El hombre inquieto estaba solo meditando en la salita-laboratorio de la casa que había alquilado en Mesina, Sicilia, aprovechando que su esposa y los hermanitos de ésta habían salido para ver el circo que anunciaba un número especial con monitos amaestrados. Desde la muerte de sus suegros, se había hecho cargo de la familia cercana de su mujer Olga y, allá donde iban, los acompañaba toda la prole.
Era su segundo matrimonio, celebrado en Odesa, ciudad en donde trabajaba en la universidad local; allí la había conocido. Ella apenas tenía dieciséis años. Su primera mujer, Ludmila Feodorovitch, había fallecido de tuberculosis dos años atrás. Cuando se casaron, ambos tenían veintitrés años. Se habían tratado cuando él estaba de profesor en la Universidad de San Petersburgo. Durante cinco años la cuidó con esmero tratando de salvarla de su cruel enfermedad. Eso hizo que rondara por toda Europa cálida buscando un clima adecuado que colaborase en el tratamiento, pero todo fue inútil. El 20 de abril de 1873 murió y su pérdida le ocasionó un gran pesar que lo llevó a intentar acabar con su propia existencia, ingiriendo una gran cantidad de opio, que hizo que vomitara. Eso lo salvó. Fue una época grisácea y triste, de enfermedades y problemas en las universidades en las que trabajó. Su casamiento con Olga en 1875 lo sacó de la depresión y le inyectó nuevas ansias de vivir.
Se levantó del sillón para observar el mar no lejano, cuando una idea revoloteó por su cabeza. Para ser más preciso, ya la misma se había asomado antes cuando estudiaba el sistema digestivo de las estrellas de mar y de las esponjas. Al microscopio notó que había células errantes que iban de un lado a otro, que parecían ser independientes. Se le ocurrió entonces introducir algunas partículas de carmín en una larva transparente de una estrella de mar, que al observarla en el microscopio, notó como acudían en gran número esas células errantes que había visto antes, para engullir la sustancia extraña. En un principio creyó que todo lo que observaba formaba parte del proceso de digestión de la estrella de mar que ya había estudiado anteriormente. Pero la idea que ahora horadaba su mente lo sacó de control. En ese momento tenía una hipótesis totalmente diferente. ¿No sería que esas células movedizas estaban allí para ejercer una función más utilitaria, como sería la de defender al organismo de infecciones? Los glóbulos blancos actuarían como líneas de combate cuerpo a cuerpo, que liquidarían las hordas de microbios invasores. Entonces aquel joven maduro, de ojos escrutadores y cabello negro y desordenado, de figura esbelta y barba profusa, no pudo contenerse del entusiasmo que sentía y decidió despejar su cabeza, para lo cual encaminó sus pasos hacía la playa cercana. Conseguida la calma, ya sabía lo que haría. Era preciso hacerlo de inmediato.
Obtuvo varias espinas de un rosal y con ellas las introdujo en el cuerpo de varias estrellas de mar. De ser correcta su hipótesis, la espina pronto debería estar rodeadas por un sinnúmero de células errantes. Recordó lo que pasaba cuando uno se clavaba una astilla de madera en un dedo, que de no extraerse de inmediato, se vería al cabo de un poco tiempo el dedo inflamado y supurando (P. De Kruif). Al día siguiente, corrió al microscopio, para comprobar que, en efecto, la espina se encontraba rodeada por múltiples células presurosas. El investigador no cabía en sí de gozo. Su sencillo experimento había resultado todo un éxito y formaría la base de su teoría de la fagocitosis, a la cual, como diría muchas años después, dedicaría los próximos veinticinco años de su vida. Añadió a seguidas: «fue en Mesina, en donde mi vida de científico, dio un giro total» (Siamon Gordon).
Elías Metchikoff (conocido en castellano también como Iliá Méchnikov) iniciaba así con paso firme, su ruta hacia la gloria.
Sus primeros años
Nació en un pueblo ucraniano cercano a Járkov, de nombre Ivanovka, el 15 de mayo de 1845. Su padre, Ilia Ivanovitch Metchnikoff, era un oficial de la guardia imperial rusa, propietario de tierras en las estepas cercanas. Su madre, de nombre Emilia, era hija de un comerciante judío de nombre Lev Nevalhovich. Muy joven, a diferencia de sus hermanos, Ilia demostró tener una afinidad muy grande por la ciencia y la historia natural. Se dice de él que, apenas saliendo de la adolescencia, manifestó «tener cabeza y talento natural. Mi ambición es llegar a ser un científico notable».
Sus primeros años de estudiante los hizo en la ciudad de Járkov y al terminarlos, recibió una medalla de oro, constituyendo así, el primer premio de los muchos que recibiría a lo largo de su vida. Luego entró a la universidad de ese mismo lugar, en donde muy pronto se distinguió como un promisor alumno, tanto que la carrera de ciencias naturales que cursaba, la hizo en dos años en lugar de los cuatro como estaba estipulado. En esa época era un joven tenaz, un poco alocado y voluble, muy seguro de sí mismo.
Apenas tenía diecisiete años cuando empezó a publicar trabajos científicos sobre protozoarios. Luego de graduarse hizo pasantías por varias instituciones académicas de Alemania, Italia y los países bálticos, continuando la publicación de artículos sobre sus descubrimientos en embriología, la digestión intracelular y logrando terminar su tesis de doctorado. Fruto de esta gran actividad científica fue que lo nombraran en 1867 docente de la Universidad de Odesa y en 1870, previo a una corta pasantía en la Universidad de San Petersburgo, profesor titular de zoología y anatomía comparada.
En este cargo permanecería hasta 1882, pero dos años antes, casi vuelve a perder su esposa por una enfermedad, ya que Olga presentó un severo cuadro de tifoidea, que a duras penas pudo superar. Esto ocasionó en Metchnikoff de nuevo depresión y hasta un segundo intento de suicidio. Esta vez mediante un autoexperimento, al inocularse el agente causal de la fiebre recurrente, con el fin de demostrar que era transmitida por la sangre. La enfermedad lo tuvo al borde la muerte y su recuperación duró más tiempo que la de Olga. Esta época coincide con su renuncia al cargo de profesor en la Universidad de Odesa en 1882. El clima político después del asesinato del zar Alejandro II se había vuelto muy peligroso y ultraconservador, de manera tal que sus enfrentamientos con algunas autoridades académicas, lo deciden a renunciar y partir.
Durante esos años en Odesa, había ya adquirido fama de enfant terrible y en el medio universitario lo consideraban revolucionario (J.M. Rivera Casado).
De nuevo, a cuestas con toda la familia, emprendió viaje, primero haciendo escala en Viena para comunicarse con algunos científicos viejos amigos, entre ellos Carl Claus y hacerles conocer sus descubrimientos. Al mismo tiempo, les preguntó qué nombre proponían para bautizar a esas células que se encargaban de eliminar bacterias, a lo que Claus respondió sin dudar, fagocitos, ya que en griego significa «célula que come» (P. De Kruif, Tauber A, Chernyak L.). Nacía así, el concepto de fagocitosis, como elemento determinante de la inflamación la cual representaba la respuesta inmune primaria. Le faltaba conseguir la comprobación de su hipótesis y lo consiguió, al observar en las pulgas de agua, cómo las bacterias eran eliminadas a su entrada al organismo, por los fagocitos.
También comprobó que en ocasiones sucedía lo contrario, es decir, las bacterias terminaban por destruir a los fagocitos.
El siguiente paso era demostrar y hacer conocer al mundo su sensacional descubrimiento y lo hizo a continuación sin dilación alguna. En esta etapa, obtuvo el reconocimiento de figuras tan importante como Rudoph Virchow, el mismo Luis Pasteur y Lister. En Rusia estaba fresco el impacto que causó el descubrimiento de la vacuna antirrábica, por lo que ante la reciente fama de Mechikoff le fue ofrecida la dirección de un instituto de salud en Odesa para procesar sueros y vacunas, la cual aceptó pese a que perfectamente sabía que ese no era su campo de acción. Por ello solicitó un colaborador para que fuese adiestrado en el instituto Pasteur y se encargara de estas funciones.
Así se hizo, pero la experiencia no generó los resultados esperados. El técnico no estaba bien capacitado y las críticas locales no se hicieron esperar. Además, el gremio médico protestaba que Mechnickoff no era de su condición, lo cual hizo que éste renunciara al cargo en 1888 y de nuevo partiera en búsqueda de mejores ambientes para continuar su trabajo. Su destino fue París, en donde se entrevistó y solicitó trabajar con el sabio Pasteur en su instituto, aún a título de gratuidad. La eminencia francesa lo recibió con los brazos abiertos y aceptó sus servicios y más aún, le ofreció un laboratorio exclusivo para él. Allí permanecería Mechnikoff por el resto de sus días y sería, como llegó a decirlo, la etapa más feliz de su existencia.
Los años finales
Su actividad científica y académica fue febril y apasionante. Famosas son sus polémicas con quienes defendían la teoría humoral de la inmunidad, especialmente con Ehrlich, Koch, Behring y otros. Realizó investigaciones sobre el ántrax y la sífilis, cuyos trabajos, en este último caso, en unión con Roux fueron presentados en varios congresos. Además estudió la tuberculosis, el tifus, el cólera y otras infecciones intestinales. En esos años publica varios libros, siendo el primero dedicado a la patología comparada, aprovechando esta ocasión para defender y desarrollar su teoría de la fagocitosis. En seguida aparece otro sobre la inmunidad en las enfermedades infecciosas y años después, coordina y escribe un voluminoso libro que trata los temas de bacterioterapia, vacunación y sueroterapia. Muy previamente, en 1894, admite que las teorias celular y humoral no son contradictorias y más bien se complementan.
Con los principios de la vejez, dio un giro copernicano al interés de sus investigaciones al volcarse al estudio de la flora intestinal para encontrar un arma eficaz contra el envejecimiento. Escribe sobre este proceso y la necesidad de investigarlo. Da nombre a la especialidad para hacerlo, gerontología, y reconoce que se requiere un enfoque multidisciplinario para tener éxito en su estudio integral. Para Metchnikoff la senilidad sería ocasionada por el envenenamiento ocasionado por algunas bacterias nocivas del intestino y la mejor manera para combatirlo sería la administración de leche fermentada (leche agria). Daba el ejemplo de muchos campesinos de Bulgaria que se alimentaban preferentemente de dichos productos y gozaban de gran longevidad.
Tal teoría disfrutó de mucha popularidad y la venta de yogures se disparó, pero también durante mucho tiempo esta teoría fue desacreditada y el mismo Iliá, sometido a burlas y sarcasmos por su mala salud en los últimos años, pese a que era conocido que en su alimentación, siempre incluía leche agria. En los últimos años, el interés en las bacterias intestinales ha vuelto a tomar alto vuelo con las investigaciones sobre el bioma y sus múltiples interacciones con el cerebro, así como con diversas patologías, lo cuales junto con la cada vez mayor importancia del estudio de la inmunidad, han hecho reverdecer las glorias de Metchnikoff como investigador original, acucioso, dotado de una gran memoria y una vitalidad impresionante.
En vida, recibió innumerables premios y distinciones, comenzando con el premio Nobel de Medicina, que recibió junto con Ehrlich en 1908. Fue nombrado miembro honorario de la Universidad de Cambridge, recibió la medalla Copley y la membresía de la Real Sociedad, así como también de la Academia de Medicina de Francia y de San Petersburgo, lo mismo que de otros países. Las últimas fotografías que le tomaron nos lo muestran siempre con su pelo largo y despeinado, lo mismo que la barba. Su esposa Olga lo sobrevivió varias décadas y escribió una biografía de él, donde señala su lealtad y devoción por su marido. Al principio colaboró con él en sus trabajos de laboratorio, dibujando algunas de las presentaciones que hizo el sabio en congresos y conferencias, pero en los últimos años se retiró dedicándose a la pintura y la escultura.
Una reciente biografía de Metchnikoff (Vikchanski) revela que muy probablemente, Lilly Rémy, una ahijada suya muy amada, fue su propia hija, que tuvo con Marie, esposa de Émile Rémy, un ilustrador del Instituto Pasteur, que fue protegido y ayudado por Metchnikoff en diferentes oportunidades. Para complementar el escenario sentimental, también se refiere que la misma Olga, tuvo un affaire amoroso con Roux, amigo muy cercano y compañero de trabajo de Ilia. Metchnikoff fue un hombre culto amante de la buena música y de la lectura. En este campo admiraba particularmente a Tolstói y a Zola. Conoció a muy importantes figuras de la época, aparte de sus colegas científicos. Le encantaba viajar y pudo recorrer casi toda Europa.
En sus últimos años moderó sus hábitos volátiles y agresividad en el discurso, reconciliándose con sus adversarios científicos, especialmente con Koch. Era sumamente meticuloso al preparar sus disertaciones en congresos y academias. Defendía el derecho de la población a estar informada de los avances científicos. Sus últimos tres años los pasó muy enfermo del corazón y el 15 de julio de 1916, cuando los campos de Europa se ensangrentaban con la primera guerra mundial, fallecía, a consecuencia de insuficiencia cardíaca, el ilustre sabio, uno de los pioneros de la inmunología, la gerontología y la investigación transdisciplinaria.