Cuando leemos o escuchamos hablar sobre dependencia emocional, casi todo el mundo cree saber de qué se le está hablando. La popularidad que se le ha venido dando en medios de comunicación y a través de la confusa autoayuda, no establecen la verdadera dimensión del problema para aquella persona que lo sufre.
Ni siquiera desde la propia ciencia psicológica se consigue establecer una definición inequívoca de este constructo, ni de las consecuencias y trastornos que realmente llega a provocar. El término se utiliza raramente en la literatura científica y no tiene el estatus de otros fenómenos personológicos como narcisismo, introversión o empatía, por citar algunos.
Trataré, en este artículo, de acercarme al concepto de una manera adecuada, sencilla y clarificadora. Por intentarlo, ya les avanzo, no será.
Cuando M.T, llegó a la consulta, venía a lomos del desasosiego, la frustración y «con un cuchillo entre los dientes». Experiencias anteriores de fracasos terapéuticos la mantenían al filo de la sospecha. Identificarme como profesional colegiado y experimentado limó las primeras asperezas. Al poco, se empezó a desentumecer y a tomar algo de confianza en su interlocutor terapéutico.
Para quien sufre por dependencia emocional explicar lo que le pasa es algo verdaderamente complicado. Suplicar amor y atención resulta tan humillante, que nos cuesta la vida hablar de ello.
Cuando un poderoso vínculo emocional se vuelve contra nosotros, no solo es causa de sufrimiento, sino también de pérdida de libertad. Cuando las necesidades afectivas de presencia y de contacto, se convierten en psicológicamente adictivas, la capacidad de autodeterminación de la persona, esto es, la libertad y autonomía para tomar decisiones, queda hecha trizas. Reconocer que se está atravesando por una realidad problemática, desagradable, tóxica, no es cosa fácil de explicar, desde luego. Pertenece al complejo universo de la mente humana y de la subjetividad de las conductas, porqué alguien, en edad adulta, busca una relación vertical de dependencia: alguien que les cuide y provea, o bien alguien a quien «salvar», o incluso alguien a quien dominar.
Por lo general, estas personas, necesitan de información y asesoramiento para comprender la verdadera dimensión del deterioro en la calidad de vida que esta circunstancia, necesidad u obsesión promueve. Se requiere de un buen acompañamiento terapéutico para que alguien tenga la confianza suficiente para confesar lo que considera inconfesable.
M.T, pasó años de mentiras y perdones. Su relato era el de quien entra, sale y vuelve a entrar en el infierno sin hacer escalas ni en el limbo. Es decir, a pesar de los engaños, la manipulación, las humillaciones, las faltas de respeto y la violencia, «algo» le hacía sentir la necesidad de volver allí, a la relación, al sinvivir... Trataré de explicarte... Claro — dije. Era lo que yo esperaba, el gran vómito de reproches, autoengaños y frustraciones.
A la dependencia emocional nos hemos aproximado desde la neurociencia y la psicología a través de conceptos afines. Conceptos con entidad propia, como el apego ansioso, las relaciones autodestructivas, la codependencia, la depresión sociotrópica o la adicción amorosa. Todos ellos tienen un hilo conductor en común con el de dependencia emocional, en todos estos patrones interpersonales de dependencia afectiva se producen con frecuencias recidivas; es decir, volver a pasar por lo mismo otra vez.
En los muchos intentos frustrados de desenganche a lo largo del tiempo que se permanece inmerso en una relación tóxica, e incluso en los pasos más serios de distanciamiento en situación terapéutica, los miedos de la persona dependiente a autogestionar los conflictos consigo misma afloran por doquier. La dependencia emocional es un patrón psicológico que incluye conductas de delegar la responsabilidad en las principales áreas de la vida en la otra persona. Se alimenta, así, el rasgo psicopatológico de dejación de uno mismo y la preocupación exagerada a sentirse abandonados. Paradójicamente, estos miedos, propician que se tengan o inicien relaciones poco sanas, donde la predisposición a anularse a favor de la otra persona se ejecuta de forma consciente. La angustia de la soledad, la necesidad de aprobación constante, las expectativas irreales o el encumbramiento de la pareja, son un buen caldo de cultivo para que emerjan las emociones contradictorias.
«Sigo sin comprender, por qué he olvidado a otras muchas personas y a él no puedo. ¿Me lo puedes explicar?»
¿Qué te explique por qué estabas dispuesta a hacer lo que fuera por estar con él? ¿O que te explique por qué prefieres tener malas relaciones a no tenerlas?
Aunque para quien lee este artículo le pueda resultar chocante e incluso estúpido que alguien esté convencido de que lo peor que le puede ocurrir a alguien es no tener pareja, una idea fija durante mucho tiempo en la cabeza de M.T. que le venía de una educación sexista desde su infancia, cabe entender que estamos ante un trastorno que enarbola la bandera de la subordinación. Un estado de la relación asimétrica que genera la subordinación tiene que ver, y mucho, con las tendencias autodestructivas de determinados rasgos de personalidad, con la continua y progresiva degradación de aferrarse al objeto de deseo, a pesar de no recibir verdadero afecto, ni intercambio recíproco, de sufrir en ocasiones más o en más ocasiones, humillaciones y maltrato emocional (también se produce el físico con frecuencia, aunque no era este el caso).
El trastorno por dependencia emocional no le pasa a todo el mundo, pero a cualquiera, o si o prefieren por aquello de la ilusión de invulnerabilidad, a casi cualquiera le puede pasar. En la trastienda de esta patología, lo que se almacena es una subordinación como medio para preservar una relación.
A M.T., a pesar de que pasamos varios meses de encuentros terapéuticos, aún se le dibujaba una mueca de disgusto, un mohín desconsolado al admitir que, en realidad, nunca había disfrutado de manera adecuada del afecto, del cariño y del amor. De lo que sí sabía más que muchas personas era de la duda, especialmente la duda sobre ella misma.
Cuesta enorme esfuerzo mental y físico comprender y aceptar que, intentar «convencer» a alguien de que te quiera es, sin lugar a dudas, uno de los mayores errores que podemos cometer. Durante años, M.T., de adolescente y después ya de mujer, había caminado de la mano y de los deseos de otras personas.
«Aún me cuesta entender que para ser yo misma no necesito estar con », solía repetir en casi cada sesión. En más de una ocasión preguntaba, como quien espera una respuesta justificadora, si «se puede estar loca de amor. ¿Es ese mi problema, enamorarme locamente de los tipos más canallas?»
De cuando la necesidad de amor es adictiva
Cuando nos enamoramos nuestro cuerpo libera un conjunto de hormonas, como la norepinefrina., la dopamina y la oxitocina, que nos causan estados de alerta similares a los que se producen con el consumo de drogas estimulantes. Teniendo en cuenta que la atracción emocional y sexual es inmediata (funciona incluso antes de que la otra persona abra la boca para decir algo), siempre corremos el riesgo de que, al igual que como ocurre con las drogas, los pensamientos y el deseo sexual se pueden volver obsesivos en torno a la persona amada-deseada, lo que provoca mayor liberación de dopamina que hace que aumente la adrenalina, provocando un ciclo neuronal que parece no acabar nunca.
La consecuencia más inmediata es que la alegría inicial del enamoramiento se transforme en sufrimiento y ansiedad. En determinadas personas, el trastorno por dependencia emocional aparece con la intención de quedarse.
Comprender que las dependencias relacionales se conjugan con la expresión de conductas de tipo adictivo, facilita tener claro qué es lo que nos pasa. Las necesidades extremas de carácter afectivo, terminan por afectar a todo los sistemas del individuo.
Un sentimiento que costó aliviar y erradicar en M.T, fue el de vergüenza y culpabilidad. La idealización del objeto de su deseo vedado la convencía de la necesidad de arrojarse a sus pies y mendigar amor.
«Lloré, supliqué, me ofrecí, me amenacé, me sumí, perdí los papeles, me entregué a lo que quisiera, me derroté, me comí orgullos…».
Lo que manifestó en sesiones de hipnosis terapéutica (para acceder a contenidos no demasiado accesibles de manera consciente), prefiero no comentarlo aquí, ni bajo la seguridad del anonimato con que presento este caso.
Las personas emocionalmente dependientes, incluidas las que sufren estafa emocional, sostienen persistentemente creencias, pensamientos y esquemas sobre sí mismas como débiles, necesitadas, llenas de preocupaciones, rumiaciones y celopatías.
Los problemas cognitivos se complican, además, por la presencia de conductas de sumisión y complacencia, deseos de protección y ayuda. La disforia intensa al rechazo, la necesidad permanente de reconocimiento y el miedo a la evaluación negativa, convierten al trastorno de dependencia emocional en un sinvivir. El malestar significativo en el que vive quien padece este problema, también conlleva perjuicios importantes para las personas más cercanas.
Si un toxicómano es capaz de vender hasta el televisor de su madre para satisfacer su necesidad adictiva, la persona con dependencia emocional pude llegar a «vender» incluso a sus hijos. La correlación positiva entre dependencia afectiva y sintomatología ansioso-depresiva, reduce el mundo de la persona dependiente al espacio del ser idolatrado, excluyendo de él a casi todo el mundo.
Dando un paso y retrocediendo diez, M.T., se ha pasado una vida entera. Como casi todos los que padecen este trastorno de personalidad, mi paciente tiene un problema longitudinal, es decir, manifiesta los mismos problemas a lo largo de su vida y en todas sus relaciones de pareja.
No fue hasta que comprendió la necesidad de dejar ir, de entender hasta qué punto estaba naufragando en una especie de relación «droga»-dependencia, de ser consciente de cómo las relaciones dañinas no solo le quitaban la dignidad, sino también la libertad.
Saber decir adiós cuando toca
Desprenderse de las «falacias de control», esas por las que hasta nos llegamos a convencer a nosotros mismos que tenemos controlada una situación anómala que nos perjudica, es el zaguán que nos conduce a una puerta de salida adecuada a nuestros problemas. Dejar ir lo que duele aunque duela es un ejercicio psicoterapéutico difícil, pero efectivo. Nos cuesta ser conscientes de las relaciones dañinas que nos quitan libertad y dignidad. Pero se llega a ese convencimiento, cuando experimentamos la pobre conciencia que tenemos sobre el problema, la ausencia real de control sobre el mismo, sobre nuestros pensamientos y conductas emocionales dependientes, y el hecho de que, en realidad, somos nosotros los controlados por ellas.
«Es una sensación extraña, desconocida, pero ¿sabes?, tremendamente reconfortante, la de no tener que convencer a nadie de que me quiera, y solo sentirme libre de poder elegir».
Desde luego no parecía aquella persona de expresión corporal de tristeza y desvalimiento. Me alegró comprobar que M.T., había arrojado definitivamente la pala. Para salir de un agujero lo primero es dejar de continuar cavándolo.
Abandonar el autoengaño es la primera forma de decir adiós a la voracidad afectiva con la que la persona dependiente pretende hacerse querer. Romper el vínculo de apego trastornado es empezar a soltar amarras. Del callejón sin salida que ha construido el miedo al abandono, la intolerancia a la soledad y los pensamientos que estas emociones desencadenan, se sale por donde se entró. Volver a la casilla de salida nos abre posibilidades de cambio del trastorno de personalidad por dependencia tras la ruptura, que nos devuelven a una realidad normalizada, rompe la tendencia a la exclusividad en las relaciones. Aprender a utilizar el NO con mayúsculas, teniendo en cuenta la buena adherencia a los tratamientos psicológicos de estas personas, cierra etapas.
«Intento remontarme a cuando empezó todo esto de la dependencia, y me doy cuenta de que es algo que siempre me ha acompañado. Sentirme con la fuerza de dejarlo todo atrás es un alivio que aún no sé cómo...», anotó M.T., en su diario terapéutico, dejando pendiente, y hace bien, para más adelante, el punto y final; los pensamientos negativos en las personas en tratamiento por dependencia emocional, aun identificados y tratados, siempre esconden alguna emboscada.