El hombre es el lobo del hombre, de esta forma el filósofo inglés Thomas Hobbes populariza la frase del latino Plauto para referirse al comportamiento humano que lo lleva a su propia destrucción: parece un edicto apocalíptico de la Némesis de la raza humana.
Según nos dictamina la lógica, el ser humano se supone posee a diferencia de otras especies en el planeta capacidad de razonar y meditar sobre sus acciones, tomar el camino de construir o destruir; sin embargo, prefiere utilizar esa ventaja comparativa para hacerse con instrumentos que ocasionan su propia extinción o desarrollar armamentos que solamente tiene como objetivo acciones para sobreponerse a su propia existencia y dañar significativamente al planeta y a los individuos que lo poblaron.
A través de su intelecto comete acciones que por el nivel de conciencia con el que se ejecutan pareciera que no son realizadas por seres con capacidad de razonamiento, sino por salvajes bestias en vías de extinción. Y es que al ritmo de comportamiento pareciera este su fin y deseo.
¿Qué otra creatura es capaz de ejecutar guerras a nivel global como lo ha hecho el ser humano? ¿O cuántos genocidios y pueblos esclavizados han estado en manos de otro ser que no sea el que se supone más racional de todos los existentes; el ser humano? ¿Cuál otro ser existente en el planeta es capaz de arrasar con una especie o con ecosistemas simplemente para disfrutar temporalmente de sus beneficios, sin pensar en un mañana, o en un derecho de armonía entre especies?
Evidentemente las preguntas son retóricas y la respuesta es evidente que no hay otro como el humano en esta forma tan poco comprensible de actuar; sin embargo, no deja de hacerse imposible llegar a una respuesta única que enmarque todos los elementos por los cuales los humanos se comportan de esta manera. De ahí que las ciencias sociales deban recordar que ante la inexactitud y volatilidad de la actuación de los seres humanos no se puede hacer un manual de comportamiento sino solamente plantear posibles escenarios de acción en determinadas situaciones como sociedad.
Resulta redundante pero necesario, colocar sobre el debate filosófico si el hombre como bien lo marcaría Thomas Hobbes es malo por naturaleza, obedeciendo a sus instintos, asociándolos con sus miedos y egoísmos. En el Leviatán de Hobbes se ve esa necesidad de señorearse del ser humano por encima de otros a través de estructuras bélicas y el dominio de todos los poderes existentes.
Mientras que Rousseau tendría la hipótesis que el ser humano es bueno y es su entorno y la educación recibida la que incidirá en su comportamiento nocivo para la sociedad.
Mientras que el filósofo Jean-Paul Sartre, rechazó cualquier plano espiritual que condicione el comportamiento humano, como el alma con sus principios morales, y por el contrario, es el crecimiento personal y las decisiones que se tomen a través de la vida lo que irá generando una tendencia en la forma en la cual actuarán los sujetos.
Pero ¿cómo unir estas tres teorías con lo expresado por Plauto y a la vez poder comprender la manera en que el ser humano ha tomado la decisión de ejecutar actos que van contra todo sentido común? Es por esto por lo que se debe dejar abierta la posibilidad que sea el comportamiento irracional del ser humano quien lo atrapará y le condiciona su modo de actuar.
Esta irracionalidad estará en algunos casos dirigida por una renuncia al control personal que se haga sobre las acciones, y se someterá a los ideales de un colectivo dirigido por una o varias cabezas que condicionarán las acciones humanas, en una clara manifestación del poder, elemento que está contenido en todas las acciones del hombre, en otras palabras, el ser humano optará por la irracionalidad para justificar actos de poder.
El poder está contenido en todas las circunstancias humanas; como lo manifestarían teóricos a través de los tiempos, al final de cuentas todo se resume en esto, y la irracionalidad se convertiría pues en una de las manifestaciones del poder que se puede promover entre un liderazgo sobre un individuo o grupo de estos. De lo anterior se podría remarcar que la irracionalidad en ocasiones obedece a una renuncia voluntaria a la racionalidad para actuar conforme a los intereses de dominio. Es así como los seguidores de una religión, ideología o normas morales en las relaciones humanas en general asumen voluntariamente los principios que los nutren para convertirse en parte de una tribu social, o es llevada a este nivel a través de otra situación que es tan humana como podría ser catalogada de «irracional», que es con el miedo, elemento que se transforma también en una de las innumerables herramientas del poder.
Un ejemplo de esto está en el martirio religioso, donde se promete al mártir acabar con su vida de dolor y sufrimiento a través de un acto de «redención eterna» por medio de un acto en ocasiones suicida que acabe con la vida de aquellos que no siguen sus principios religiosos.
Curiosamente en ocasiones esta promesa redentora está acompañada de la posibilidad de disfrutar de elementos que en su vida «carnal» era prohibido, como por ejemplo una vida sexual eterna (las 72 vírgenes de los yihadistas), cuando en el mundo solo podía optar por una vida de sexualidad controlada por los poderes morales de turno.
La afiliación religiosa regularmente se puede considerar un acto racional, pero la interpretación fundamentalista y su práctica radical asociándolo a un elemento redentor es completamente irracional y poco objetivo. La propia creencia en la existencia de la divinidad juega un papel entre la racionalidad de la decisión de creer en esta y la irracionalidad de actuar conforme a una serie de normas establecidas por otros humanos de modo racional para regular actos y deseos, este sometimiento social a la moral de la divinidad fabricada por los hombres sería por sí mismo un acto con dejos de irracionalidad.
Pero más allá de la sencilla noción de racionalidad e irracionalidad contenida en este caso de la religión, que podría aplicarse a otros ámbitos desde donde el ejercicio del poder lleva al ser humano a generar estrategias cargadas con fuertes dosis de irracionalidad, lo realmente llamativo es la manera en la que no se cuestionen las sociedades como sus actos no someterán al mundo a la sobrevivencia de una «élite privilegiada» a través de estrategias racionalmente analizadas, pero irracionalmente ejecutadas.
El ser humano tal parece que disfruta siendo especie por tiempo limitado, la naturaleza le dio una capacidad que podría parecer una bendición, pero que a la vez se ha transformado en la firma de su propia destrucción, porque pudiendo manejar en positivo la posibilidad de razonar, decide optar por la irracionalidad y acortar su tiempo de existencia sobre el planeta, su consciencia es su propia decadencia.