No sólo ha cambiado el clima en el mundo, un hecho más que comprobable, sino que igualmente ha cambiado el clima político al respecto, incorporando más que antes los temas ambientales. Y ya era hora de que sucediera. No es posible para cualquier líder mundial ignorar que el clima planetario se ha trastocado visiblemente, y tal vez, de manera definitiva con riesgos cada vez mayores si no se adoptan, de verdad, medidas de contención o de recuperación, efectivas, de mediano y largo plazo. Parece algo necesario y sobre todo oportuno, ya que ningún sector geográfico y ningún país ha dejado de percibirlo y sufrirlo en mayor o menor medida. Para muchos hay amenazas ciertas y comprobables científicamente, como la deforestación en aumento, incendios forestales naturales o provocados, sequías persistentes, contaminación de aguas, polución ambiental peligrosa, desertificación, deshielos acelerados y aumento de los niveles marítimos, lluvias cada vez más escasas o violentas, y muchas otras demostraciones de que el clima mundial ha variado radicalmente. Y Chile no es una excepción.
Nuestra zona semidesértica, que hace menos de cincuenta años llegaba hasta La Serena, ahora alcanza a nuestra zona central, con Santiago incluido, y cualquiera lo puede comprobar sin ser meteorólogo o científico, con la consecuente merma en las precipitaciones y sus consecuencias naturales para el abastecimiento hídrico, de las personas, de la agricultura, o para la industria. Una nueva realidad que nos está pasando la cuenta, al menos por ahora y sin perspectivas concretas de que regresaremos a la normalidad que teníamos.
Por cierto, esta situación global ha encendido las alarmas internacionales y se vive un nuevo momento que exige tomar decisiones, no sólo el compromiso verdadero de los Estado traducido en medidas concretas, con el correspondiente cumplimiento de las variadas normas internacionales adoptadas, su necesaria adecuación en sus plazos y compromisos legales, y el consecuente seguimiento comprobable de los mismos. Por ello, han proliferado las iniciativas. Es el caso del Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, que convocó un día antes de la Asamblea General, el 23 de septiembre, a una Cumbre Extraordinaria sobre el Cambio Climático, con vistas a alcanzar un compromiso ambicioso: reducir hasta un 45% los gases de efecto invernadero en diez años, y llevarlos al cero por ciento, el año 2050.
Una reunión que ha estado rodeada de grandes expectativas y variados protagonismos, personales, como del actor Harrison Ford, ya que nunca falta alguno que no abrace algún tema que esté de moda; o de la joven activista ecológica Greta Thunberg, que ha logrado una visibilidad en los medios sin precedentes, por sus denuncias vehementes y acusatorias. Todo dentro del recurrente ambiente paralelo y apoyo a las causas consideradas políticamente correctas. No han faltado contradictores que acusan que todo esto obedece a una manipulación oportunista, mientras las verdaderas decisiones gubernamentales pasan a segundo plano, simplemente porque son pocas. Igualmente se encuentran decididos partidarios que les aplauden, pues ven en estos rostros visibles, ejemplos significativos contagiosos que sirven de inspiración a para una realidad climática ya que no se puede obviar de manera permanente.
Los resultados no han sido todo lo auspiciosos que se creían, ya que importantes países acusados de verdaderamente contribuir al efecto invernadero, y además decisivos por su peso político, no han comprometido mayores avances. Es el caso de Estados Unidos, cuyo anuncio de denunciar el Acuerdo de París sigue en pie, si bien no lo ha materializado, pues está en plena campaña electoral a la Presidencia del país. O bien de Rusia o China, que no han disminuido sus índices de contaminación ambiental, sumados a Turquía o Irán, envueltos en otros graves problemas de seguridad y amenazas a la paz, así como numerosos países africanos que alegan imposibilidad de cumplir tales compromisos, pues pondrían en riesgo su propia supervivencia en otros campos. Y hasta la propia Latinoamérica, que ha desenfocado el tema de fondo, para verse envuelta en rencillas personales de sus dirigentes más representativos. Vale decir, pese a los esfuerzos, los grandes objetivos de la Cumbre Extraordinaria no habrían alcanzado los compromisos necesarios; como por ejemplo, el decidir que las partes apliquen dichos plazos comunes a sus contribuciones determinadas a nivel nacional que se implementen a partir del 2031 en adelante.
Igualmente existe el riesgo que los tan deseables propósitos para abordar el cambio climático en su demandante solución, se vean desviados hacia otros alcances más radicales, como por ejemplo, para impedir el desarrollo industrial de numerosos países, utilizando el tema ambiental como pretexto y razón, fácilmente aceptable popularmente, para demorarlos o paralizarlos definitivamente, según la orientación política que se desee priorizar. Es decir, llegar al extremo de la militancia ecológica, como arma eficaz de imponer determinadas tendencias ideológicas sobre otras.
Este será el desafío de Chile, como anfitrión de la nueva COP 25, (Conferencia de los 197 Estados Parte de la Convención Marco respectiva), que se espera supere las anteriores de Marruecos (Marrakech), y Polonia (Katowice), con mejores resultados. Ya hay avances significativos respecto al papel del Presidente Piñera, respecto a los bosques lluviosos que le fuera confiado, lo que, sin embargo, no garantiza resultados destacables en la COP 25.
En consecuencia, se está viviendo una mayor toma de conciencia de la realidad climática, no obstante sus detractores y los riesgos de un aprovechamiento interesado, pero, en todo caso, oportuna y necesaria como nunca antes.