En un mundo deformado por las asimetrías sociales, políticas y culturales, el artista hondureño Julio Visquerra, busca en el plano pictórico vencer la enajenación resultante mediante el reposicionamiento del ser humano en ese mismo contexto mediante una dinámica creadora y crítica de la que su retrospectiva en Tegucigalpa comunica expresamente.
Si algo nos han enseñado los paradigmas en la ciencia y en el arte, es que el conocimiento y la creatividad no evolucionan, sino que tienen lugar mediante rompimientos profundos en la manera de ver la realidad y comunicarla a las nuevas generaciones.
Es verdad que podemos convivir con ciertos anacronismos en el ámbito de las aplicaciones tecnológicas y culturales: por ejemplo, aunque la mayoría descarga y escucha su música en línea, un segmento significativo de consumidores sigue comprando y escuchando música en acetatos o vinilos. Otro tanto ocurre con quienes siguen escuchando géneros musicales tradicionales y clásicos en música sinfónica, ópera, tango, jazz y folclore (menos del seis por ciento del mercado musical), mientras la mayoría consume música contemporánea y popular.
Las artes visuales no son ajenas al anacronismo en medio de revoluciones paradigmáticas. Hay museos, galerías y espacios virtuales prácticamente para todo gusto y tipo de coleccionismo artístico, y entre los artistas contemporáneos un número significativo sigue estudiando y copiando a los «grandes maestros» alrededor del mundo mientras desarrollan su propio lenguaje y concepto.
Insistir en la evolución del arte es un ejercicio estéril, ya que la técnica y el tratamiento son meramente medios para la expresión final de un concepto que para diferenciarse debe ser el resultado de un rompimiento - de una revolución-, no una prolongación manierista y redundante del pasado.
Cuando conocí la obra del pintor hondureño Julio Visquerra, en 1989, durante una exposición en la capital costarricense, me asaltaron todo tipo de dudas sobre su proceso creativo y estilo pictórico. Reticente ante los comentarios favorables que le precedían, decidí poner a un lado mis prejuicios y experimentar su obra como cualquier espectador. Así que me enfrenté a la obra de Visquerra, desde entonces, con la mirada despojada de las etiquetas que le iban endosando tanto aduladores como críticos.
Visquerra es un artista orgulloso de su herencia y contexto cultural, pero a la vez crítico de los aspectos sociales y políticos de los que no ha podido sustraerse como creador e individuo. En Honduras, los artistas, por lo general, han transitado del expresionismo abstracto y la figuración al arte geométrico y la nueva figuración tratando de aportar cada uno su propia voz al conjunto pictórico nacional.
Glocalismo
En solo tres décadas la intencionalidad estética de sus artistas más comprometidos ha ido venciendo a lo contingente, a lo catártico y a lo literario. Hay una revolución en curso en Honduras donde el tema de la cuidadosa «cocina» europea que ha influido a muchos de sus abanderados, ha sido trascendida por la búsqueda de lo universal con base en una identidad y concepto latinoamericano: el glocalismo, es decir artistas ideativamente locales con una visión global o universal.
Visquerra es uno de los máximos representantes en nuestra región de esta tendencia que no puede sustraerse a la inequívoca sentencia de Vassily Kandinsky:
«Toda obra de arte es hija de su tiempo, muchas veces es madre de nuestros sentimientos. De la misma forma, cada período de la cultura produce un arte propio que no puede repetirse».
La retrospectiva de su obra en la Galería Nacional de Tegucigalpa, Honduras, permite evaluar con suficiente distancia su trayectoria de 54 años en Europa y Latinoamérica.
Desde su decisión como autodidacta de vivir de su arte en el apartado departamento de Olancho donde nació, en medio de serias limitaciones, hasta su ingreso a la Escuela de Bellas Artes de la capital hondureña, su pintura se caracterizó por el eclecticismo: primero expresionista como revelan sus retratos de modelos de 1965, y luego de tendencia cubista por la influencia de sus maestros en Bellas Artes.
Este periodo formativo sirvió para alimentar su búsqueda de una expresión propia la cual empezó a tomar cuerpo durante su residencia de 23 años en Europa, particularmente en España y Austria, con puntuales retornos a su tierra.
Realismo fantástico
Permaneció en esta exploración hasta 1976 cuando la influencia de los paradigmas de la pintura renacentista, la barroca y el surrealismo que permeaban su obra fueron revolucionados por su relación directa con la llamada Escuela Vienesa del Realismo Fantástico, fundada en 1948 por un grupo de pintores austriacos liderados por Albert Paris von Gütersloh, padre espiritual del grupo.
Influenciados por los descubrimientos acerca del psicoanálisis, artistas como Ernst Fuchs, Wolfgang Hutter, Arik Brauer, Rudolf Hausner y Anton Lehmden se dedicaron a explorar el inconsciente de manera consciente, representando mundos subjetivos controlados por un espíritu racional.
Las temáticas surgían de las tradiciones religiosas y místicas de Occidente y, plásticamente, se contraponían al arte abstracto que dominaba la escena artística de mediados del s. XX.
A diferencia de los surrealistas, los vieneses no recurrían al absurdo, la paranoia o la alucinación. Las propuestas inconformistas de esta escuela escandalizaron la Viena de posguerra y el contexto artístico internacional representado por el arte abstracto.
Visquerra expuso por varios años durante su residencia en Viena como invitado del grupo original, siendo el único latinoamericano distinguido con esa deferencia. Aunque su obra es muy personal en relación a este género coincidía en la representación de temas relacionados con la cultura y las tradiciones místicas y míticas de su país de origen.
Es difícil clasificar a determinados artistas como «fantásticos», ya que cabe la posibilidad de que solo lo sea una pequeña muestra de su obra, como sería el caso de Goya o El Bosco, aunque sí hay otros artistas como Giuseppe Arcimboldo o Paul Delvaux que se pueden definir casi completamente como fantásticos.
Muchos aún confunden esta etapa de Visquerra con el surrealismo onírico desarrollado por Dalí, cuando de hecho su enfoque es crítico de la realidad. La figuración fantasmagórica, los seres metamórficos, y los ambientes de pesadilla, han sido excusas para señalar el consumismo, la superficialidad de las apariencias y los antivalores que se fomentan desde posiciones de poder e influencia.
Drama y color
A lo largo de su presente retrospectiva en la Galería Nacional de Arte de Tegucigalpa encontramos cinco elementos compositivos subyacentes y prevalentes: primero, los paisajes marinos de los fondos que evocan telones teatrales en una escenografía cuidadosamente orquestada; segundo, las mujeres y los hombres, representados bajo un canon de belleza renacentista, pero vaciados de expresión emocional; tercero, las frutas y la vegetación pintadas con gran detalle con la pretensión, según el artista, de ocultar los defectos humanos; y cuarto, los ornamentos como brocados, perlas y armaduras que brindan una falsa apariencia de poder e influencia a sus personajes.
Cada componente es usado por Visquerra para construir en cada pintura una «escenografía» de corte dramático, con ciertos matices satíricos. Los personajes ostentosos pero espiritual y emocionalmente vacíos, son contextualizados con el paisaje marino, la vegetación tropical, y las frutas y flores típicas de la región centroamericana. Todo con una meticulosa «cocina» pictórica enraizada en la escuela renacentista.
De hecho, sus críticos coinciden en reconocer la influencia en su obra del maestro del Siglo de Oro español, Francisco de Zurbarán (1598-1664) a través de su virtuosismo al tratar los paños blancos que envuelven o rodean a sus figuras y su tratamiento de las figuras, pero despojado del misticismo del maestro español. A veces, el dramatismo se incrementa al cubrir los ojos de sus personajes para ocultar «esa mirada penetrante que nos desnuda».
¿Pero cuál es la intención final del artista? La intencionalidad es clara: exhibir lo superfluo. En un mundo deformado por las asimetrías sociales, políticas y culturales el artista busca en el plano pictórico vencer la enajenación resultante mediante el reposicionamiento del ser en ese mismo contexto mediante una dinámica creadora y crítica.
El color ha sido no obstante el recurso más radicalmente cambiante en el proceso creativo de Visquerra desde que encontró su lenguaje y concepto propios a mediados de los setentas. La retrospectiva registra la revolución, no la evolución del color en Visquerra.
De los tonos pálidos y languidecientes de su etapa pictórica en Málaga, España, donde los personajes parecen perdidos en una vida sórdida, a los tonos oscuros y fríos en colones azules, verdes y negros de su etapa en Viena, Austria, al claroscuro de su etapa en Copán, Honduras, estudiando el arte y la cultura maya, y de allí a sus intensos y llamativos rojos, naranjas, amarillos y verdes de su última etapa marcada por el retorno y reencuentro definitivo con su país.
Como sabemos, cuando un paradigma cambia, todo vuelve a cero. Aun cuando encontremos evidencias anacrónicas de las lecciones del pasado en la obra pictórica de Visquerra cada una de sus etapas – por lo general en ciclos de diez años – es un rompimiento con el pasado, incluso con los beneficios económicos de seguir pintando lo que los coleccionistas y el mercado prefieren.
Cuando cambia el paradigma, todo vuelve a cero. Visquerra no se siente atado al pasado que conoce y respeta, y del cual por cierto no se arrepiente. Pero reconoce la necesidad de trascender sus logros pasados, para poder ser desafiado por un futuro incierto pero inevitable que abraza con entusiasmo juvenil. Su retrospectiva no solo resume 54 años de carrera artística interrumpida, pero su capacidad para romper paradigmas regionales y posicionar al arte de su país bajo una luz realista y fantástica.