Estoy suspendido de momento, en blanco. Como esta pantalla irradiada de electrón, que brilla en ausencia del sol. Es una noche pensada a cuestas de desvelo. Enhebrando preocupaciones de nada, recordando lo olvidado. Es una sensación tenue y pesada que se proyecta desde algún sitio, sobre este estar consciente que todo lo envuelve y lo define. Tengo los ojos abiertos, pero están ciegos a lo que pasa, escondidos tras el ventanal de lo visto. Los sonidos zumban en máquinas ajenas, los lejanos aullidos de alguna vida en faena. Y corren desbocados los pensamientos, como estrellas fugaces en desierto oscuro. Todo se detiene como tren en última estación.
Las tinieblas son rasgadas por múltiples luces, generadas como magia en algún paraje remoto, regadas por orbitales de electrones excitados de polaridad, alimentadas por la combustión de una vida que ya fue, por aceites comprimidos de huesos, carnes, deseos - los sueños de evolución de un antaño biológico. Acumuladas primero en carne delicada y verde, gracias a las caricias de los puntos de luz, que llovieron sobre nidos de amor y clorofila, rasgando las penumbras del espacio desde el sol.
Voy tejiendo en el telar estas ansias pasmadas, estas lujurias sin pasión, estos sentimientos lerdos de andar sin rumbo aparente, hacia el mismo destino. ¿Y qué me encuentro? Gargantas ahogadas con voces que no cantan, miradas que han dejado de pintar, sueños que han dejado de buscar. Sobresaltos agazapados, serenidades ansiosas, desvelos despiertos y un dormir en el soñar.
¿Y por qué estos surcos en la tierra, estas nostalgias en las paredes dilapidadas de la que antes fuera mi ciudad?
He trazado encrucijadas mesiánicas, en las telas de araña de mi mente como si de repente hubiese un mandato, una conquista, algún garabato que dibujar en una tapia abandonada por donde antes pasaba el tren. He querido expresar un grito de ésos que se escriben para nadie, sin saber porque, y que a veces uno encuentra sin querer, cuando mira perdido desde el movimiento y posa los ojos contra un obstáculo denso que refleja la luz y dibuja el contexto.
Sé que esta cárcel la he construido afuera, pero desde adentro, para aprisionarme y no poder entrar en mí mismo. Es inexpugnable pues la defino con mentiras y cuentos a cada momento, y como membrana viva se sana y se fortifica, contra los extraños y las extrañezas, las intimidades, y las transparencias.
¿Por qué es dañina la claridad me pregunto? Claro, respondo, porque despierta con su luz y atraviesa. Y entonces las fronteras quedan desechas y no puede mantenerse uno en la autodefinición del orgullo. Hoy, ha hecho nido permanente en mi corazón, una larga tormenta de serenidad en limbo, que arropa cada espacio de emoción.
Es desde esta plenitud apócrifa, que ahoga la esperanza de ser, desde donde te escribo, mi amigo, a ver si te llega la carta, pues después de todo la escribo, pero nunca la envío. Es por temor a que contestes, y me vayas a decir cualquier cosa que me acuerde de ti, y vaya uno a perder entonces esta modorra, y a llenarse de ánimos y ahíncos, y empezar de nuevo la búsqueda, el romance, la poesía de ser, para volver a caer en el sopor de no encontrar, en el amor no correspondido, en la rima que se olvida.
No, mejor me regreso de nuevo a mi guarida oscura, y me llevo esta carta alocada escrita en desvelo de velos. No vaya a ser que llegue por casualidad a su destino y se encienda de nuevo el camino, y se vuelque la luz sobre esta plétora de escasez que me autodefine en las sombras. Y me vaya a despertar de este insomnio.