Venezuela, durante 20 años, está viviendo la experiencia de un «enigmático» e «inexplicable» socialismo del siglo XXI...sofisticada y habilidosa etiqueta, manera astuta de esconder la fracasada aventura mundial del marxismo.
Su larga permanencia — reconozcamos como exitosa y que, afortunadamente, llega a sus estertores finales — se debe, según mi observación, a que los que luchamos contra esa «dictadura del proletariado», nos resistimos a conocer o descubrir al enemigo, es decir, profundizar en los objetivos estratégicos y prácticos de la «planificada ejecutoria comunista».
Veamos: en primer lugar, combatimos a la praxis marxistas creyendo que sus objetivos «terrenales» son democráticos, ideológicos, cautivantes, impregnados de respeto al pluralismo. Error: su propósito histórico es lograr el poder mediante cualquier argucia demagógica y una vez adueñado de ese poder, desatar las acciones de su único y solapado objetivo, destruirlo todo para hacerlo todo de nuevo. En esta planificación siniestra tiene cabida el terrorismo e incluso el negocio del narcotráfico…«el fin justifica los medios» decía un emblemático y pragmático ideólogo de la lucha de clases.
¡Esa es la praxis comunista aplicada en todos los pueblos atrapados por la ingenuidad de ignorar el objetivo último del reducido grupo de jerarcas que manejan las decisiones a través de la fachada de un Partido monolítico, vertical e investido de sacramentadas facultades de infalibilidad!
Este ascenso, más allá de las engañosas y edulcoradas teorías, se basa en las siguientes acciones, fríamente calculadas:
Crear un ambiente de persecución y pánico en la ciudadanía, estrategia que, por una explicación de la naturaleza humana, neutraliza el asomo generalizado de la protesta.
Controlar la entrega -racionada y escasa- de los alimentos, necesidad biológica primaria de todo ser humano, generando, en consecuencia, una dependencia humillante pero inevitable.
Dividir a la disidencia opositora, descalificando a los líderes más prominentes, mediante los llamados «laboratorios sucios». Creando Invenciones arteras que, irreflexivamente, digiere la base del mayoritario pueblo opositor.
Inventar un enemigo ficticio — interno o extranjero — que origine un sentimiento de odio unificado («oligarquía», «derecha», «imperio», «guerra económica», «sanciones del imperio», etc.).
Transformar la semántica usual, dándole una interpretación contraria y sibilina a las palabras: el odio es amor, la guerra es paz; el enfrentamiento es diálogo; la violencia es lucha de clases; la expropiación es justicia; el atropello es derecho; la calumnia es verdad.
Así, los inamovibles signos lingüísticos adquieren significado y conductas irracionales.
Seguramente hay otras «operaciones inescrupulosas», todas apuntando a instalar un poder absoluto, sólido, impenetrable, férreo, inapelable. ¡Paquete perfecto para justificar la «moral revolucionaria» o que, repetimos, «el fin justifica los medios»!
Entonces, ¿esto significa abolir toda esperanza de reconquistar la libertad? ¿O estamos condenados al sadismo eterno de la dictadura comunista?
Afortunadamente la Historia detecta que la Libertad es un valor inserto en el ADN del ser humano. Puede adormecerse, pero revive con fuerza como la semilla cuando descubre el sol y el agua.
Y, por otra parte, en la estructura aparentemente inexpugnable del marxismo también surgen las debilidades que genera la falsa certeza de ser impune de cualquier atrocidad o fechoría. Aparece la codicia, aparece la corrupción, aparece el enfrentamiento entre las mafias internas y el inevitable derrumbe o implosión, como experiencia antinatura, concordante con la máxima de Rousseau de que el hombre nace bueno, pero el medio lo corrompe.
Hoy, más del 90% de los venezolanos -en un proceso lento- están adquiriendo conciencia de los propósitos del enemigo, generándose, por fin, el cauce que conduce a la Unidad. Y el Gobierno, por otra parte, entra en los estertores de su fin… inventando fraudes electorales, apareciendo deserciones internas y mostrando el desastre de un país desesperado por el hambre y la dramática realidad donde «nada funciona».
Muchos piensan que la destrucción es otro objetivo calculado pero, en la mayoría de los casos, antes que el caos sea total, surge la conciencia ciudadana de «echarlos» o la cobardía de los presuntos intocables al «huir».
Es el fin inexorable en la historia de las dictaduras...incluyendo a las de corte derechista o militar.
Por eso... en Venezuela, por fin, después de 20 años, aparece el iceberg en toda su inmensidad y se descubre el verdadero propósito del enemigo.
¡El pueblo empieza a tomar conciencia de una maldad, 20 años encubierta y revienta cuando, por fin, la semilla se inunda de sol y agua!