Cualquier aproximación a la obra del pintor Rolando Cubero, demanda un saludable ejercicio de contextualización: su enfoque dominante en la figura humana, a menudo desnuda, no puede ni debe ser analizado al margen de una sociedad cuya percepción ha sido alterada por la cultura del consumo que ha cosificado el cuerpo y su desnudez.
La exposición a imágenes de cuerpos desnudos en los medios de entretenimiento alrededor del mundo ha alcanzado niveles exponenciales en las últimas décadas. Los análisis estiman que el contenido sexual aparece en el 85% de las principales películas, 82% de los programas de televisión, 50% de los videos musicales y 37% de las letras de las canciones.
Esas son imágenes prevalentes que quedan registradas por décadas en la mente de hombres y mujeres y que alteran su percepción del cuerpo humano desnudo.
¿Cuál es la diferencia entre la exposición medial al desnudo y su representación en la producción artística de Rolando Cubero?
La tensión entre la exposición del cuerpo y el arte ha sido esencial en el desarrollo de las formas y las representaciones de este autor local. No es necesario hacer un recuento histórico para afirmar, sin ambages, que el desnudo ha sido y sigue siendo uno de los motivos más comunes de las artes visuales alrededor del mundo.
Desnudez y desnudo
¿Qué tiene el desnudo —y el sexo— que, cuando se encuentra en el arte, causa un profundo rechazo o un apoyo irrestricto?
Por un lado, se ha pretendido hacer una separación artificial entre la vida y el arte, o puesto en palabras del historiador Kenneth Clark: «Un cuerpo desnudo, es vulnerable y defectuoso, feo y decadente. La desnudez es ideal y generosa. No es un cuerpo real, sino imaginado».
El crítico Jonathan Jones difiere de Clark y afirma:
En arte, existen cuerpos desnudos quebrados, vulnerables, y existen chispazos de perfección física, de formas arrebatadas, en la desnudez. La vida también es así. Existe la belleza física, existe el amor físico, y hay momentos en que el cuerpo del amante alcanza la majestad divina.
En inglés es fácil hacer la diferencia porque a nivel lingüístico una cosa es nakedness y otra nudity. Desnudez y desnudo han sido diferenciados para diferenciar el arte de la realidad circundante.
Ese ha sido el asidero de la censura, religiosa y estética, que por siglos aceptaba el desnudo en el arte en el tanto el cuerpo fuera representado en formas perfectas, sin asimetrías, o defectos humanos.
Cuando Miguel Ángel pintó las figuras desnudas de la Capilla Sixtina, el artista Daniele da Volterra fue el encargado de pintar hojas de parra sobre cada uno de los sexos de los ángeles. Siglos más tarde muchas parras fueron removidas.
Cuando Francisco de Goya pintó la maja desnuda fue llevado a juicio. La pintura se salvó y Goya fue absuelto por su amistad con un cardenal.
Pero, cuando Edouard Manet pintó y expuso en 1863 su pintura Olympia, ésta se convirtió en un objeto sexual en tiempos en que la apreciación del cuerpo parecía convertirse en algo común: la orquídea en la cabeza de la mujer, sus tacones, la pulsera que encierra su muñeca, todo apuntaba a la sensualidad y a la exposición sexual de un cuerpo que parece dispuesto a ella. De aquí en adelante la representación del cuerpo y la desnudez cambió radicalmente.
Teología del cuerpo
De cara a un mundo saturado de imágenes sexuales, donde las relaciones y los cuerpos se cosifican en manos de los medios y la cultura, y los sentidos han sido alterados para promover una apreciación mórbida, el arte está en la posición privilegiada de revelarnos la verdadera naturaleza y trascender los prejuicios y los estereotipos.
Esta es justamente la contribución medular del pintor costarricense, Rolando Cubero, con sus alegorías pictóricas que abren una percepción sensible y espiritual sobre el cuerpo humano en su audiencia; una alternativa a un entorno sociocultural que tiende a limitar y banalizar la desnudez.
No olvidemos que un desnudo expone más el efecto sobre quien lo ve que sobre sí mismo. La sorpresa y la representación, no obstante, están engranadas en el público: el artista por su parte tiene la función de retarlas, que es justamente el aporte de Cubero en sus cuarenta años de trayectoria.
A través de un oficio constante y una continua exploración figurativa, el artista herediano ha forjado con autenticidad una carrera en la que ha transitado del surrealismo al realismo mágico latinoamericano y luego al realismo figurativo bajo las influencias de la pintura renacentista, Rafa Fernández y Julio Escámez, entre otras referencias.
Su obra ha participado de una misma búsqueda, bajo distintos estilos, particularmente durante los ochentas, pero, la afirmación de intencionalidad o concepto se da a partir de los noventas con sus alegorías que pretenden representar lo efímero en el ser humano: vigor físico, sexualidad, erotismo, deseo, poder, emoción, belleza, y hasta libertad.
Valiéndose del desnudo, masculino y femenino, brinda una imagen a lo que no tiene imagen, para que sea comprendido. Algunos ven esto como hermetismo, cuando en realidad Cubero apunta, a partir del 2000, hacia una espiritualidad del cuerpo que, gradualmente, construye con una introspección, que es tanto cósmica como surreal.
Aunque no es una persona religiosa, el pintor, practica intuitivamente su propia versión de la teología del cuerpo que tiene su origen en el cristianismo.
Cuando la Iglesia primitiva comenzó a difundirse por el Imperio Romano, se encontró con un mundo moralmente decadente. Los paganos no respetaban ni la sexualidad ni el matrimonio. La degradación moral en el campo de la sexualidad humana se reflejaba incluso en ciertos cultos de las «religiones» mistéricas, en los cuales los miembros de esas sectas se involucraban en la práctica abominable de la prostitución «sagrada».
Por mucho tiempo, esto llevó a que se cultivará desde la religión una cultura de rechazo al cuerpo y a la sexualidad. Solo en las últimas décadas, se empezó a revertir esa tendencia en favor de un tratamiento de estos como componentes integrales de la espiritualidad, y no extraños. La desnudez no es pornografía, ni pecado, en el nuevo entorno cristiano.
Realismo y alegoría
Cubero recurre a una representación del cuerpo mediante un oficio realista, pero conceptualmente espiritual. Para ello, emplea a fondo la alegoría que antes se confundía como un sinónimo del simbolismo, que ya ha sido usada como recurso en obras de tema religioso y profano desde la antigüedad: Egipto, Grecia, Roma, Medioevo y el Barroco.
En el fondo, este artista en cada pintura al óleo, aunque también ha trabajado con el acrílico, trata de dibujar lo abstracto, hacer «visible» lo que solo es conceptual, obedeciendo a una intención en parte didáctica.
Así, por ejemplo, en su conocido óleo Laocoonte, de 1999, inspirado en el relato de La Eneida de Virgilio, representa a los hijos del sacerdote de Poseidón sucumbiendo, a modo de castigo, a las serpientes enviadas por Atenea, Caribea y Porse, como alegoría del pecado de la carne, mientras que en el óleo La Rosa Virgen, del 2017 la rosa blanca entre los pechos del desnudo femenino es una alegoría de pureza que el entorno paradójicamente contradice.
Como creador de alegorías, el artista no se esfuerza en explicarlas para que todos puedan comprenderlas, sino que más bien descansa en el carácter evocador de éstas para que el espectador se detenga y procese más allá de las emociones epidérmicas.
Su gran insumo son las emociones abstractas que ordena causalmente – caos ordenado – en su composición de cuerpos y objetos que resuelve en el plano pictórico con un cierto acabado matérico.
En sus obras, particularmente, las tituladas Eco de Sierpes (2008), Nexus benedictus (2009) y Ave gratia plena (2012), se confirma su dominio de la figura humana, el escorzo y la perspectiva, en una atmósfera geométrica a veces rígida que contagia la expresión de sus personajes desnudos que aguardan, envueltos en sus propios pensamientos, con la mirada perdida.
Sus primeras obras en esta tónica carecían de elocuencia y hasta resultaban insípidas, ya que no se podía romper con la mirada el hielo maquinal de las relaciones rígidas planteadas. Pero, esto ha cambiado merced a la «espiritualidad» que marca conceptualmente su producción posterior al 2000.
Dinámica de la conciencia
A pesar de que, en su proceso plástico, se deja llevar por la alegoría sobre lo efímero como tónica dominante, y una continua búsqueda del orden, Cubero se deja influir, también, por dos dinámicas: lo que él o la modelo aporta de suyo a la representación inicial de la obra y, la conciencia que se le revela conforme la «cocina».
En otras palabras, somos testigos de una dialéctica filosófica en su quehacer. El artista toma conciencia del acto creador y es capaz de reflexionar sobre el como si fuera un tercero. Basta examinar obras recientes como Dafne y Equilibrio II (2018). Este tipo de competencia es humanista en esencia, y permite a Cubero no solo fotografiar su objeto – un o una modelo en determinada pose -, y basarse en él o ella para su transcripción a la tela, como hacen muchos hiperrealistas.
Pero ahí termina la similitud con estos últimos, porque Cubero no sólo transcribe las referencias, sino que las somete a una introspección de lo que está pensando en su interior como artista y ser humano, lo que lo conduce a transformar mentalmente los insumos.
En este contexto, no hay vanidad en el proceso, ni la ambición de pintar una obra maestra, solo una toma de conciencia de los recursos a su disposición para comunicar orden en un mundo caótico donde la esclavitud de lo urgente ha minado la apreciación de lo realmente importante: nuestra humanidad.