Navidad es una época de muerte y nacimiento. Muere el año y, automáticamente, nace uno nuevo. Es una época de propósitos que no pensamos cumplir y regalos que probablemente acabemos devolviendo. También es un tiempo de reflexión e introspección cuando, de pronto, nos damos cuenta de que estamos a tres días del fin de una década.
Cómo cambia el mundo en una década. Parece que fue ayer que estaba concluyendo mi primer año de carrera. Que estaba empezando a navegar el curioso mundo del fandom. Que comencé mi primer trabajo a tiempo completo. Que presenté HADO, que comencé a escribir aquí y acudí por primera vez a una clase de sueco. No puedo creer que ya haya pasado tanto tiempo desde que me mudé a la otra punta del país y descubrí el mundo al que realmente me quiero dedicar.
El paso del tiempo es vertiginoso y casi no puedo creer todo lo que he descubierto y aprendido en lo que parece un abrir y cerrar de ojos. Así que, en lugar de recomendar encarecidamente una serie, o desgranar los méritos de las últimas producciones audiovisuales que he descubierto, quisiera aprovechar estas líneas para recordar que, por cada mala noticia que llena nuestros telediarios, hay una obra de arte digna de mención; por cada desgracia, hay un rayo de sol; por cada instante que sufrimos, habrá una sonrisa.
Y ahí está el señor del fondo gritando «¡cursi, más que cursi!». Es cierto. Estas palabras me han salido algo más repipis que normalmente. Pero es verdad.
Durante estos últimos diez años, sin duda, todos hemos vivido momentos que parecían imposibles de superar. Hemos perdido a seres queridos y llorado ríos. Pero también hemos reído a carcajadas, hemos disfrutado del sol y de una mano amiga. Y puede que los momentos felices palidezcan ante los recuerdos de los malos. Puede que hayamos estado solos y perdidos. Puede que algunos aún lo estemos.
Vivimos en un mundo en el que se nos enseña a regodearnos en la tristeza, a poner las desgracias en un pedestal para ser admiradas y se obvian las buenas noticias. Quizás este sea un buen momento para esforzarnos por desenterrarlas. Por recordar que, sí, la política y la economía y el planeta viven un futuro incierto, pero también hemos encontrado 10 céntimos en la calle, nos hemos tomado unas cañas con amigos, hemos decidido darnos ese capricho. Es importante recordar no solo el calentamiento global, sino también ese chiste, el video de gatitos o el «¿quién ha aparcado su coche, sobre mi sándwich?» que siempre nos hace reír.
Porque vivimos agobiados por tantas cosas que, a mi parecer, a veces se nos olvida que tenemos derecho a ser felices. No solo eso, sino que no debemos sentirnos avergonzados por serlo, aunque sea un momento. Aunque sea por una chorrada o a pesar de que otros no lo sean en ese mismo instante.
Creo que es importante recordar y valorar esos momentos de felicidad, recordar la excitación y emoción que hemos vivido. Y, al recordarla, hagamos una valoración del año y de la década, recordando, no lo que hemos sufrido, sino cuánto hemos aprendido, y cuánta luz hemos visto al final de esos períodos de oscuridad.
Felices fiestas y una próspera década nueva.