A la una de la madrugada del día 31 de octubre de 2019 falleció Alfredo Molano, pocas horas después de los crueles asesinatos en el Norte del Cauca, pocas horas antes de muchos otros asesinatos que están llenando de sangre y dolor nuestra alegría de vivir y nuestra determinación por luchar por una Colombia justa, digna y pacífica. En estas condiciones casi no tengo tiempo de llorar la muerte de mi mejor amigo, Alfredo Molano, uno de los intelectuales activistas más brillantes del siglo XX y probablemente uno de los más incomprendidos.
Tuvimos un maestro común, Orlando Fals Borda (OFB). De él aprendimos que la ciencia propia de los campesinos, de los indígenas y demás pueblos olvidados, humillados y silenciados era una inagotable fuente de enriquecimiento de las ciencias sociales y de las luchas sociales. Alfredo llevó esta lección a su máximo limite, hasta el punto de que muchos sociólogos y departamentos universitarios convencionales no reconocieron su trabajo como perteneciente a las ciencias sociales. Alfredo pagó un precio caro por eso. Tuvo dificultades en terminar su doctorado y solamente muchísimo más tarde fue reconocido por la Universidad donde aprendió a ser sociólogo de los olvidados. Su método era sencillo, tan sencillo que ni parecía un método. Es por eso por lo que tantos lo ignoraban o como mucho lo consideraban un escritor de ficción.
Su método consistía en recorrer a pie, a caballo, en barco los rincones más recónditos de Colombia, la Colombia profunda, hablar con los campesinos más humildes, grabar horas incansables de diálogos y después construir un texto suyo escrito en primera persona, que se transfiguraba para dar cuenta minuciosa de la vida, del sufrimiento, de la alegría y de la lucha de la gente con quien convivía. Era una sociología cualitativa de nuevo tipo, una investigación- acción participativa que llevaba más lejos las propuestas de Orlando.
En vez de dos narrativas paralelas como en Historia doble de la Costa, de OFB, emergía una solo narrativa, la del campesino, que era también la narrativa de Alfredo, como si fuera la todos los campesinos con quien compartió conocimiento. Su saber no era un saber sobre, sino un saber con. Las campesinas y campesinos que Alfredo personificaba eran personas sabias, racionales, emocionales, indignadas por tanta injusticia, acostumbradas al sufrimiento y a la muerte y, al mismo tiempo, con una alegría de vivir sorprendente y natural, pragmáticas para poder sobrevivir en una sociedad tan injusta y tan violenta.
Esta sociología en primera persona, que era de hecho la persona de todos, no cabía en el canon académico que, entre otras cosas, exigía notas a pie de página, referencias bibliográficas y objetividad. Alfredo era el más objetivo de todos los sociólogos que conocí, pero su objetividad no consistía en crear objetos de investigación postrados a sus pies. Consistía más bien en elevar a tantos campesinos y campesinas de la condición de objetos de discurso de derechos humanos a la condición de sujetos, sentados a su lado mientras compartían saberes, miedos y esperanzas. Era una objetividad profunda porque no era neutral.
Los años transcurridos entre 1998 y 2006 fueron los más difíciles. Fueron años de exilio debido a las numerosas amenazas de muerte de los paramilitares de la casa Castaño. Cuando visitó a mi madre en nuestra pequeña finca en los suburbios de Coímbra (Portugal), ambos se apasionaron. Mi madre, nuestras gallinas, conejos, huertos, árboles frutales, comida sencilla y sana significaban el regreso a su Colombia y sobre todo a la Colombia de su juventud. Mi madre era una campesina y por eso mismo bien conocida por él incluso antes de conocerla personalmente. Fue un enamoramiento que duró para siempre. Con el tiempo, mi madre me preguntaba cuándo volvería aquel señor tan simpático que disfrutó tanto de nuestras cosas.
En ese periodo, colaboramos en un proyecto internacional que yo coordiné en el Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra, titulado Reinventar la emancipación social. Ese proyecto incluía narrativas sobre líderes sociales que me permití llamar Voces del mundo. Alfredo no podía faltar. Debido a sus condiciones de vida, los textos fueron escritos en colaboración con María Constanza Ramírez Silva. Las voces que escogió fueron de dos líderes sociales, Gabriel Muyuy Jacanamejoy, indígena inga, líder del movimiento indígena, profesor, senador, y Gerardo González, campesino, guerrillero, exguerrillero, líder del movimiento campesino. Junto en anexo las versiones de los textos en portugués e inglés. Lamentablemente, nunca se publicó una versión en castellano.
Releer a Alfredo hoy es una condición esencial para comprender lo que está pasando con el proceso de paz. Alfredo sabía que las condiciones estructurales internas e internacionales iban a hacer el proceso de paz un camino muy difícil, pero ni por un minuto dudó en participar en todas las iniciativas para poder concretarla. Era una esperanza desesperada, como la mía. Por eso aceptó ser comisionado de la Comisión de la Verdad y trabajó hasta el último aliento en las regiones que tan bien conocía. Por eso insistió en que yo aceptara ser miembro del consejo asesor de la Comisión de la Verdad. Y por eso acepté.
Honrar la memoria y el legado de Alfredo es saber que los asesinos, los sicarios, los mandantes en altos cargos y los ejecutantes de tanta muerte injusta de tanta gente digna y luchadora, que por ahora parecen disponer de todas las facilidades para matar la esperanza de los humillados y ofendidos, acabaran por ser vencidos en nuestra querida Colombia, porque no desistiremos de enfrentarlos, porque somos más y mejores y porque tenemos la verdad, la ética y el futuro de nuestro lado.
Como canta el joven rapero Jhon Jota de Toribío:
Nos están matando
nos quieren vencer
por rechazar el sistema,
pero no van a poder:
el pueblo no se doblega.