómo acaba. Tras meses de temor e incertidumbre, resguardados al amparo del hogar, que primero nos hizo sentir seguros, pero que con el paso de los días se fue tornando en inhóspito, alejados de la luz del sol y del calor de otros brazos, al fin llega el consuelo con los ansiados días de verano y la promesa de una nueva normalidad, que no es la de antes, pero que se puede parecer, o eso esperamos.
Nos arrojamos a las calles con las nuevas noticias, que pronto dejarán de ser tan buenas, pero que recibimos con el entusiasmo del agua que tampoco cayó en mayo. Sin embargo, el disfrute viene con cuentagotas, la diversión sin azúcar y la fiesta baja en calorías: por encima de todo, se hacen patentes las restricciones y los límites, cancelaciones de los eventos que adornaban nuestros días de estío, las fiestas de los pueblos, los conciertos al aire libre… Este nuevo verano, el más ansiado de todos, va a parecer menos verano que nunca.
No obstante, pese a ello, no todo serán renuncias: para los amantes del teatro, se mantendrán, aunque de aquella manera, los dos grandes festivales que acompañan desde hace décadas los cuarenta grados a la sombra: Mérida y Almagro. En el caso del último, se reduce el número de espectadores, el número de obras y también las fechas de celebración, que pasará de ocupar el mes de julio al completo a tan solo doce días.
En un principio, nos sentimos afortunados por el hecho de poder acudir a la cita anual, también en este anómalo 2020, aunque pronto se hace patente que en esta ocasión lo que se ha quedado fuera es la esencia última que por encima de todo caracteriza al festival: la alegría de las calles, el ruido de sus actores, el color de sus trajes, el sonido de sus risas. La gran ausente, sin duda, es la Compañía Corrales de Comedia Teatro, cuyos actores acostumbran a deleitarnos con su presencia en la plaza, animando a las gentes a asistir a sus representaciones, con ese gracejo tan particular que te transporta a los siglos de oro y la promesa de derrochar entretenimiento con las piezas más breves de nuestros autores más grandes. Afirmo, sin temor a equivocarme, que la Compañía Corrales de Comedia es lo mejor y más auténtico del festival.
Este año la oportunidad para verlos en escena fue dando vida a los tejemanejes de La discreta enamorada, que engendrara quien se jactaba de que sus obras, en horas veinticuatro, pasaban de las musas al teatro, en una única función.
Por otro lado, ecos hacían resonar la obra En otro reino extraño, protagonizada por la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, para cuya puesta en escena toman fragmentos de obras cómicas y dramáticas de nuestro gran Lope. A modo de rápida conclusión, diré que lo que pretenciosamente intentaba ser una sacudida espontánea de frescas reflexiones que bailaran al compás de clásicos sonetos, resultaron más bien manida palabrería venida de actores, a todas luces poco experimentados, estáticos e inexpresivos, que causó sin consuelo el tedio y la decepción.
Si algo ha germinado en el letargo al que nos hemos visto sometidos en los meses de clausura ha sido una nueva visión del ser humano. Generoso, altruista, familiar, necesitado de afecto y, sobre todo, humano. Cuántas veces hemos escuchado hasta la saciedad aquello de que una pandemia como esta nos ha ayudado a ser mejores y a saber lo que en realidad es importante en nuestras vidas. Y, vinculado a ello, tantos anuncios televisivos que han explotado el sentimentalismo para explotar también las ventas de sus productos, sin comentar ni de pasada que nos hemos echado tanto de menos que las ventas online han aumentado un 600%. Campañas publicitarias melodramáticas y avances informativos con un resumen de los terribles resultados eran el día a día que nos ha acompañado durante meses. Por suerte, de vez en cuando podía verse un contrapunto capaz de encontrar el lado gracioso y las carcajadas que tanta falta hacían (por citar solo un ejemplo, los monólogos de Martita de Graná, que hicieron muchos ratos bastante más llevaderos).
Han sido muchos los autores que se han regodeado en quizás la que ha supuesto la mayor fuente de inspiración de este último tiempo, para incluir esta temática en sus creaciones y de nuevo recodarnos lo que éramos antes de los botellones, de las playas abarrotadas y de las rebajas de verano: seres excepcionales repletos de amor que repartir.
En esto mismo estaba la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, que ha reunido a un grupo de chavales, todos ellos jóvenes, guapos y modernos, para aprovechar el Festival de Teatro Clásico de Almagro y contarnos, a modo de reflexiones personales y dramatizando piezas de Lope (mi querido Lope) la importancia que tiene el amor por encima de todas las cosas. Según mi parecer (y, después de verlos, también mi padecer), ocasiones más que suficientes hemos tenido para reflexionar ya sobre lo humano y lo divino en estos largos meses de ver la primavera por la ventana, ¿acaso son necesarias más reflexiones?
Dicho todo esto, solo me queda comentar el modo en que las jóvenes promesas de la interpretación tuvieron a bien finalizar tan reseñable interpretación: la chiquilla más avispada del grupo fue la elegida para, con lágrimas en los ojos y la vista puesta en un punto del infinito, referirse al desenlace de la película El quinto elemento, y poner así el broche final a ochenta minutos de pasión desmedida. ¿Para qué recurrir a Cervantes, Lope, Calderón o incluso Anónimo, puesto que estamos en el Festival de Teatro Clásico que rememora los siglos de oro, pudiendo echar mano de Bruce Willis y el cine de ciencia ficción?
Por suerte, aunque el programa no era tan extenso como se hubiese deseado, hubo oportunidades de quitarse la espinita. Por solo mencionar una: Andanzas y entremeses de Juan Rana, una exquisita representación que retrata al personaje que fuera Cosme Pérez/Juan Rana en un escenario en el que unos peculiares inquisidores esperan cernir sobre este el peso de la censura, llevándolo a juicio acusado de desacato, desobediencia, provocación, blasfemia, irreverencia, en definitiva, de provocar irremediablemente la risa de todo aquel que le contempla. Para lo que se valen tanto de las declaraciones de testigos, que pasan por Calderón e incluso Velázquez, como de breves y representativas escenas de piezas de conocidos autores. Ello acompasado de intervenciones musicales a ritmo de chirigota («¿Quién es Cosme Pérez? ¿Juan Rana quién es? El rey de la gracia, el alma del entremés») que, esta vez sí, movían a los espectadores al baile, a la risa y a un estallido de aplausos. Ojalá Juan Rana, o Cosme Pérez, que tan cansado estaba del personaje que le había usurpado la identidad, hubiera podido ver el homenaje tan maravilloso que la compañía Ron Lalá ha llevado a escena para traernos, a través de los siglos, le esencia que solo él mismo derrochaba.
Nos despedimos de Almagro con ganas de más, aunque contentos de haber estado. Comienza la cuenta atrás, ya queda un poco menos para volver al festival.