Louis Pasteur nació el 27 de diciembre de 1822, en el pequeño pueblo de Arbois, en Francia. La familia, con su padre como curtidor de cueros, era de escasos recursos. Estudió la primaria y la secundaria en dicho pueblo, y tenía fama de joven de ser un hábil dibujante y retratista. Durante sus primeros quince años de vida, pasaba el tiempo pescando y no mostró ningún espíritu de investigación o alguna genialidad, aparte de hacer retratos. La familia se trasladó a Bensaçon y ahí, en el Real Colegio, se graduó de bachiller en 1840. Lo único que sus profesores vieron positivo en su persona era que ayudaba a sus compañeros en sus estudios. Luego estudió un doctorado en física y química en la Escuela Normal Superior de París, donde se graduó en 1845, y en 1847 obtuvo un doctorado en ciencias, pero no se graduó de médico, pues no estudio esta carrera.

La primera investigación que lo dio a conocer sucedió cuando trabajaba como asistente de química en la Universidad de Estrasburgo. Ahí postuló el efecto óptico a que daban lugar los rayos polarizados. Aunque se creía que los cristales del ácido tartárico desviaban hacia la derecha el plano de la luz polarizada, y por eso se le calificaba de dextrógira, existía otro tipo de ácido idéntico pero levógira, es decir, que desviaba la luz a la izquierda. Ese fue su primer descubrimiento.

Es indudable que le ayudó mucho en su carrera —algo que él mismo reconocería— el hecho de que, en 1849, contrajera matrimonio con Marie Laurent, hija del rector de la Universidad de Lille. Pasteur reconoció que en su esposa tuvo una gran compañera, que además de darle cinco hijos, durante toda su larga carrera le ayudó escribiendo los trabajos científicos que él le dictaba para enviar a las academias y a publicaciones, ya que ella tenía una excelente caligrafía. Desde el punto de vista académico, ese matrimonio lo impulsó como profesional, ya que gracias a esa relación se dio a conocer y trabajó en dicha universidad hasta llegar a decano de la Facultad de Ciencias.

Ahí inició sus trabajos sobre el alcohol amílico, lo que lo llevaría más tarde a estudiar la fermentación en especial del ácido láctico, la de la leche, y la fermentación alcohólica de vinos, cervezas e incluso del vinagre. Por esa razón los industriales de la región le dieron mucha ayuda económica y le ayudaron a crear un laboratorio de investigación, pues querían elevar el rendimiento en azúcar de la remolacha para poder producir más alcohol, algo que Pasteur logró.

Fue así como se inició su contribución al progreso de la industria, que posteriormente derivaría en ayuda a la medicina, para beneficio de la humanidad, pues sentó las bases sobre las que se fundó la microbiología, junto con Robert Koch, y en medicina dio lugar a la teoría sobre las enfermedades provocadas por gérmenes. Gracias a él, se reconoció la capacidad del aire para transportar gérmenes y bacterias vivas capaces de contaminar el mosto, la cerveza o a otras personas. Además, describió que existían gérmenes anaerobios, que vivían sin necesidad del aire, y, además, otros aerobios.

Fue el creador de la pasteurización, que consiste en el calentamiento de vinos o de leche durante 30 minutos a 68 grados centígrados, con lo cual se destruyen esporas y gérmenes capaces de producir enfermedades, sin que se destruyan las proteínas de la leche y el sabor de esta y el vino. Con ello se evitaron enfermedades en millones de niños lactantes.

Las pequeñeces de un grande

Como en todas las grandes figuras de la historia, no puede haber perfección total, por lo que todos han tenido fallas, como humanos que son. De Pasteur, se rumoreaba que era muy egoísta. Por ejemplo, si bien llegó a demostrar que las levaduras eran un microorganismo unicelular de la familia de los hongos Saccharomyces cerevisiae, el cual convertía el azúcar en alcohol, él aceptó el éxito de ese reconocimiento sin citar que esta idea ya había sido afirmada anteriormente por el Dr. Teodoro Schwan.

Además, decía haber descubierto el bacilo del carbunco, que afecta al ganado vacuno e incluso al hombre. Pero ya Robert Koch, en Alemania, también lo había descubierto y estudiado al mismo tiempo. En ambos casos se disculpó diciendo que desconocía que ellos al mismo tiempo habían hecho esos descubrimientos. La realidad es que fueron tantos y tan valiosos sus descubrimientos, que se debe aceptar su disculpa.

Pero, además, descubrió el estafilococo de los abscesos de la piel e inventó la vacuna contra la rabia. En ese tiempo, él pensó que esta era producida por un bacilo tan pequeño que no era posible verlo al microscopio y tenía razón, ya que posteriormente se comprobó que era un virus y estos no son visibles con los microscopios corrientes.

Fue el primero en establecer una conexión definitiva entre los microorganismos y la aparición de enfermedades. Señaló que muchas bacterias pululan en el aire y contaminan el medio, y que esas mismas bacterias no podrían producirse por generación espontánea. Además, se dio cuenta de que al someterlas a la acción del calor, pierden su capacidad, posiblemente por perecer. Hoy sabemos que en el aire que nos rodea, hay bacilos TB, y diversos tipos de bacterias y virus y si no nos contaminan es por nuestro sistema inmunitario defensivo.

El famoso cirujano inglés lord Joseph Lister comprendió el extraordinario valor de sus descubrimientos y creó la antisepsia, sumergiendo todo el instrumental quirúrgico antes de una operación en ácido fenólico y exigiendo el lavado de las manos con un detergente. Con ello, las infecciones de las operaciones descendieron notablemente.

Cuando estudió la fermentación butírica, descubrió el carácter anaeróbico de algunos gérmenes de esta fermentación, ya que no necesitaban oxígeno para vivir. Por esa razón introdujo entonces el concepto en bacteriología, de gérmenes aerobios y anaerobios. Aunque ya anteriormente Leeuwenhoek, inventor del microscopio, y, cien años antes, Spallanzani habían señalado la existencia de animalitos microscópicos que no necesitaban del aire para vivir. Su justificación era la de siempre: “Yo desconocía esos hechos”. Pero lo cierto es que en este caso como en otros, él no les dio reconocimiento a antecesores suyos que se adelantaron en sus conceptos. Queda la duda de si desconocía o no dichos trabajos. Un gesto muy mezquino de un investigador tan grande.

“La casualidad favorece a una mente adiestrada”

En el campo educativo, al combinar la teoría con la práctica llevando a sus alumnos a trabajar en el laboratorio, revolucionó la educación en bacteriología, ya que consideraba que teoría sin práctica es inútil. Los alumnos no solo escuchaban sus conferencias magistrales, sino que colaboraban en el laboratorio experimental donde trabajaban con él, permitiéndoles participar en algunas de las investigaciones e incluso hacer demostraciones de los resultados obtenidos, lo cual motivaba a sus pupilos.

Debido a su prestigio, en 1857 fue nombrado director de estudios científicos de la Escuela Normal Superior de París, donde permaneció hasta 1863. Esa escuela, pese a su fama, tenía laboratorios muy deficientes. Pero él logró que la empresa privada y el gobierno contribuyeran para mejorar los laboratorios de investigación. Ahí realizó estudios que demostraron que los microbios no nacen espontáneamente en el interior de las uvas, los gusanos de seda, la orina o la sangre, ya que siempre vienen del exterior y contaminan a las plantas, animales o personas. Además, se vio las ventajas de trabajar juntos el gobierno y la empresa privada en proyectos de medicina.

A Pasteur se le considera precursor de la inmunología, junto con el inglés Edward Jenner, creador de la vacuna contra la viruela, la cual con otras de sus vacunas dieron principio a esta rama de la ciencia. Se dice que no aceptaba críticas, fueran estas correctas o no, y usualmente era agresivo en sus respuestas, lo que ocasionaba polémica a su alrededor, algo que él reconocía. A propósito de egoísta, a sus fieles ayudantes Duxlaus y Gernez, quienes colaboraron con él en el proceso de pasteurización y por años en el estudio de los gusanos de la seda, no les participó del éxito y ni siquiera los citó como colaboradores. Por lo menos, esta falla la corrigió después, ya que entre sus alumnos tuvo figuras a las que ayudó a obtener fama mundial: Metchnikoff, Roux, Yersin, Calmette, todos ellos descubridores de bacterias o vacunas.

Él tenía una “máxima” que enseñaba a sus alumnos: “La casualidad favorece a una mente adiestrada”, hoy de aceptación mundial. Fue elegido miembro de la Academia de Medicina de Francia, un honor que usualmente solo se concedía a médicos de altos méritos, y él no era médico, pero sus investigaciones ayudaron a la medicina a superar muchos problemas.

Él inicio el estudio de la rabia en los humanos debido a que un niño de su pueblo pereció por tal causa en medio de terribles sufrimientos. Él inició sus trabajos en este campo de la rabia, extrayendo de la médula espinal de perros rabiosos un fragmento de esta y preparando extractos que eran inoculados al cuerpo de un perro sano, los cuales a los días contraían la enfermedad. Al principio creyó que era una bacteria la causante, ya que la había encontrado en la boca de un niño con rabia, sin embargo, sus ayudantes Roux y Chamberland descubrieron que el microbio estaba en la boca de muchas personas sanas. Entonces Pasteur puso saliva de un perro rabioso en el cerebro de un conejo y obtuvo un virus (en esa época no se conocían con este nombre) muy virulento, al que poco a poco lo fue haciendo menos agresivo, ya que al cultivarlo varias veces lo atenuó. Con ello inyectó perros sin que a estos les diera la rabia, o sea, se volvían inmunes a la mordedura de perros rabiosos.

Pasteur supuso que eso provocaba la rabia y describió que la rabia era causada por un agente infeccioso tan pequeño que no era posible verlo al microscopio, como se veían bacterias o bacilos. Lo extraordinario es que, a pesar de eso, pudo desarrollar una vacuna contra un agente infeccioso que no podía ver.

No fue sino hasta 1897 que se confirmó bien la existencia de los virus como causantes de enfermedades, cuando el bacteriólogo holandés Martinus W. Beijerinck señaló que el agente transmisor de la enfermedad del tabaco era un “virus filtrable” que no se podía ver ni cultivar. En una oportunidad se le preguntó si era religioso, a lo que contestó:

Sí, soy profundamente religioso. Yo considero feliz al hombre que lleva dentro de sí a Dios y le obedece. Feliz si tiene en sí un ideal de la belleza, del arte, de la ciencia y de las virtudes del evangelio.

Sin embargo, a pesar de ser tan religioso, no soportaba bien la crítica, incluso la bien razonada. “Cierto —confesó una vez—, yo era muy serio y sufría mucho con las críticas que se me hacían fueran estas correctas o no”. Pero la verdad es que él se las buscaba, ya que era muy agresivo en las discusiones científicas y su carácter tenía tendencia a la polémica. Él creo el término vacuna señalando que viene del latín vacca, y que lo hizo en honor a Jenner, el creador científico de la vacuna contra la viruela.

Pasteur descubrió el bacilo del cólera de las gallinas y desarrolló técnicas de cultivo in vitro de microorganismos, para con ello obtener material para sus vacunas. Eso lo hizo porque había observado que cultivos viejos (atenuados) de gérmenes de cólera de gallinas, inoculados a gallinas sanas, no producían la enfermedad, se hacían inmunes o resistentes al cólera. Con ello contribuyó a evitar las epidemias de este tipo en las aves. De hecho, este fue un primer paso para que, en la actualidad, se empleen cultivos vivos atenuados o muertos por el calor para obtener vacunas contra diferentes enfermedades. A esto se le llamó “inmunización activa”.

En honor de este gran hombre se creó el Instituto Pasteur, en París, de fama mundial y del cual fue director hasta su muerte, en 1895. Pasteur, en su discurso final en la Universidad de la Sorbona, al serle entregada una medalla por el presidente de Francia, pronunció estas palabras que posteriormente los políticos, incluso el presidente Kennedy, de Estados Unidos, usó mucho:

A medida que progreséis, preguntaos ¿qué habéis hecho por vuestra patria? Entonces, si habéis contribuido de alguna manera al progreso, tendréis una íntima satisfacción.

Bibliografía

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