Autor de la novela Io mi chiamo Miguel Enríquez (Yo me llamo Miguel Enríquez), creador de un sugestivo personaje, el suboficial de carabinieri Max Alatri, conversamos con Paolo Taagliaferri de su novela y del futuro de la novela negra en el mundo.
Hace 45 años, exactamente el 5 de octubre de 1974, en un barrio periférico de Santiago de Chile, la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), abatió al Secretario General del Mir (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), Miguel Enríquez Espinoza y dejó gravemente herida a su compañera, Carmen Castillo. La temible policía política de la dictadura encabezada por el general Augusto Pinochet, que durante 17 años mantuvo el país sumido en una noche tenebrosa para la gran mayoría de chilenos había logrado uno de sus objetivos más perseguidos, herir gravemente (aunque no aniquilar) al MIR.
Casi medio siglo después, Miguel Enríquez revive gracias al abogado y escritor de novelas policiales, Paolo Tagliaferri que, de la mano de Max Alatri, un suboficial de carabineros integérrimo y honesto «hijo» literario de Tagliaferri, es protagonista de esta y otras novelas de este abogado-escritor.
La novela está ambientada en Santa Marinella, lugar de origen de Tagliaferri: un balneario cerca de Roma, es un lugar encantador y con excelentes playas, aunque la acción de esta novela empieza, y se desarrolla casi totalmente durante una lluviosa noche de invierno.
Parecía curioso que una persona como Paolo Tagliaferri, que tenía apenas cinco años en 1973 hubiera podido adentrarse en forma tan exhaustiva en el Chile de ese período. En conversación exclusiva con WSI explica el porqué.
Usted me pregunta de dónde nace esta afición hacia Chile. Cuando tenía cinco años ya oía hablar de Allende y de Pinochet. Mis hermanas mayores hablaban del tema con sus amigos y amigas, escuchábamos música de los Inti Illimani, tengo un recuerdo en blanco y negro incluso de la famosa final de la Copa Davis de 1976. Creciendo, comprendí que hay profundas relaciones con vuestra tierra: la gran inmigración italiana, los Carabineros creados al estilo italiano, entre otras cosas.
Pero no es solamente eso, los puntos de contacto se multiplicaron en la primera década de los setenta. El en ese momento secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, no soporta a Allende... y tampoco a Aldo Moro, una de las figuras más importantes del Partido Demócrata Cristiano italiano (DC), a quien critica por lo que considera su excesiva apertura hacia los comunistas. El 11 de septiembre de 1973, Moro es canciller y no reconoce a la Junta chilena. Pocos después, Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI), el más importante de Occidente, publica un importante ensayo donde se define el concepto de «compromiso histórico» (la posibilidad de acuerdo entre el PCI y la DC). Cinco años más tarde, Moro fue asesinado por las Brigadas Rojas (BR), una formación de ultraizquierda. Y sobre este crimen nunca se han despejado todas las dudas.
Las BR me recuerdan al grupo chileno Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), que asesinó al exministro democratacristiano Edmundo Pérez Zujovic el 8 de junio de 1971, apenas ocho meses después del asesinato del general René Schneider. Es interesante recordar quién contribuyó a desarmarlas: Silvano Girotto, conocido también como Frate Mitra (Fray Metralleta, NdT), agente de los servicios de seguridad italianos, que vivió en Chile y se asiló en la embajada italiana de Santiago en 1973. Cuando vuelve a Italia se infiltra en las BR y logra neutralizar su núcleo histórico de las BR, dejando como jefe al militarista Mario Moretti.
Tagliaferri afirma que otras coincidencias y similitudes, que dará a conocer en sus próximas novelas sobre Chile «podrían ser coincidencias si William Colby, exdirector de la CIA, no hubiese afirmado en sus memorias que Italia fue un laboratorio de manipulación política y que muchas acciones que hicieron se repitieron en Chile». Aclarado el porqué de su admiración por Chile, nos trasladamos a su novela. ¿Por qué Miguel Enríquez?
Precisamente por este cariño que le tengo a Chile, cuando conocí la historia de Miguel Enríquez gracias también a la interesante novela de Max Marambio, Las armas de ayer, y a la película Calle Santa Fe 725, de Carmen Castillo, la figura de Enríquez se sobrepuso a la de un amigo de mis hermanas que iba a menudo a casa de mis padres, hace cuarenta años. Con el ‘uniforme’ izquierdista de esos tiempos: chaquetas de cuero, y bolsos del mismo material siempre repletos de documentos.
Pero también eran jóvenes muy violentos.
No estoy de acuerdo. Los italianos a los que yo me refiero eran idealistas y absolutamente no violentos. Y tampoco Miguel, por como lo vi yo, no lo era. Hay que insertar cada acción que haya podido emprender en el contexto latinoamericano, un continente que hemos saqueado por años y que lamentablemente seguimos saqueando. Miguel entró en mi corazón, tuve la impresión de que lo conocía desde antes. Había que contar su historia, como la de muchos otros, desde Carlos Berger a los Degollados (Santiago Nattino, Manuel Guerrero, José Manuel Parada), al padre Jarland, por citar solo algunos nombres.
El abogado-escritor, que está por publicar otra novela ambientada también en el Chile de la dictadura se documenta muchísimo para sus novelas y por eso viajó a ese país en 2017. A raíz de sus investigaciones llegó a la conclusión de que la cultura era una de sus características.
Entre los sesenta y los setenta, era el país más culto de Latinoamérica, aquí daban su máximo Violeta Parra, Víctor Jara, Pablo Neruda, Francisco Coloane y muchos otros, pero era también el país más emancipado, donde las políticas de nacionalización estaban produciendo efectos positivos. Luego llega Pinochet con los Chicago Boys de Milton Friedman y todo cambia; como dice Luis Sepúlveda, se realiza un experimento de ultracapitalismo.
Max Alatri, el protagonista de las novelas publicadas hasta ahora, es un carabinero integérrimo y honesto. Nos parece interesante saber a quién se inspiró. El escritor cuenta que entre 1988 y 1989 hizo su Servicio Militar en el Cuerpo de Carabineros «y Alatri seguramente nace de este año en que fui carabinero». Reconoce que su personaje sería una especie de «nieto» de Philip Marlowe, el detective creado por Raymond Chandler, padre, junto con Dashiell Hammet, del género Hard-Boiled.
Como Marlowe, Alatri tiene una conducta moral propia; sin ser moralista, es honesto, pero no juzga. Tal vez tiene también algo de Boone Daniels, el investigador surfista creado por Don Winslow.
En la segunda mitad del siglo pasado la mayoría de las novelas policiales las escribían casi solamente novelistas ingleses y estadounidenses, mientras a partir del año 2000 este tipo de literatura empieza a aparecer en todo el mundo: desde China (Qiu Xiaolong, creador del inspector-poeta Chen Cao) hasta Chile (Ramón Díaz Eterovic), por señalar solo a dos de ellos. Y ni hablar de los italianos, partiendo del recién fallecido Andrea Camilleri.
Preguntamos a Tagliaferri a qué atribuye este boom. De inmediato aclara que se reconoce perteneciente a la escuela de James Ellroy y Derek Raymond. Está convencido que la novela negra tiene una importante función social, «destrozar el mal a través de su identificación», y que la tarea del escritor es la de «medir lo que se ha olvidado», según palabras de Raymond en Hidden Files, afirmación escalofriante que se refleja en modo evidente en la estupenda novela de Marcelo Figueras «Kamchatka», sobre los desaparecidos argentinos.
Por lo tanto, se trata de investigación sobre los lados ocultos de nuestra sociedad. Es necesaria suavidad y es por eso que no se puede usar a Derek Raymond como modelo total. Creo que haya que utilizar la cifra narrativa del Don Winslow de The Power of the Dog, The Cartel y The Border, la gran trilogía sobre el narcotráfico EEUU-México para contar lo que hay que contar. Creo que la serie de televisión Breaking Bad, para mí una de mejores que se han hecho, enseñó algo. Liviandad narrativa pero grandes contenidos humanos y sociales.
¿Quiere decir que la novela policial clásica, deductiva, era un resultado de las sociedades más ricas y acomodadas que podían permitirse el lujo de jugar con la muerte?
Efectivamente. Las naciones que primero se desarrollaron adoptaron esa fórmula como entretención burguesa. Luego, cuando las promesas de riquezas para todos del capitalismo se revelaron una falacia, la sociedad empezó a replegarse y el polvo se escondió debajo de la alfombra,. La novela negra nació precisamente para levantar esa alfombra. Pienso que un buen ejemplo sería La Memoria Oscura de las Armas, de Díaz Eterovic.
Tagliaferri recuerda que entre fines de la década de los 80 y los primeros años del siglo XXI aparecen nuevos escritores que van más allá y «destapan la alfombra». Se refiere a Jean-Claude Izzo, Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri, pero también Leonardo Padura y Paco Ignacio Taibo II que interpretaron su propio entorno.
«Es un mundo huérfano de las certezas que en cierta medida entregaban los bloques contrapuestos: sus fascinantes investigadores, atormentados y colmos de dudas, que entierran las utopías en sus librerías , tratando de crearse pequeños oasis de seguridad con la comida, la buena música, las mujeres, todo ello aromatizado con los perfumes mediterráneos o caribeños».
¿Y que pasará en el futuro con la novela negra?
Sin presunción y con el máximo respeto por su inconmensurable tamaño, creo que estos modelos de los que hemos hablado sean muy del siglo XX. Ahora China, Sudáfrica (un gran autor sudafricano es Deon Meyer), Brasil, la India sólo por citar algunos países son los nuevos actores geopolíticos y están haciendo y harán que los parámetros de las novelas negras y policiales cambien muy rápidamente. El futuro nos va a reservar sorpresas negras interesantes.
Io mi chiamo Miguel Enríquez, hasta ahora ha sido publicado solo en italiano, aunque su autor no pierde las esperanzas de verlo en las librerías chilenas. «Es mi sueño», concluye.