La problemática de la trata de personas y la explotación sexual sin lugar a dudas se constituye como una de las más graves violaciones de derechos humanos de niños, niñas, adolescentes y mujeres; sin embargo, continúa siendo desatendida y relativizada por la academia, por los medios de comunicación, pero también por el Estado ante la ausencia de políticas públicas capaces de prevenir su ocurrencia, y de los órganos de justicia en lo que refiere el acceso y otorgamiento de justicia.
Además sobre la explotación sexual y la trata de niños, niñas, adolescentes y mujeres, continúan habiendo posiciones diversas y antagónicas. Por un lado existe acuerdo en que la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes está mal, que es un delito, y que los niñas, niñas y adolescentes sometidos a esta forma de explotación deben ser protegidos; no obstante, cuando se trata de las mujeres en situación de prostitución no existe tanto consenso, cuando se trata de las mujeres esta deja de ser considerada una forma de explotación sexual, deja de percibirse como un delito, deja de creerse que las mujeres víctimas de explotación sexual deben ser protegidas y comienza a desarrollarse una narrativa en la que, a esta forma de explotación sexual comienza a ser considerada un trabajo, una elección, una opción de vida, pero sobre todo, una actividad económica legitima, autónoma, independiente, e incluso empoderante.
Este discurso invisibiliza y desconoce las diferentes estructuras de desigualdad existentes tras la explotación sexual, las formas de dominación que la sostienen, así como, las formas de violencia y vulneración a partir de la cual se ejerce. En este sentido es importante señalar que la prostitución no es una causa sino una consecuencia de la precarización y pauperización de las condiciones de vida de las mujeres, de los prejuicios y estereotipos construidos en torno a sus cuerpos y su sexualidad, aunado al bombardeo de las industrias que lucran a partir de la explotación sexual de los cuerpos, principalmente de aquellos más vulnerables como los son los niños, niñas, adolescentes y mujeres.
Esto puede considerarse una forma de violencia contra la mujer porque es algo que se le impone y se espera solo de las mujeres, como consecuencia de las concepciones que de ellas se tienen. La explotación sexual es una consecuencia de los procesos de hipersexualización de las mujeres, donde su valor social se encuentra determinado por su corporeidad, su sexualidad, su genitalidad, la cual siempre debe estar disponible a los deseos y demandas del patriarcado. A la mujer se le considera un objeto, algo que puede ser usado, vendido, comprado, intercambiado, y por tanto, descartado; uso, venta, compra, intercambio y descarte que además siempre es realizado por los hombres, aquellos quienes se encuentran en condición de poder frente a estas mujeres y que se acreditan su propiedad, por ejemplo: esposo, padre, hermanos, jefe, o cualquier otro hombre ante el cual las mujeres se encuentren en situación de subordinación o dependencia.
Al respecto es importante destacar, que ante las condiciones de precarización, crisis económica, situaciones de vulnerabilidad o de pobreza extrema, se imponen a las personas situaciones de exposición y riesgo diferenciado. En el caso de los hombres se les presenta como vía de escape a la situación de vulnerabilidad la comisión de delitos contra la propiedad, el hurto, el robo a mano armada, el micro tráfico de drogas, entre otros, pero los hombres no se plantean la prostitución como una opción para la sobrevivencia. Sin embargo, cuando las mujeres se encuentran en situación de vulnerabilidad o pobreza, la prostitución siempre es siempre una opción; esta le es mostrada como alternativa por los medios de comunicación, pero sobre todo, generalmente inducida y promovida por hombres cercanos o presente en la vida de estas mujeres.
Esta es una indiscutible forma de violencia de género porque es una forma de explotación que se impone solo sobre los cuerpos de las mujeres; los hombres nunca se plantean la prostitución, a menos que sea para ser puesta en práctica sobre alguien más, niños, niñas, adolescentes o mujeres. Además, cuando los hombres se encuentran en situación de prostitución es porque son cuerpos socialmente considerados feminizados o transgresores de la masculinidad hegemónica, por ejemplo hombres homosexuales o transgéneros; es decir, la explotación sexual se erige como una forma de explotación necesaria e imprescindiblemente feminizada.
Estos hechos desmontan la idea de la explotación sexual como una elección, como una incursión libre, autónoma e independiente; imaginario que ha sido alimentado por la industria de la explotación sexual, la pornografía, pero también por el cine y la televisión como agente de socialización. En este caso es posible mencionar productos mediáticos como la película Joven y bonita (Francia, 2013) y las series El negocio (Brasil, 2013) Llámame Bruna (Brasil, 2016) The Deuce (Estados Unidos, 2017), entre otras.
En estos productos mediáticos las mujeres en situación de prostitución generalmente son presentadas como mujeres universitarias, independientes, poderosas, quienes saben de marketing, administración e inversiones. En estas narrativas la explotación sexual es concebida como una elección, como cosa de mujeres autónomas, empoderadas, quienes obtienen cuantiosas sumas de dinero para vivir, eligen a criterio a sus prostituyentes y nunca son víctimas de ninguna forma de violencia. Además en estas representaciones se muestra la explotación sexual como una decisión tomada por las mujeres en reacción por el aburrimiento de sus vidas, el deseo de experimentación y disfrute de la sexualidad, pero también como acto de rebeldía y desafío a la autoridad familiar.
Sin embargo, estos discursos y representaciones se encuentran profundamente alejados de la realidad. Además estos procesos de objetualización, hipersexualización y mercantilización de los cuerpos se profundizan cuando se trata de mujeres racializadas; específicamente las mujeres indígenas y afrodescendientes quienes, producto de los prejuicios y estereotipos instalados y heredados del proceso colonial, continúan siendo consideradas y representadas como mujeres de sexualidad exacerbada, irresponsables, promiscuas, lo cual ha favorecido su conversión en mercancía y objetos de consumo sexual.
La realidad es que la mayoría de las mujeres que se encuentran en situación de prostitución son mujeres pobres, muchas de ellas se han visto obligadas a someterse a esta forma de explotación ante la imposibilidad de hallar un trabajo digno, la necesidad de obtener recursos que le permitan satisfacer sus necesidades básicas y las de sus familias, mujeres víctimas de violencia por razones de género y obligadas a prostituirse por sus maltratadores, mujeres que fueron prostituidas desde su niñez y no conocen otra forma de vida, mujeres sin redes de apoyo familiares, sociales o institucionales, mujeres revictimizadas por los cuerpos policiales y los órganos de justicia, mujeres en situación de calle quienes se encuentran obligadas a prostituirse por un plato de comida o un abrigo, mujeres con adicciones, etc. Mujeres víctimas de las redes de trata, mujeres reclutadas por las llamadas industrias del entretenimiento para ser explotadas en prostíbulos y la pornografía, así como, mujeres reducidas a situaciones de prostitución y trata en medio de conflictos armados y contextos extractivistas.
Ahora bien, ustedes dirán que estos no son todos los casos, que hay mujeres que se encuentran en situación de prostitución pero no son pobres, que no se encuentran en situación de calle, que tienen estudios universitarios, que no han sido víctimas de violencia de género, es decir, que lo han elegido, que lo han decidido, y que estos casos no pueden compararse con aquellos donde existe un evidente ejercicio de fuerza y coacción. Al respecto es necesario considerar que si bien algunas de estas mujeres no se encuentran en situación de vulnerabilidad extrema como las anteriormente señaladas, se encuentran en situación de prostitución como consecuencia de las presiones de una sociedad que concibe a las mujeres como un objeto a disposición del deseo masculino; quienes han sido han socializadas con la idea de que su cuerpo es una mercancía a la cual se le puede poner precio y se puede vender.
No obstante, con independencia de las modalidades a través de las cuales las niñas y mujeres terminan siendo sometidas a la explotación sexual, la realidad es que esto las expone a otras múltiples formas de violencia y vulnerabilidad. Las mujeres en situación de prostitución con frecuencia son víctimas de violencia por parte de desconocidos y proxenetas en los espacios públicos, agresiones, violaciones y asesinatos. Las niñas y mujeres reclutadas o secuestradas por las redes de trata son mantenidas en cautiverio en lugares que desconocen, rotadas en prostíbulos improvisados y clandestinos a los que se les conoce como «cambio de elenco», obligadas a recibir prostituyentes constantemente, generalmente en estados de inconciencia y donde una gran proporción de ellas mueren producto de sobredosis de sustancias psicotrópicas que son obligadas a consumir, pereciendo producto de la desatención, infecciones y enfermedades de transmisión sexual, pero también víctimas del femicidio.