Accesibilidad, asequibilidad y anonimato son las características más relevantes del consumo de pornografía en Internet. La pornografía hardcore, que cada vez está menos llena de sexo y más de brutalidad es, con diferencia, lo que ocupa los portales y espacios web más visitados. La exposición continuada a este material X tiene ya una influencia determinante en que, tanto hombres como mujeres, estén menos satisfechos con sus relaciones de pareja, hayan aumentado su interés por un sexo sin emociones y acepten, especialmente los varones consumidores, con escaso miramiento y pocos escrúpulos, la servidumbre femenina. La pornografía, como artículo de venta neoliberal para hombres, promociona conductas de explotación y opresión sobre las mujeres, niños y otras personas más vulnerables, en forma de acosos, agresiones y violaciones.
Tal vez lo supieras ya, pero por si no; el video más visto en Internet con más de 225 millones de visitas, es la recreación de la violación de una mujer por una manada de hombres, jauría sería un término más apropiado a esta situación, que se reproduce en la realidad con demasiada frecuencia. Todos conocemos por estos días el juicio de la violación en manada de los San Fermines de Pamplona, o más recientemente el de la violación de una niña de 14 años por un grupo de jóvenes en la población de Manresa, ambos en España. Estudios contrastados atribuyen a los contenidos pornográficos que hoy se puede consumir sin restricción alguna en cualquier sitio y a cualquier hora, un papel relevante en la perpetuación de una sexualidad masculina basada en la humillación y en la agresión. Los datos son incuestionables; en el cibersexo, un 48% de los contenidos pornográficos están cargados de agresiones verbales y casi un 89% de agresiones físicas.
La pornografía está basada en una imagen de la mujer como objeto, lo que prima, conforme al modelo de sexualidad en el que hemos y estamos aun siendo educados (pese a los avances en este terreno), es la satisfacción de fantasías sexuales masculinas asociadas a los genitales y a los coitos. Naturalmente, no todo el que consume pornografía es un abusador o un potenciar violador. Pero en el consumo de porno, uno solo se proyecta a sí mismo, a la subjetividad de unas fantasías sexuales que, paradójicamente, nos son repetidas de manera casi adictiva.
Permíteme que me detenga un minuto a reflexionar sobre esto, agradecería que también lo hicieras tú, si te apetece. Conviene entender algunas cosas por las que, el aprendizaje de sexo a través de la pornografía, como hablaremos un poco más abajo, es capaz de imbuirnos en un narcisismo donde la necesidad de satisfacción inmediata se mide por el rendimiento, es decir, damos a los cuerpos el valor de una mercancía.
Sexo sin sexo
Anoche, mientras le daba vueltas a lo que quería escribir aquí, recordé lo que exponía el filósofo Byung-Chul Han en La agonía de Eros:
«Lo obsceno de la pornografía no es el exceso de sexo, sino que allí no hay sexo».
El porno supone – creo haber leído también por alguna parte de este libro – la desaparición de la seducción por sometimiento. Interpreté al recordar esto, que sí, ciertamente, hasta nuestras fantasías sexuales, como representaciones mentales que son, cada vez están más sometidas a los modelos sexuales asociados con el sexo coital de dominación/sumisión. La seducción ha desaparecido del mapa, ya casi no queda erótica en imaginar lo prohibido.
El potencial de la fantasía sexual pasa del imaginario a lo rutinario y del hastío de lo rutinario a la instrumentalización de las relaciones. La pornografía nos imbuye en conductas donde la presencia del otro es la propia prueba de su ausencia. Secularmente ha pasado con la mujer, pero también ocurre en la pornografía no heterosexual.
Hay quien, compartiendo y aceptando que en la pornografía la mujer es objeto sumiso y complaciente, expuesta al uso y al abuso, y que la pornografía como instrumento educativo es inadecuada, sin embargo, sostiene que el consumo de pornografía no es en sí mismo problemático y que, con una buena educación complementaria, que tenga como base a la persona, se puede llegar a situar a la pornografía en el contexto que aseguran es su espacio natural, el de lo imaginario. Hay, también, quien considera que la pornografía forma parte de las representaciones eróticas humanas que se remontan a los confines de la civilización, y que es la pérdida de su carácter erótico- artístico por la producción en masa, lo que la convierte en una realidad cuestionable. Y hay quien ofrece manifestaciones, o si lo prefieren, corrientes «nuevas», como en el caso de Erika Lust, escritora y directora de cine para adultos que, desde una concepción feminista del porno, asegura, que «se puede realizar un porno ético, con buenos valores», un porno, afirma, *«donde los deseos de la mujer son importantes».
Existen ideas variopintas sobre la pornografía, está claro. Tener la menta abierta a las múltiples posibilidades del erotismo humano, de sus fantasías sexuales, no significa, sin embargo, transigir con una industria de la pornografía que centra su objetivo, el que la convierte en un negocio enormemente lucrativo, en la normalización de la desigualdad, como modelo hegemónico de sexualidad, en el que las mujeres y las personas más vulnerables son cuerpos a los que es legítimo oprimir. En diferentes estudios, del que quiero destacar por su fiabilidad, el de Fouber 2011, en materia de pornografía y masculinidad (Sexual Addiction & Compulsivity. The Journal of Treatment & Prevention), un gran número de hombres que consumían pornografía con relativa frecuencia, afirmaban ser más propensos a actuar con violencia sexual si supieran que saldrían impunes del delito. La pornografía es capaz de despertar la perversidad humana más narcisista, esa que desconoce la empatía, donde las otras personas existen en función de la satisfacción de nuestras necesidades y en nuestro beneficio.
Nadie piensa (eso quiero pensar) que la pornografía puede servir como elemento de educación sexual para los niños. Ninguno niño tiene la alfabetización mediática para entender lo que está mirando; personas inusuales con cuerpos inusuales que han sido contratadas para hacer cosas, muchas de ellas, inusuales. Sin embargo, cada día son más y a edades más tempranas, los que se introducen al sexo a través del ciberespacio de la pornografía.
Aprendiendo del Cibersexo
Juanito, a secas, llamémosle así, relata cosas que te ponen los ojos como platos. Su visión distorsionada de la sexualidad en un niño de 14 años es inverosímil, pavorosa, más bien. Controla metapalabras, metaetiquetas y metadescripciones, con las que es capaz de localizar páginas pornográficas de contenido extremo; abuso sexual a menores y pornografía infantil.
Podrías pensar que Juanito es un caso atípico, excepcional, uno entre millones. Creer esto es un error de apreciación arriesgado. A los padres y madres nos gusta creer que nuestros hijos aprenden sobre sexo porque hablamos con ellos de sexo (cuando lo hacemos, que es más bien poco) y a través de los programas de educación sexual en su escuela. Pero la realidad para muchos de esos niños y niñas cuenta otra verdad. Sí, Juanito es un caso excepcional, pero me temo que solo entre miles. Otros cientos de ese millar acceden a la pornografía con facilidad y, en consecuencia, a contenidos con carga explícita de agresividad, humillación y dominación, que están al alcance de cualquiera.
Cuando consigues que alguno de ellos cuente su experiencia con la pornografía, en general manifiestan un estado de confusión al concebir la sexualidad tal y como la difunden los sitios web de contenido sicalíptico, desde erotismo a pornografía triple X, cuyo denominador común es un formato de hombres musculosos, bien dotados, potentes y dominadores y mujeres bonitas, esbeltas, manejables y obedientes. Con este nivel de conocimiento sexual, la frustración de las expectativas, principalmente en adolescentes varones, está servida.
Las estadistas barajan que ocho de cada diez niños tienen como tutor para el aprendizaje sexual a la pornografía, que les adiestra en sexismo y machismo. Aquellos que tienen la oportunidad de ser orientados por los padres, los maestros o, en su caso, desde la psicología, comprenden que esas escenas de sexo son una alteración de lo que es la sexualidad, evitándose muchas falsas interpretaciones de la realidad y los diferentes y complejos conflictos que genera. El impacto de la pornografía en los niños varía y suscita respuestas mixtas: desde sentimientos de vergüenza a la adicción al consumo de pornografía. En la edad adulta lo aprendido a través del cibersexo suele ocasionar importantes problemas en las relaciones, conductas compulsivas, adicción al sexo en un futuro inmediato y clientelismo en prostitución.
Hace no demasiado tiempo, una mujer de 27 años vino a la consulta. La sexualidad con su pareja, a la que confesaba amar con sinceridad y dedicación, resultaba problemática e incómoda. ¡Es como muy subterránea! — exclamaba. Por lo que traducí de sus comentarios, su marido interpretaba el sexo como algo meramente físico, alejado de la intimidad y del amor. El hombre llevaba años siendo un consumidor habitual de pornografía, desde que se conocían, desde los tiempos que se conocieron en el instituto de enseñanzas secundarias. Nunca se habían sentado a hablar de sexo y de pornografía, ni de manera honesta y positiva, ni de ninguna otra manera. A veces, decía, se sentía como un objeto, muy vulnerable, destinado a complacer a su compañero, accediendo a prácticas que le resultaban incómodas, sometida a una gran presión e infeliz. Mostrar un «falso apetito sexual» para evitar pensamientos sobre la infelicidad de un marido insatisfecho, la atormentaba. Pensé, entonces, en ese chantaje emocional tan machista de «buscar fuera lo que no se encuentra en casa». La pornografía alimenta los estatus estereotipados de poder, se convierte en un instrumento de desensibilización, destroza la autoestima de muchas mujeres en sus relaciones de pareja. La pornografía envía a las niñas el mensaje de que su atributo más valioso es su sensualidad sexual, de sometimiento, de inseguridad, que facilita el camino a las conductas de explotación sexual.
La pornografía es en la actualidad el gran «elefante en la habitación» de nuestros hijos. Esta expresión metafórica, muy relacionada con la psicología de la represión y que hace referencia a una verdad evidente que pasa inadvertida o es ignorada, es muy apropiada para comprender los estados de confusión y devaluación humana que el aprendizaje de la sexualidad a través de la pornografía inculca en nuestros más pequeños. ¿Hay algún animal menos proclive al camuflaje? ¿Acaso alguien puede no ver la dimensión de los problemas que el consumo de pornografía puede ocasionar con sus contenidos extremos e irreales?
Los psicólogos no damos consejos. Pero sí asesoramos. En este sentido, en el del sentido común, los padres y los adultos en general, tienen razones sobradas para sentirse preocupado e involucrase más y mejor en el crecimiento sexual saludable de sus hijos. Tal vez requiera empezar por mirarnos a nosotros mismos en cómo gestionamos nuestra cultura sexual. En cualquier caso dialogar sobre sexualidad y sobre el impacto de la pornografía, sin juzgar, en los momentos de más fragilidad de nuestros hijos, es una responsabilidad que no se puede esquivar. Que la visión, la lectura, animación o fotografía de actos eróticos, de actos sexuales con el objetivo de provocar la excitación sexual humana carente de conductas de poder y subyugación, fuera algo que nos mejorara como personas, sería deseable, seguramente estaríamos la mayoría de acuerdo.
Sin embargo, la realidad cotidiana nos sitúa ante un Porno tutor que influye muy negativamente sobre el descubrimiento y la práctica en igualdad de algo tan hermoso y humano como es el sexo y la sexualidad.