Donald Trump no ha atacado militarmente el territorio de la República Islámica de Irán, pero sí le ha declarado la guerra total en todos los frentes posibles: económico, comercial, financiero, político, diplomático, mediático, desde el momento en que asumió el poder y, en especial, desde mayo de 2018, cuando arrojó por la borda el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC), y se dedicó a forzar y amenazar a los demás firmantes del mismo.
¿El opresor oprimido?
Los veintiocho miembros de la Unión Europea (UE), a comienzos de 2020, el 11 de enero, fueron categóricos en señalar que spare no effort (no escatimarían esfuerzos) (Euronews) para mantener vivo el acuerdo de 2015. Pero la férrea firmeza subsistió dos días. No aguantó el céfiro de los aranceles a sus automóviles (The Washington Post) con el que Trump sopló (y resopló) desde el otro lado del Atlántico.
El truhan gringo no esparce flores como el viento mitológico del oeste, sino amenazas. Y estas son menos etéreas que la lluvia de pétalos del dios griego. La ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer, lo ratificó al ser confrontada por periodistas acerca de la coacción del presidente estadounidense: «This expression or threat, as you will, does exist» [«Esta expresión o amenaza, como ustedes quieran, sí existe»] (PressTV).
Es así que Reino Unido, Alemania y Francia (el llamado E3), que son la UE en pleno, cambiaron de opinión y no escatimaron esfuerzos para lo contrario, o sea, activaron el Mecanismo de Resolución de Disputas (MRD) del Pacto (The Washington Post, otra vez). Lo hicieron con el disfraz de una iniciativa lógica y autónoma. «Húbola de bendecir,/ Y ella quiérelo encubrir», escribió Gil Vicente, el pilar del teatro portugués y español, hace cinco siglos. Trump se despachó a gusto con ultimátums, mientras Europa silbaba en el callejón sin salida del deshonor.
Se trata de una maniobra que, en últimas, apenas servirá para que Naciones Unidas (ONU) le restituya a Irán las viejas y gastadas sanciones internacionales, y que, a pesar del atasco de la resolución en el Consejo de Seguridad (gracias a los probables vetos de Rusia y China), será otra coartada que aprovechará Estados Unidos para sacar del sombrero nuevas penalidades perversas. Con eso, si de todos modos se hace lo que se quiere, basta.
¿Revivir lo vivo?
La definición más rotunda del estado del Pacto la dio el vivaz canciller eslovaco, el señor Miroslav Lajčák, cuando asistía a la reunión de emergencia con sus homólogos del bloque y soltaba sin sonreír un gracejo que a ningún humorista político se le habría ocurrido mejor: «It’s not dead, we have to bring it back to life» [«No está muerto, tenemos que traerlo de vuelta a la vida»] (Currently US). ¿Al fin qué? Una broma certera, eso sí; como toda buena chanza, irrefutable.
A la señora Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, se le bifurcó el camino de espinas y quedó con dos opciones: revivir un vivo, si los europeos todavía se creen las mentiras propias, o matar un muerto, si se dejan de cuentos y le hacen caso sin chistar a Trump. Porque el Pacto, seamos claros, hace rato que expiró. Una verdad elemental que hasta el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el señor Josep Borrell, la sabe.
Pero no murió a causa de que Irán quebrantara los términos o violara las restricciones, tal cual sostienen a una voz los enemigos acérrimos del Pacto y los altos funcionarios europeos que lo defienden, o como lo difunden los grandes medios occidentales, sino porque, primero, Estados Unidos se retiró de manera unilateral (¡cuántas veces habrá que recordarlo!), y, segundo, por la debilidad extrema de una Europa incapaz de cumplir con lo estipulado (¡en cuántas ocasiones habremos de recordárselo!).
Lo cierto es que Europa no tiene cómo hacer algo más que emitir comunicados y tratar de ganar tiempo con serpenteos discursivos. ¿Tiempo para qué? Para que Trump se vaya. Para que Irán ceda. Para que prosperen las conversaciones de los mundos paralelos. Para que ¡quién sabe! Triste realidad de un continente que deambula por el mundo con el agobio espectral de las glorias fenecidas, satelital y carente de soberanía.
¿Criaturas de buena fe?
Los iraníes han respetado los compromisos sin recibir ninguna compensación, e incluso continúan, hoy en día, «comprometidos con las obligaciones estipuladas» en el PIAC (HispanTV). Pero, también, dejaron claro que no se someterán a un nuevo acuerdo, a la otra criatura que pretende diseñar Donald Trump, el Victor Frankenstein sin ética ni escrúpulos de Washington, seguramente, tan repulsiva como la de las cartas de Mary Schiller y torva como la hollywoodense de Boris Karloff.
El presidente Rohani ya había advertido, ocho meses atrás, que, si Europa remitía el expediente nuclear al Consejo de Seguridad, Irán abandonaría el Tratado de No Proliferación (TNP) (IRNA). Aviso que reiteró hace poco el canciller Yavad Zarif, con un agregado complejo del presidente de la Asamblea Consultiva Islámica (Mayles [Parlamento]), Ali Lariyani: Irán revisará la cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en caso de que la UE adopte «medidas injustas» dentro de la activación del mecanismo citado (HispanTV).
Los iraníes se aferran a lo que hay, no por nada: al trascendental Pacto se llegó luego de más de una década de negociaciones intensas, grandes tensiones y concesiones mutuas, sobre todo, por parte de Teherán, y fue considerado como un hito en la política exterior de Barack Obama. A propósito, un motivo de más (¿el motivo?), según algunos, para que Trump no quiera saber nada de él. Una rencilla interna de la que los iraníes tampoco tienen la culpa.
«No nos ha quedado otra opción, dadas las acciones de Irán…», afirman los europeos para justificar el inicio del mecanismo de disputa. «No está cumpliendo los compromisos previstos en el PIAC» (El País). Europa lo hace, cómo no, »de buena fe» ([Xinua](spanish.xinhuanet.com/2020-01/15/c_138704980.htm)), con el fin último de preservar el Pacto. ¡Qué tal el fariseísmo!
Como si durante el año y medio que hace que Trump le dio la patada a la mesa, el E3 hubiera hecho algo por mantenerlo, aparte de promesas vanas y palabrería, y como si a lo largo de la historia de la humanidad ellos, los aristócratas de Europa y sus gobiernos, hubieran emprendido algo, por mínimo que fuera, de buena fe.
En vez de cumplir con lo que les corresponde, los europeos se dedican a vulnerar aún más el Pacto presionando a Irán, cuando, a decir verdad, después de Trump, los infractores han sido ellos mismos, abrumados en sus debilidades e incapacidades, y no quien soporta en el lomo las arbitrariedades de uno y otros.
¡Y el persa ahí!
Europa, en los últimos quinientos años, sin duda, progresó notablemente. En unos años, en el estertor del siglo XV y el arranque del XVI, pasó de ser una tierra salvaje y periférica por más de un milenio (con la exclusión de la mitad de la península ibérica, al-Ándalus) a ocupar el centro del mundo. Y ahí, increíblemente, entre altibajos, sin mucho con qué, devorándose a sí misma por dentro en un cáncer de monarquías sanguinarias y al mundo en una alternancia de imperios brutales, se sostuvo, digamos, cuatro siglos y medio.
No arribaron al vórtice del progreso, el humanismo, la ciencia y las artes debido a determinada perfección exclusiva del intelecto, a mejoras peculiares en la apreciación del mundo o el Estado, o a renovadas exégesis de la existencia, optimizados pensamientos de precisión (a excepción, quizás, de Alemania) u otro desarrollo esquizoide de las ideas. Lo fue, simple y llanamente, en virtud de su carácter aventurero, salvaje y bélico. Europa se ubicó a sí misma al centro del mundo colonial que inventó, y fue el punto de convergencia sólo porque sometió y dominó al resto de pueblos. Sus interpretaciones ideológicas produjeron soberanos y sumisos; amos, esclavos y desalmados (seres sin alma) en Asia, Africa y América, y su codicia se hizo leyes que todavía nos ponen de rodillas.
Eso, justamente, es lo que hoy hace Estados Unidos, su criatura. Al fin y al cabo, es la nación encandiladora a la que le cedieron el turno de las conquistas y los atropellos. Mitad de puritanos, mitad de bandidos, sin una historia fiable ni civilización detrás, erigido sobre los despojos y la extinción de los pueblos de la pradera, contra dos siglos de afán y en el desenfreno de la acumulación. Los ideales preferibles son los supremacistas de Trump: superiores si no de excelsos valores, sino de excesivos réditos.
Los Gobiernos europeos desprecian al estadounidense que los menosprecia. Los unos son engreídos; el otro, soberbio. El problema es que los engreídos y los soberbios siempre tienen cierto grado de inocencia, es decir, una fragilidad intrínseca que nunca reconocen. A los europeos, por ejemplo, les remuerde que Irán no acepte sus términos, pero más les corroe tener que acatar, la cabeza agachada, los de Trump, quien a su vez procura compensar la flaqueza interna con lemas felices y el declive externo con amenazas.
Y qué lejos están ambos, europeos y estadounidenses, del universo milenario de los iraníes, que vengan su intenso dolor sin muertos y dañan al imperio sin aspavientos; que en medio del asedio feroz fortalecen el Eje de la Resistencia y en la sencillez disimulan la complejidad de su esencia y fuerza.
¡Pobre pueblo estadounidense, cada cuatro años lidiando con gobiernos similares de partidos idénticos! ¡Pobres gobiernos los que por dentro no son más que la partición irreconciliable del Poder encontrado!
«¡Arrancad los cerrojos de las puertas!/ ¡Arrancad las puertas de los goznes!/ El que degrada a otro me degrada,/ Y todo lo que se dice o se hace vuelve a mí al fin», cantó Whitman (1855), el gran poeta de la democracia en veremos, y del ánimo y la rudeza estadounidenses. Pero qué le va a importar a Trump o a Pompeo o a su estirpe que se vuelvan contra sus compatriotas los daños que obran por el mundo. Para eso construyen los muros que los encarcelan y entierran en túneles blindados a los miles de soldados, mercenarios, aliados y funcionarios que nadie quiere, de las bases y embajadas maldecidas por los invadidos.
¡Infatigable pueblo iraní, que cada tanto ha resistido, unos tras otros, a los imperios europeos de su rancia Modernidad (y al macedonio, y al romano, y al árabe, y al mongol, y al otomano), y que ahora, como uno más cualquiera, encara al de Trump! El aislado imperio de Oz que el presidente estadounidense conduce como un emporio de casinos jubilosos. Tantos efímeros predominios planetarios al acecho, ¡y el persa ahí!
Bibliografía
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