Alguna vez seguí al maestro Rolando Castellón en las inmediaciones del Parque España y el Morazán, en la capital San José, Costa Rica, mientras observaba volar, no una mariposa, sino la semilla de un árbol, cuyo fruto al secarse y abrir la caparazón, desparrama las semillas que van inmersas en una membrana muy liviana la cual esparce el viento, y ahí donde caen, brotará un árbol. El escritorio de su oficina de curador jefe en los inicios del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo, era un reservorio de semillas, cuencos, palos, tejidos naturales, orugas, todo lo que podía contener una memoria terrestre que le recordara el origen de las cosas.
La influencia sutil
Una de las metáforas de la teoría del Caos prevé que el leve aleteo en el vuelo de la mariposa puede ocasionar transformaciones como las de una tormenta al otro lado del océano. Para esta noción, el huracán, es un código vórtice, y no implica solo fuerza destructora que arremete contra lo que se anteponga a su incierto trazo, representa la creatividad capaz de transformarnos, si la sabemos remontar.
Cuando me refiero a este sistema de ideas en particular, me mueve volver a citar aquella canción de los años setenta Riders on the Storm, de la banda rockera The Doors, en tanto la experiencia de (des)aprendizaje que conlleva el taller de un maestro, es cabalgar sobre la coyuntura de los problemas, sacando a flote nuestras visiones y experiencias de crear arte.
El trabajo, estilo y visión de un maestro formula un efecto parecido, sin que él se lo proponga, pues la única misión en su vida es investigar y producir obra e ideas. Amplificar el poder de los «holones» de su creatividad, nos toca a nosotros quienes lo admiramos y seguimos, para hacerlo multiplicar y trascender, como el efecto mariposa. Un maestro no se implica en dejar huellas por su paso por la vida, como el ciclón, pero aún así las deja.
Rolando Castellón en nuestras vidas
Fue quizás esta experiencia la que propuso Teorética: arte + pensamiento, trabajar, de marzo a mayo, lo que sería expuesto en junio y julio 2019, en las salas del Lado V: La Inmedible Dimensión del Caos. Rolando Castellón en nuestras vidas. Convocaron a un grupo de artistas a sustentar la experiencia-taller, en una finca en La Garita de Alajuela, ahí encontraron la materia afín al maestro: maderas, arcilla, piedras, papeles, cartones, plantas, raíces, bejucos, cáñamos, semillas, caparazones, hormigas, pochote, espinas, hierros herrumbrados, aquello que suscita las contingencias del tiempo y la vida, la cual no cesa de retarnos a comprender el signo de lo incierto, y, sin embargo, crear una oda a la naturaleza.
Como un dato curioso, lo expuesto no identifica autores, pues se trata de acompañar esa «influencia sutil», cuando cada uno edifica su «otro Yo», coqueteando con los recursos materiales y estilísticos del viejo «chamán» centroamericano, quien nació en Managua, pero gran parte de su vida la ha vivido en Estados Unidos y Costa Rica, aún así es ciudadano del mundo, solo acepta que su origen está en la raigambre maya mesoamericana.
Seudónimos/ No nombres
Afirmé, en un comentario afín acerca de otra experiencia donde él -Rolando, Moyo Coyatzin, E’mundo Chevón, Crus Alegría, entre otros personajes con los que se suele identificar-, está involucrado, muestra realizada en Pitões das Junias, Porto, Portugal, en estos mismos días, y dije que el arte en su génesis, fue una singular manifestación del anonimato: no identificaba autor alguno. La creatividad animaba en la colectividad creencias o expresiones espirituales, sociales, e incluso políticas, reflejando la manera de vida del ser humano, pero sin dar culto a la personalidad de hacedor. Hoy en día, aún sin firma de autor, la obra se constituye en un espacio de silencio, en un entorno vacío donde lo único que alumbra es el Alter Ego, pues en la medida de hacer crecer la influencia del maestro, crecemos todos.
Además, comenté que alguien me relataba que la personalidad de algunos individuos muy creativos va mutando con el tiempo, y en una de las últimas etapas asimila la edad del poeta-animador, quien ilusiona con argumentos tales que nos ponen a pensar y dejan un profundo aprendizaje aunque las exprese con ironía. Sin embargo, para la efectividad de esa relación de quien anima y quienes nos dejamos animar, requiere un espacio de contemplación, donde evitando el ruido del mundo poder escuchar la voz interior que nos habla de los caracteres de la materia, del entorno, de las ideas, de la naturaleza y lenguaje de las cosas, de la efectividad de los discursos en el arte de estos tiempos actuales. Comentan que un maestro que amaba a los árboles, desaparecía a los ojos de los demás, pues se mimetizaba en éstos.
Para los autores de las Siete Leyes del Caos, John Briggs y David Peat, esa figura fogosa es la de un artista genuino, un «transformador» perenne, y quien personifica el caos en todas las culturas del mundo, y quien sabe los secretos del vórtice o capacidad para remontar la tormenta. Afirman:
«Aunque es el epítome del principio del desorden, al transgresor se le identifica también con el portador de la cultura, el creador del orden, un chamán o “súper-chamán”. El transgresor es el superviviente astuto, el travieso desvalido que desafía la convención, subvierte el sistema, rompe la estructura de poder y alumbra nuevas ideas».
(Brigs y Peat 1999).
Comenté en ese texto en un blog con mis comentarios en proceso, Árbol de Miradas, que me sirvo de esa personaje del cual hablan Briggs y Peat, y la he utilizado incluso con otros artistas quienes me ofrecen la misma percepción, pero dije y repito que esa figura se me parece tanto a Rolando Castellón, que usé el tropos en la presentación -que, por invitación de Virginia Pérez-Ratton (1950-2010)-, escribí para presentar el libro que TEORéTica publicó en 2006, dedicado al trabajo de este robusto guayacán real (árbol Guaiacum sanctum L. Zygophyllaceae). Más tarde, volví a utilizar la comparación en un amplio ensayo que la revista Escena, volumen No. 78 de 2018, de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica, me publicó, en una especie de semblanza suya.
Entonces, esa construcción de la personalidad del maestro a través de sus metáforas, símiles, oxímoros u otras figuras aplicadas a la semántica de los objetos, motivan muchas otras percepciones, arto utilizadas en mis textos. Otra de estas es la del «catador de belleza», de la novela histórica de la belgo-francesa Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano (1951), traducida para la edición española por Julio Cortázar, y dice que ese individuo creativo es quien termina encontrando la belleza donde quiera: Apreciando entre sus manos una alfarería rota, que a otros parecerá vulgar, pero en ese encadenamiento de su creatividad se vuelve una joya preciosa.
La exhibición en Lado V de Teorética
Es producida por TEOR/ética con la curaduría de Gala Berger, Roberto Carter y Carlos Fernández, y forma parte del programa del vigésimo aniversario de la fundación de este proyecto cultural dedicado al arte contemporáneo. ParticipanVerónica Alfaro, Marcela Araya, Javier Calvo Sandí, Andrea Cambronero, Estefanny Carvajal, Rafael Chamorro, Pía Chavarría, Ingrid Cordero, Karla Herencia, Pamela Hernández, Fabio Herrera, Lucía Levy, Erina Libertad, Mario Maffioli, Andrés Murillo, Luis Fernando Quirós, Cristina Ramírez, Dominique Ratton, Andy Retana, Mariela Richmond, Marton Robinson, Sergio Rojas, Francisco Saco, Christian Salablanca, Alessandro Valerio, Christian Wedel, y Stephanie Williams.
Algunos apuntes de lo expuesto
Aprecio muchas metáforas con objetos encontrados, o creados a partir de la materia natural: el barro, las maderas, las piedras, las plantas, algunos muy cercanos al Arte Povera que observa la transformación de dicha materia durante el proceso; pero también al Conceptualismo, a la manera del viejo Coyatzin. Como dije lo exhibido no tiene nombre de autor, son [UNTILED], ni detentan cédula o ficha técnica, pues son el resultado de esa fusión ocurrida en el taller del maestro, qué, como en tiempos del Quatrocento florentino, la firma o autoría pertenecía al taller.
Una de las piezas que más abriga ese ilusionismo propiciado por lo artístico, es un libro-arte que al abrir, salta, como una poesía, una planta viva; césped, que contiene toda la energía del rizoma, del cual nadie sabe dónde brotará, pero lo hace y testimonia el flujo de la deriva. Y eso me recuerda que hay muchas derivas expuestas, como cartografías situacionistas, como el mismo mapa conceptual de la vida del inquieto productor de cultura que se adosa a los murtos de la sala.
Aprecio una tela transparente en la cual está impresa una tormenta de ideas acerca del museo ideal, que me parece un sueño constante de nuestro referente, quien siempre intenta convertir todo en paredes para un museo: Lo encuentra en una sala vacía, debajo de las escaleras, en una galera añosa de madera en una finca, o en un nuevo edificio sin ocupar. En esa tela de la imaginación aparecen y desaparecen las ideas del recinto expositivo -como «las flores del alba» del poeta Sengai, que, repito, al clarear el alba son desapercibidas pero se mantienen como componentes activas del continuum del sueño y de la vida misma.
Y me cautivan esas tarimitas adosadas a la pared, con piedras, trozos de cerámica o maderas, muy castellonianas, lo cual me sugiere presenciar una de sus muestras, con todos sus «objetos hallados», y quien nos anima con esa genuina manera de instalarlos. Por cierto, no pasan nada desapercibidas las empanadas de barro, que se exhiben en dinteles y repisas, y como si fuera poco, su ícono está impreso hasta en las paredes como un motivo de multiplicación y monumento al maíz.
Me impactó sobremanera una silla-cuerpo femenino, quizás erigido a la memoria de un ser que se aloja entre las escolleras de océano de la mente, bañadas por las aguas del tiempo, ataviada de matices y texturas, todo perfectamente encajado o ensamblado al interno de ese modo de exponer. Es un signo delicado y sutil, como el aleteo de las mariposas que remueve las neuronas cerebrales para abrirse espacio en el mundo de lo imaginado y mágico de los sueños, ilusiones e incluso hasta realidades. Me parece arrancada de las páginas de Cien años de soledad.
En una de las salas en penumbra intrinca lo espiritual, la idea de una imagen a la cual se encienden velas para fijar la conexión entre lo visible e invisible de la — de la ermita de las ilusiones, volviendo a Sengai —, que cuestiona, pero sin embargo acrecienta la incertidumbre, en tanto faceta del referente, con treinta años que tengo de trabajar con él, no conozco. Dejo abierta la interpretación.
Vi también la fotografía de una mujer con sus manos desesperadas implorando auxilio, y un rosario de enredadera, que me punzó la sensibilidad y sumió en el espacio de la contemplación o del delirio místico, donde cuecen cosas que por simpleza se ignoran, o no se comentan.
Conclusión a mi visita virtual al Lado V
Sin embargo, siempre habrá algo que no calza, y aclaro que soy demasiado sensible a aspectos museográficos, y es que también en este proyecto se expone mucha «menudencia», tanto que, en algunas zonas de las salas me parece andar en un bazar o tienda de souvenirs. Por fortuna hallé cerca algún objeto que me vuelve a meter en la cadencia del catador de belleza, como es aquella silla-cuerpo.
Pienso en la metodología y experiencia de (des)aprendizaje que promovió la curaduría para -desde la creatividad, técnica o manejo de materiales de cada uno de los artistas convocados-, intentar meterse en el zapato de un maestro como Rolando Castellón, de personalidad tan quisquillosa y horma difícil de calzar, en tanto su aguda sensibilidad, lo hace ser único, aunque algunos afirman que él es muchos, como sus pseudónimos y la ubicuidad de su figura, la cual aparece o desaparece mimetizándose al gran Árbol de la vida o Axis mundi.