A propósito de Borges...
Ofreció el poema ante la triste desaparición de «Colocho».
Las avionetas entraron por la puerta de hierro negra, pintada en los inicios del siglo, ese siglo imaginero y turbulento; los que con ellas lograron penetrarla, acumularon noches insonoras, atajos; faroles redondos en la bruma, pisos rojos de cuadritos negros candados encadenados con estrellas encendidas.
Una noche la luna tosió y contagió a los que la veían eclipsarse lo que produjo un concierto desarmónico en la tierra. Los estertores de las toses obligaron a los edificios murallas a desplazarse arrastrando lo que se les atravesaba a su paso.
Sin embargo, esto fue bueno porque la gente comprendió el mensaje apocalíptico y se dispuso a entender los signos que les eran revelados. En un instante el ayer se hizo hoy y el hoy mañana y el mañana otro ayer y así los días se atropellaron; cada quien asumió su papel tratando de captar lo más posible ante la inusitada avalancha de acontecimientos.
Seis sillas negras, un cuento colectivo, un vitral de árboles recortado con brusquedad, el Carro Basura de líneas modernas, las sillas rojas de la vereda, un colibrí rezagado y la noche a punto de deslizarse cerró el día, no un día más.
Como todos, este es un día diferente, la tragedia del deceso le condujo a reconstruir con lo que quedaba de aquella tarde trágica.
No pensaba llevarlo aquel semestre, no porque no le gustara, debió ser sincera, aunque nadie se lo estuviera pidiendo, le agradó pues le movía todos los conceptos.
Empezó a llenar de ideas de célebres personajes sus extremidades, que aportaron a la estructura de ese mamotreto que llamó «Colocho», en gran parte había iniciado de la lectura de la conferencia cuyo autor se le pegó desde que encontró el librito, clonado y todo en el estante.
No le sirvió de nada en ese momento.
Estoy aquí, leo, pero no empecé aquí esta acción, salí a realizar diligencias, muchos otros se adhieren, me refiero a los libros, entre ellos el mencionado; por la costumbre de cargarlos tomó varios, los metíó al carro, después de dar vueltas y vueltas entró al lugar, sacó un lápiz dorado para hacer nuevas marcas en el libro, haría lo siguiente: con el dorado marcaría en línea de puntos los autores citados, con bolitas rellenas, lo que podría ser el hilo conductor, con rayas inclinadas, las veces que el autor se refería a un tema específico, con círculos sin rellenar otros asuntos de interés y con ventanitas negras, lo que no entendiera.
Continuó un rato, el lápiz negro, el lápiz dorado, la observación de mesas. Frente a mí dos muchachos jóvenes, parece que estudian o matemáticas o física tal el grosor de los volúmenes que manipulan, un señor gordito, de más años en otra mesa, éste quizá tenso, me dio la idea de que estudiaría leyes, no sé por qué esa idea, tal vez porque ahora es una carrera cotizada, podría ser literatura, no lo supe, ni tampoco podría preguntárselo porque ya no está, no sé en qué momento se fue; cuando saqué el lápiz negro, esta vez no para marcar el texto sino para ordenar las ideas, sentí el vacío que dejó frente a la mesa.
En esta acción de sacar el lápiz observo un estante con libros, cuántas voces encerradas, pensó, en ese recinto hay cinco más que junto con el resto ocupan el espacio central entre columnas, me gusta venir, es el sitio más silencioso de los varios que existen, hay muchos árboles.
Los cabalistas hebreos menciona en algún punto el autor de las Conferencias, «sostuvieron que la Escritura está escrita para cada uno de los fieles» a lo que añade: «lo cual no es increíble si pensamos que el autor del texto y el autor de los lectores es el mismo: Dios».
San Juan también se basa en las escrituras, me agrada Juan, quizá se deba a que escribe por medio de epístolas. Esto de los géneros literarios le mantenía atenta, lo suyo era el ensayo. No sé, creo que volveré a las conferencias. De nuevo intento armar.
En segunda leída observa que se presenta como un lector hedónico, leyó: “todas” las versiones del libro que comentaba, en los diversos idiomas que se le presentaron, leía «mucho», cito mucho, expresa, porque mi memoria es mayor a mis pensamientos. Idolatraba el libro al cual se refería en aquel momento.
Construir algo no es fácil, la dispersión, las naderías, las idas y venidas con galletas, tés, mangos, peras, la concentración no ayuda, la desconcentración menos. Había hecho ejercicios: yoga, juegos de armar y muchas cosas que le indicaban de utilidad para centrarla, todo para nada; semejaba gelatina o algodón de azúcar como los que vendían en los turnos. En lo recóndito de la memoria aquel amasijo de recuerdos. ¿dónde dejo el carro para que no me lo roben? Olores, sabores ruidos.
Lee desaforadamente una tesis que terminó en dos días: El hombre preliminar de la Mancha, creo, ésta, aunque rica en contenidos no aportó mucho, por lo menos para la construcción del objeto, de tan y variados elementos, lo que sí recuerdo fue ¡Oh los que entráis!, dejad toda esperanza. «Creo sin embargo, en la conveniencia de ese concepto ingenuo, ese concepto de que estamos leyendo un relato verídico». Sin embargo en la lectura de esa tesis y en las Conferencias se observa una necesidad de palabrear, en el sentido de valerse de mucha retórica tal vez con el afán de que se vuelva creíble la narración..
La retórica es tan vieja y actual como la historia, surge alrededor del siglo quinto A.C , por la necesidad de enfrentar problemas con la propiedad, se refería y aún se mantiene el concepto sobre el arte de persuadir. Los anuncios nos lo recuerdan constantemente aún hoy, todo se podría decir que es retórica.
«Entramos, pues, al relato, y entramos de un modo casi mágico porque actualmente, cuando se cuenta algo sobrenatural, se trata de un escritor incrédulo que se dirige a lectores incrédulos y tiene que preparar lo sobrenatural». Citas y más citas.
Habla sobre la brevedad de la visión, «es imposible una visión tan larga, la visión fue voluntaria: debemos abandonarnos a ella y leerla, con fe poética», «...la capacidad para experimentar esa cualidad sensitiva se da en grado extremadamente dispar en los distintos individuos (...). Aun yo mismo debo achacarme una particular torpeza al respecto, cuándo sería mucho más conveniente una sutil sensibilidad; pues desde hace mucho tiempo no he experimentado nada que me produzca esa impresión, de modo que me es preciso evocar deliberadamente esta sensación».
«Se ha comparado a Milton con Dante, pero Milton tiene una sola música: es lo que se llama en inglés un estilo sublime Esa música es siempre la misma, más allá de las emociones de los personajes. En cambio en Dante, como en Shakespeare, la música va siguiendo las emociones. La entonación y la acentuación son lo principal, cada frase debe ser leída y es leída en voz alta (...). Digo es leída en voz alta porque cuando leemos versos que son realmente admirables, realmente buenos, tendemos a hacerlo en voz alta. Un verso bueno no permite que se lo lea en voz baja, o en silencio. Si podemos hacerlo, no es un verso válido: el verso exige la pronunciación. El verso siempre recuerda que fue un arte oral, antes de ser un arte escrito, recuerda que fue un canto».
Esto del poema le pareció que concordaba con ciertas ideas que tenía sobre la poesía, más adelante, expresa que nadie puede ver lo que concierne a la divinidad, hablando sobre lo fantástico, sólo se logra esto mediante la poesía, opina que Dante pudo hacer el recorrido por el infierno, el paraíso y el purgatorio y pudo ver los destinos de los personajes que habla en la Divina Comedia sólo a través de la poesía.
Toda esta retórica me parece, es lo que ha permitido que nos embobemos con una cosa o con otra, no solamente en lo que se refiere a la escritura, también está lo que nos rodea.
¿Cómo surge lo inconsciente? ¿Es una cadena de significantes que van anudándose de generación en generación? Dudas y dudas. Un mamotreto cada vez más parecido a un monstrillo de esos que ya no asustan, son para los niños, esperanza de una tarde entre mayores, con el celular de mamá. Los tiempos.
Manuel comenta: «el síntoma es escritura en torno a un agujero de saber: a la verdad que falta en el saber; lo cual es otra manera de nombrar el goce». Manuel era un iluso.
En otro apartado como en la Odisea: los dioses tejen desventuras para los hombres, para que las generaciones venideras tengan algo que cantar. La otra, muy posterior, es de Mallarmé y repite lo que dijo Homero menos bellamente: tout aboutit en un livre, «todo para en un libro» . Continúa: «los griegos hablan de generaciones que cantan, Mallarmé habla de un objeto, de una cosa entre las cosas, un libro (...). La idea es la misma, la idea de que nosotros estamos hechos para el arte, estamos hechos para la memoria, estamos hechos para la poesía o posiblemente estamos hechos para el olvido. Pero algo queda y ese algo es la historia o la poesía, que son esencialmente distintas».
«El hecho» de que una retórica que se interpone es desgraciadamente frecuente, las Confesiones de San Agustín tienen una «retórica espléndida» porque la «espléndida retórica del africano se interpone entre lo que quiere decir y lo que nosotros oímos».
¿Dónde empieza y acaba el hilo? La vida con sus grandes interrogantes, ¿cuál es el límite entre ésta y la muerte, entre la retórica y el silencio? Juan Rulfo supo trabajar este detalle en Pedro Páramo y en su escasa, pero magistral literatura.
Opina también aquel escritor que la retórica «debería ser un puente, un camino; a veces es una muralla, un obstáculo». Concordó con él, en su tiempo, todo, retórica. Quizá esta posición era muy radical, pensó. En «el pensamiento en blanco»: «vivimos el fin del tiempo lineal, el tiempo de la sucesión: historia, progreso, modernidad. En la esfera del arte la forma más virulenta de la crisis de la destrucción (o autodestrucción) de la cosa artística». «Recuerdo asimismo la curiosa metáfora de la flecha. Dante quiere hacernos sentir la velocidad de la flecha que deja el arco y que deja la cuerda, invierte el principio y el fin para mostrar cuán rápidamente ocurren esas cosas». Quizá desea plantearnos algo más de lo que hasta aquí hemos dicho y es el hecho de que Dante descubrió algo y es lo siguiente: «una novela contemporánea requiere quinientas o seiscientas páginas para hacernos conocer a alguien (...), a él le basta un solo momento. En ese momento el personaje está definido para siempre, Dante busca ese momento central inconscientemente». Para los místicos, todo está en el presente . Dice: «yo he querido hacer lo mismo en muchos cuentos y he sido admirado por el hallazgo, que es el hallazgo de Dante en la Edad Media, el de presentar un momento como cifra de una vida».
Colocho sigue en pie, las piernillas casi no lo soportan ya que se infló demasiado, un día cualquiera podría explotar, todo explota ahora, es tan común o podría servir de barrilete, después de todo quedó multicolor. Podríamos sacar a concurso la competencia de elevar papalotes y todos podrían sacar a ventilar a su Colocho, y todos con el suyo propio lo podrían compartir, con lo que contribuirían a ejercitar la rara costumbre de conversar y correr y ver el aire hacia donde se dirige, y sostener el de aquel que le dio ganas de hacer otra cosa, o enredarse con todos los otros colochos y como uno sólo, rodar por la pendiente y abrazarse, y sonreírse y contarse tantas cosas.