Apenas hace un par de semanas que publicó este magazine mi artículo Porno tutor. En esa publicación reflexionaba sobre la influencia que el cada vez más creciente consumo de pornografía por Internet por parte de nuestros más jóvenes, estaba condicionando y promocionando conductas de poder, explotación y opresión sobre las mujeres, principalmente. La pornografía que están digiriendo nuestros jóvenes, y todos en general, instala en nuestras mentes expectativas de deseo y fantasía sustentadas en un perverso sentido común de supremacía machista.
He considerado conveniente continuar escribiendo sobre este asunto, complementar la información ofrecida en Porno tutor, deteniéndome deliberadamente en cómo la banalización del consumo masivo de pornografía está generando depredadores solitarios y psicológicamente perversos que, cada vez con más frecuencia, se reúnen en manadas.
España es uno de los países de mayor consumo de pornografía, incluida la infantil. Es esta es una realidad que emerge de una cultura egoísta, violenta y hedonista que ha trivializado la sexualidad hasta convertirla en un producto de consumo de personas. Vincular la pornografía y el ideal de relaciones de poder que promociona, con las conductas de abuso, violencia y violación, no es un ejercicio que todo el mundo esté dispuesto a hacer. Pero las evidencias están ahí.
Lo expliqué en el artículo mencionado al principio. El video porno más visto con diferencia es el de una violación en grupo. El paradigma de la pornografía que se está consumiendo es el de la cosificación de la mujer como ingrediente de la excitación masculina y su sometimiento mediante la fuerza. Los casos de violaciones en manada de Pamplona en los San Fermines, la manada de jóvenes en Manresa, la de los jugadores de fútbol, o la manada de militares, que hemos conocido en los últimos meses, muy relevantes a nivel mediático y social, no son sino el exponente, la punta de un iceberg detectado, de las innumerables actuaciones de individuos reunidos en grupos, que acosan, abusan y violan.
Una característica común de una manada de depredadores sexuales es la necesidad de poner en práctica mecanismos psicológicos y psicosociales para ejercer poder, para desarrollar dominio como sujetos sobre un objeto, en estos casos, la mujer como objeto prostituible. En este sentido, el conocido como efecto Bandwagon, efecto manada o inquietud por formar parte de algo que está de moda, se despliega en estos colectivos propiciando la pérdida de capacidad de criterio y de búsqueda de opciones alternativas para la satisfacción de sus necesidades. La depravación de un contexto social donde en demasiadas ocasiones las personas son utilizadas como si fueran cosas, fortalece los instintos de control y poder de este tipo de grupos, en los que el gregarismo de sus miembros constituye, precisamente, su verdadera fuerza. El respaldo de la manada convierte a los individuos en más «valientes» y temerarios, les inviste de una creencia de inmunidad en la que se sienten seguros. La falta de valores, de referentes, de identidad encuentra cobijo en una manada capaz de convertirse en jauría de los instintos más dañinos y miserables.
Psicología del perverso machista
La perversidad machista encuentra refugio en las manadas. Pero no debemos confundirnos, las violaciones no son sencillamente una consecuencia de patologías individuales ni el resultado de la dominación masculina ejercida por hombres en busca de placer sexual individual, sino la expresión homoerótica política, cultural y económicamente imbricada a los patrones de poder. La violencia contra las mujeres suele entrever una cierta cosmogonía cultural conforme a la cual se nos ha hecho creer que existe un «cierto derecho» del hombre sobre las decisiones del cuerpo de una mujer. El consumo de pornografía ha fortalecido esta creencia. Conviene no infravalorar a la pornografía más hadcore como «pedagogía» de la prostitución.
Aunque el efecto manada en el sentido en que aquí lo estamos abordando supone una especial desindividuación por sumisión e incluso presión a las reglas repentinas y violentas del grupo, existe una realidad psicológica irrebatible; muchos de los que se parapetan en el grupo para llevar a cabo abusos, vejaciones y violaciones podrían violar por separado; sus esquemas psicológicos están condicionados por una «soberbia espiritual» a la que mejor denominamos por su nombre vulgar: perfeccionismo. La falta de aceptación a las propias limitaciones viene sobrecargada de conciencia neurótica. Las perturbaciones neuróticas ansiosas que «liberan» de empatía, emocionalidad y respeto a los demás, alcanza un alto grado de excitación con los sentimientos de pertenencia al grupo y, sobre todo, con la aprobación de los pares y la bendición de los líderes. El grupo activo creen les proporciona la oportunidad de saltarse reglas, normas y límites, dar rienda suelta a toda su inestabilidad emocional. Sabe lo que hace y disfruta, actuando coordinadamente con sus compañeros, del placer sádico de dominancia sin consentimiento.
En este tipo de manada humana operan verdaderos adictos a la pornografía y al cibersexo. El enganche a estas fuentes de injusticia, explotación y degradación de la mujer, acentúan los componentes ideológicos e intrapsíquicos de los individuos que están dentro, reforzando, además, los del grupo. La mentalidad sexista particular es condición sine qua non para pertenecer al grupo, sin ella no te puedes ni acercar al resto de la tropa. La práctica de un paternalismo dominador, la diferenciación competitiva y hostilidad heterosexual se manifiesta con crudeza. La trivialización del daño que sufren las mujeres debido a estos comportamientos, es otro de los aspectos que mueven a la manada. El lenguaje misógino, de despersonalización del cuerpo de la mujer y el embellecimiento de la violencia sexual, subyacente a muchos contenidos pornográficos, están en la base de la falta de empatía de estos individuos.
La conducta sexual acumulativa es otra de las características del pensamiento distorsionado de los miembros de una manada de acosadores sexuales y violadores. En realidad, es una idea generalizada a través del modelo de supremacía masculina subjetiva de la sexualidad. Paradójicamente este paradigma de la sexualidad ha sufrido cambios que podríamos denominar como «benevolentes»; presentándolo como accesible para las mujeres, con una supuesta masculinidad y feminidad hegemónica. Pero lo que en realidad ocurre es que se potencia la sexualidad masculina como campo de competición y de lucha de una mujer a la que su supuesta liberalización otorga mayor capital erótico. El modelo sigue enraizado en la centralidad de una sexualidad acumulativa cargada de desapego emocional y falta de compromiso; es decir sigue sostenido por esa asimetría de las relaciones en la que la dominancia masculina se ejerce tanto en lo relativo a las prácticas como a los discursos.
La psicología de un perverso machista es violenta y maneja todos o casi todos los registros, verbales y no verbales, de amenazas, coacciones, humillaciones o vejaciones, que amparados en manada, pueden llegar a ser realmente brutales. Con el consumo frecuente o compulsivo de pornografía, la violencia psicológica en las agresiones sexuales puede llegar a ser realmente devastadora. La psicología de la manada, la que acaban incorporando también cada uno de sus miembros, está sustentada en la permisividad y el relativismo, invita mentalmente al consumo de sexo y a su práctica inmediata. Cabe dejar meridianamente claro, para finalizar, que si bien muchos componentes de esas manadas tienen complicaciones psicopatológicas relacionadas con la adicción y los comportamientos compulsivos, su deterioro psicológico no le exime de responsabilidad. Al contrario, en realidad, estamos ante individuos que se sienten poderosos en jauría, que en el seno de la manada encuentran lugar para disimular sus vidas huecas y sus conductas ruines. Estamos, desde un punto de vista sociológico, también, ante el producto de una perversidad social que fomenta lo que luego condena.