«La competencia reduce el precio de toda mercancía al mínimo de sus costos de producción. Así, el salario mínimo es el precio natural del trabajo».
(K. Marx)
Por donde vayas, los gobiernos anuncian reformas. Si las cosas van mal en la economía, es porque «no se han hecho las reformas necesarias e imprescindibles para liberar las energías, la innovación y la capacidad de emprendimiento». Si hay currantes sin trabajo, si los que laburan ganan salarios de miseria, es porque «rehusan las reformas que la hora exige y el buen sentido reclama». El culpable siempre es el pringao.
Por la mañana recibí una nota de la CGT, firmada por su secretario Manuel Ahumada Lillo, que toca el tema de la reforma laboral que impulsa Piñera. No me sorprende: hace décadas que el FMI sugiere, insinúa, ordena, manda… reducir al máximo las indemnizaciones de despido visto que los costes laborales están demasiado altos.
A tal punto que disuaden al Indiana Jones de la puñeta productiva –el empresario– de lanzarse en nuevas inversiones para hacerse aun más rico y de paso ofrecerle trabajo a una mano de obra inconstante, disipada, frívola y sacadora de vuelta.
En diciembre del 2003, como cada año, el FMI le hizo llegar sus consejos al Gobierno de Chile. El FMI elogiaba las políticas en curso pero exigió hacer aun más flexible el mercado del trabajo y llamó a las autoridades chilenas: «A explorar el tema de los costes de despido que aparecen muy altos vistos desde una perspectiva internacional, así como a limitar los aumentos del salario mínimo, en particular para los trabajadores jóvenes[sic]».
Al mismo tiempo Dick Grasso –presidente de la Bolsa de New York que contribuyó poderosamente a su hundimiento– recibió en premio un bono equivalente a setenta y siete mil años de salario mínimo chileno (770 siglos), y 48 millones de dólares más como indemnización de despido.
El FMI tenía razón: los costes de despido estaban muy altos. Razón por la que «las autoridades (chilenas) indicaron que están examinando formas de reducir los costes de despido...». En ese momento la autoridades eran las del Gobierno de Ricardo Lagos. Sebastián Piñera – Ricardo Lagos, la misma jeringa con distinto bitoque.
De paso –decía el FMI– el salario mínimo se hace excesivo. Explorando los Balances (Annual Reports) de SQM constaté que el salario de Julio Ponce Lerou era de 700 millones de pesos al año (julio 2014) por no hacer nada y sin contar los dividendos. Los ejecutivos que administraban la empresa (robada al patrimonio del Estado) eran otros. Miembro del Directorio, Hernán Büchi recibía una miseria: 11 millones mensuales por participar en media docena de reuniones al año, mayormente destinadas a mundanidades y degustaciones de whisky.
A este punto, la peor de las injusticias me golpeó con la fuerza de un vendaval. Los ejecutivos chilenos reciben salarios de miseria comparados con sus homólogos extranjeros. Mick Davies, por ejemplo, patrón de Xstrata devenida luego Glencore (minera Doña Inés de Collahuasi, North Chile, Energía Austral…), bien guarecido en Suiza, recibía 2.000 millones de pesos al mes (2012). Sorprendido, llamé a un dirigente sindical de la Confemin (Confederación Minera de Chile). «Guerrero», dije en un soplo, »Mick Davies palpa 2.000 millones de pesos». Incrédulo, Guerrero retrucó: «No puede ser, cómo va a recibir 2.000 millones al año… [sic]». Tuve que sacarlo de su error: «Al año no… ¡2.000 millones al mes!».
Chile da para eso. Chile da para todo. Incluso para afirmar que el salario mínimo es excesivo, exceso que pone en peligro el crecimiento, atenta contra el empleo, disuade la inversión, desmejora la competitividad, perjudica el liderazgo, acelera la caída del pelo, debilita los esfínteres y retrasa la digestión.
La cuestión de la distribución de la riqueza creada con el trabajo de todos es vieja como el mundo. David Ricardo (1772-1823), gran teórico del capitalismo que no era ni sindicalista ni defensor de los asalariados sino un acaudalado corredor de Bolsa, afirmaba: «No puede haber un aumento del valor del trabajo sin una caída del lucro».
Para Ricardo la distribución del producto funciona según el principio de los vasos comunicantes: si una columna sube, la otra baja, y viceversa. Ricardo lo precisó diciendo: “La proporción que puede ser pagada como salario es muy importante para la cuestión del lucro; porque debe notarse que los beneficios serán altos o bajos en exacta proporción a que los salarios sean bajos o altos”.
Mientras más bajos los salarios, más alto será el lucro, y a salario mínimo corresponde un lucro máximo. Ese es el sencillo principio aritmético que los patrones y los gobiernos se empeñan en presentar como el más alto objetivo de la especie humana.
Ahora quieren eliminar el chaleco salvavidas que representan las indemnizaciones de despido. ¿Existe alguna consciencia del daño que le provocan a millones y millones de familias, a hombres, mujeres y niños, empujados lenta pero seguramente a la pobreza y a la miseria?
Andrea Fabra, parlamentaria del Partido Popular español (derecha) entregó una respuesta para el bronce el día miércoles 11 de julio de 2012 en las Cortes de Madrid.
En medio del discurso del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, que le anunciaba al Parlamento la reducción de la indemnización que reciben los trabajadores en el paro, Andrea Fabra gritó en pleno hemiciclo:
«¡Que se jodan!»