Gracias a un evento fortuito de la historia, también la segunda influencia decisiva para la adhesión al marxismo de Ernesto Guevara fue peruana, a través de la persona de una joven economista con los inconfundibles rasgos incas, militante del bando izquierdista de la Apra (la Alianza popular revolucionaria americana fundada en 1924 en México por Víctor Raúl Haya de la Torre [1895-1979]), refugiada en Guatemala y políticamente activa en el grupo de los exiliados: Hilda Gadea Acosta (1925-1974), primera esposa del Che y madre de Hildita (1956-1995).
Su personal vicisitud como mujer que fue cortejada por un buen tiempo, luego esposa y madre, en el rol de «profesora» de marxismo para el Che, de pareja de lucha en Guatemala en 1954 y en México casi hasta la salida del Granma en 1956, se entrelazó con años fundamentales en el itinerario teórico de Ernesto: los años en que ocurrió su adhesión definitiva al marxismo, por razones primero ideológicas pero también dirigidas a tareas políticas y de lucha. Una perfecta conjunción de teoría y praxis que difícilmente puede ejemplificarse en los Manuales o en otros conocidos exponentes del «marxismo-leninismo».
Fueron «años claves» para el surgimiento de esta figura que se ha convertido en una de las más emblemáticas del marxismo revolucionario del siglo XX, como repite con razón el título del libro que Hilda decidió escribir para contar ese asunto humano y político (Años decisivos, 1972). Gracias a esa decisión (sufrida, como personalmente puedo testificar) ella nos dejó un testimonio irreemplazable, teóricamente elaborado, sincero y confiable, también enriquecido por el mérito adicional de describir desde adentro, y por lo tanto, en términos psicológicos, de una transformación ideológica tan importante de Ernesto Guevara.
Además de la tarea de relatar el episodio guatemalteco-mexicano del Che, Hilda se encargó otra misión a cumplir, puesto que su hermano Ricardo Gadea (n. 1939, directivo del Movimiento de izquierda revolucionaria [Mir]) estaba en prisión en Perú, junto con otros notables presos políticos como Hugo Blanco Galdós (n. 1934), Héctor Béjar (n.1935), Helio Portocarrero Ríos, siempre en riesgo de sus vidas. Ya que en Italia habían unas personalidades muy conocidas en el sector de la cultura (el compositor Luigi Nono [1924-1990], el pintor Ennio Calabria [n. 1937] y otros) comprometidos en participar en una campaña de denuncia, Hilda eligió a nuestro País para establecer un Comité de solidaridad con los presos políticos peruanos, permaneciendo unos largos períodos entre 1969 y 1971. Y desde el año anterior en Cuba (donde yo fui invitado por el Gobierno, de julio a diciembre de 1968) nació entre ambos una gran comprensión y una hermosa amistad, ella me pidió que la ayudara a constituir y dirigir ese Comité. Todo eso fue facilitado por el hecho de que en Roma Hilda vivió en la casa de mi hermana Rossana (n. 1940), donde por algún tiempo yo viví también, por no tener todavía un hogar permanente. Y fue allí donde ella comenzó a escribir el libro de memorias respecto al Che y fui yo, por una casual cadena de eventos, el primero o uno entre los primeros «lectores» entre los que Hilda contó en voz lo que más tarde pudo leerse en su libro.
Todo lo que ocurrió entre Guatemala y México ya es historia conocida, relatada en las principales biografías; pero esa de finales de los 60, Hilda fue la única fuente directa y confiable acerca del tema de la formación marxista del Che, puesto que la «maestra» había sido ella: eso pudo ocurrir porque tenía más preparación que Ernesto, siendo licenciada en economía, y en especial porque tenía una formación marxista anti-ortodoxa, de origen aprista (por lo tanto más genuinamente latinoamericana) y no soviética (es decir, estalinista y dogmática).
Ya he proporcionado un informe acerca de esas conversaciones «romanas» con Hilda en mi Che Guevara. Pensiero e politica dell’utopia (de 1997) y no me parece que exista la necesidad de repetirlas aquí. Sin embargo, puede ser interesante informar acerca de los títulos o los nombres de los autores que los dos leyeron, comentaron y discutieron (a veces incluso con mucho ánimo, como escribió el Che en una carta a su familia): Tolstói, Gorki, Dostoievski, Kropotkin (Memorias de un revolucionario), Engels (Anti-Dühring, El origen de la familia, Del socialismo utópico al socialismo científico, etc.), Lenin (¿Qué hacer?, Imperialismo) y obviamente varias obras de Marx, además del Manifiesto y El Capital. Con relación a ese último, Hilda escribió:
... y El Capital de Marx, con el que estaba yo más familiarizada por mis estudios de economía» (p. 36).
Queriendo resumir el punto de vista de Hilda Gadea con respecto a ese episodio de intenso intercambio teórico y de una nueva y entusiasta adhesión guevariana al marxismo, tengo que decir que en las conversaciones que tuvo conmigo hizo hincapié en dos aspectos que para la época fueron cruciales y que con el tiempo, en cambio, se han dispersado entre las brumas de las divergencias teóricas ya superadas y obsoletas.
En primer lugar, Hilda mantuvo viva y transmitió a Ernesto la concepción que para la revolución en los países atrasados, dependientes o en vía de desarrollo, no se puede contar en las burguesías nacionales, ni como tales - es decir en su conjunto como concreciones históricas de ciertas clases capitalistas dependientes (las que yo ya me refería con ella, con la definición de «subimperialistas») - ni en sus sectores supuestamente progresistas. Estos sectores aparecían inevitablemente marcados por intereses clasistas que en último término siempre los llevarían a chocar con los procesos de real emancipación social, tanto en el mundo rural como con el proletariado urbano. Como mérito de Hilda y honor a Guevara, debe reconocerse que nunca falló en esta intuición política fundamental obtenible de la mejor tradición teórica del marxismo revolucionario del siglo XX.
En segundo lugar, ella intentó conquistar a Ernesto hacia la crítica radical del marxismo soviético, tanto por las responsabilidades que tuvo en el pasado por el proceso degenerativo de la Revolución de Octubre, tanto por su política contemporánea de convergencia con el imperialismo en mantenimiento del status quo mundial. Es verdad, sin embargo, que Hilda albergaba ilusiones acerca del comunismo chino, y en la época del conflicto URSS-China fue un argumento de candente actualidad. Veremos que Guevara no siempre la escuchó con referencia a ese doble carácter de la realidad internacional nacida en Yalta y que pasará por balanceos en favor y en contra del marxismo soviético, a favor y en contra del llamado «maoísmo», desafortunadamente perdiendo su vida antes de llegar a la síntesis superior de ambos rechazos. Pero de eso hablaremos más adelante.
Acerca del compromiso asumido por Ernesto en su estudio del marxismo en los años de Guatemala y México (1954-56) también tenemos tres testimonios de sus propios amigos o futuros compañeros de la expedición en Cuba. Habla de eso Mario Dalmau de la Cruz, un cubano exiliado en Guatemala a raíz de su participación en el asalto al cuartel Moncada (Ernesto «había leído toda una biblioteca marxista», en Granma del 29 de octubre de 1967). Habla de eso Darío López que nos informa que fue el Che el que eligió las obras del marxismo para la biblioteca del campo de entrenamiento de los participantes en la expedición del Granma y que fue embargado por la policía mexicana (en Granma del 16 de octubre de 1967).
Y el argentino Ricardo Rojo (1923-1996), el compañero de viaje que escribió la primera y muy concurrida biografía de Guevara y que inventó la célebre frase erróneamente acreditada a él («hay que endurecerse, pero sin perder la ternura jamás»). Rojo nos informa que gracias a la amistad con Arnaldo Orfila Reynal (1897-1998), el argentino que dirigió la mayor editorial de México (el Fondo de Cultura Económica), Guevara pudo colocarse como vendedor de libros y, por lo tanto, tuvo a su disposición muchas obras que de otra manera no hubiera tenido la oportunidad de adquirir:
Los clásicos del marxismo, la colección de obras de Lenin, textos relativos a la estrategia militar de la Guerra Civil española, pasaban antes los ávidos ojos de Guevara por la noche, y a la mañana volvían al interior de la cartera de cuero con la que recorría oficinas y casas particulares.
(Mi amigo el Che, p. 87)
El director del FCE proporcionó a Guevara los tres volúmenes del Capital y él - si los leyó por completo o no, puesto el escaso tiempo disponible y las dificultades de estudio que implicaban - se encontró a los pocos meses dando lecciones de marxismo y Marx a los cubanos del Movimiento 26 de julio. A Marx le llamaba en broma «San Carlos», haciendo la mueca a los «héroes» de la Sagrada Familia.
Ernesto comunica su nuevo compromiso en una carta algo codificada enviada a su madre el 17 de junio de 1955. Y de manera similar le escribió a su querida tía Beatriz Guevara Lynch el 8 de enero de 1956:
...leo frecuentemente a San Carlos y sus discípulos, sueño con ir a estudiar la cortisona con una francesita de ésas que se las sepan todas.
El argumento de «San Carlos» aparece en muchas otras cartas del período enviadas a sus seres queridos: el 15 de abril de 1956 a su padre; entre agosto y septiembre a su madre; alrededor de octubre a Tita Infante («asiduo lector de Carlitos y Federiquitos y otros itos»); nuevamente en octubre a la madre («Ahora San Carlos es primordial, es el eje, y será por los años que el esferoide me admita en su capa más externa»).
Por lo tanto, no puede haber dudas de que si comenzó su adhesión al marxismo en las conversaciones con Hugo Pesce, sin embargo fue realmente construida con la avalancha de lecturas realizadas en Guatemala y México, parcialmente bajo la guía de Hilda Gadea, y en parte bajo la presión de los eventos y los nuevos compromisos políticos, incluida la formación militar dada por el general de la Guerra civil española Alberto Bayo y Giroud (1892-1967), la captura y la cárcel mexicana, la preparación final de la expedición del Granma.
Entre todo eso también ocurrió el «descubrimiento» de la lucha de clases, la verdadera por supuesto, armada y masiva, obrera por su composición social y reclamos: fue la revolución boliviana que comenzó en 1952 y que Guevara vivió como testigo directo en el verano de 1953. Y también esa experiencia tan formadora tendría que colocarse en la lista de los elementos que conquistaron Guevara al marxismo, sobre todo hacia una concepción característica y más auténtica, para la cual el compromiso en la práctica nunca debería separarse de la elaboración teórica. Pero acerca de la importancia de la primera experiencia boliviana del joven Ernesto sólo se puede hacer referencia a otras obras.
Igual cosa puede aplicarse a la experiencia de la fracasada revolución en Guatemala de Jacobo Árbenz (1913-1971): un evento en que Guevara vio frustrado su primer verdadero sueño revolucionario y en que activamente se involucró por primera vez en una lucha de masas. Desilusionado por el trato conciliatorio y sumiso del Partido comunista local (el Partido guatemalteco del trabajo) [Pgt]) dibujó un balance negativo de esa experiencia en su primer artículo político. También bloqueó su militancia en el partido al que estaba a punto de adherir, después de haber entendido que no era suficiente llamarse a sí mismo «marxista» para serlo de veras: desde ese momento comenzó su desconfianza hacia la forma partido como tal. En el transcurso de su intensa vida política como luchador por la causa de la revolución él no perteneció a ningún partido que fuese realmente tal. En cambio, fue miembro y miembro activo del M26-7 y su expresión armada (el Ejército Rebelde) hasta que este movimiento sobrevivió. De hecho, es sabido que Guevara salió de Cuba antes de que se formalizara la constitución del Partido comunista de Cuba [Pcc] y la designación en octubre de 1965 de su Comité central en el cual el Che nunca participó.