Llega un momento en la vida de toda mujer en que nos sentimos obligadas a reconocer: «Yo soy Bridget Jones». La primera vez que me encontré con ella me pregunté si era casualidad que esa tía tan peculiar representara tan fielmente la realidad que estaba viviendo o si, por otro lado, se tratara de situaciones más frecuentes de lo que yo en mi fuero egoísta interno pensaba.
Después conocí a Marian Keyes, que había nacido en Limerick y que en la actualidad vive en Dún Laoghaire, justo como yo en mi periplo por Irlanda, pero al revés. Y leo sus libros, y entre esto y lo anterior, ya estoy convencida de que, sin duda, existe una conexión entre ambas.
Dice Marian Keyes haberse convertido en escritora por accidente. En medio de una crisis existencial, allá por la treintena, mientras divagaba entre la depresión y el alcohol, encontró la manera de salir a flote a través de la escritura. Un día pensó en enviar sus pequeños relatos a una editorial, acompañados por una carta en la que hablaba de la novela que estaba gestando (nada más lejos de la realidad). Y la quisieron leer. Ahí comienza su carrera, dando forma a lo que será Watermelon, la primera de sus muchas novelas.
A mediados de los años 90 comienza a hablarse de un subgénero literario, que sería acuñado como chick-lit. Aunque pudiera enmarcarse dentro del género romántico, se encuentra alejado de lo que sería el romance tradicional. Es una forma de literatura escrita por mujeres y dirigida a mujeres. Desde un punto de vista femenino, trata de retratar los temas y conflictos de la mujer de hoy, siempre con un aire alegre.
Las protagonistas de estos libros son mujeres cercanas a la treintena, occidentales, independientes, profesionales, de clase media (o media-alta) y residentes en núcleos urbanos. Y los argumentos versan acerca de las experiencias de diversa índole por las que atraviesa la mujer actual: la lucha para alcanzar el éxito en proyectos laborales, los entresijos de sus relaciones amorosas y de amistad, o los problemas de género. La escritura en primera persona y los elementos pertenecientes a la vida cotidiana facilitan que el lector (lectora) se identifique con los personajes.
A este tipo de literatura se le ha criticado el estar llena de clichés y no poseer calidad literaria. Lo cierto es que el mercado está apostando por este producto, dada su rentabilidad (que despegó hacia el 2000 con la aparición en escena de El diario de Bridget Jones). Por lo que surge la duda respecto a la legitimidad del rechazo por parte de la crítica (predominantemente masculina), si consideramos que históricamente se han cargado las tintas sobre todo aquello que se escribía por y para la mujer.
No obstante, cabe señalar el hecho de que en tales obras no exista reflexión alguna sobre problemáticas que tengan que ver con otro tipo de mujer distinto al que se presenta, huelga decir blanca, joven, urbana, profesional. Quizás por ello se está dando la irrupción de otros chick-lit, no tanto para profundizar en nuevos debates, sino para ampliar el nicho de mercado.
Dicho esto, vuelvo a Marian Keyes para anunciar que se trata de una de las autoras más representativas del género al que me refería.
En los temas que elige se ve reflejado el cambio que vive la sociedad: infidelidad, adicciones, rupturas sentimentales, rivalidad entre amigas, sentimiento de inferioridad. Sin embargo, los argumentos no están planteados alrededor del problema, sino que lo predominante es el estilo cómico, la locura, lo ridículo de los desastres cotidianos; de ello está impregnada cada página, que hace que te quedes con muy buen sabor de boca y ganas de más.
Está presente desde lo angustioso de lo existencial (Claire se queda sola) hasta su experiencia en el mundo editorial (¿Quién te lo ha contado?). Sin dejar de lado Por los pelos, Sushi para principiantes o la saga de las hermanas Walsh, que no tienen desperdicio. Es una escritora comprometida con las mujeres y sus circunstancias, retrata lo terrible de la violencia de género en Un tipo encantador.
Marian Keyes descubrió la literatura como modo de terapia. Más tarde descubrió que hornear pasteles también le ayudaba, convirtiéndose ahora esto en una nueva forma de terapia. De ahí Salvada por los pasteles, en donde además de combinar dos formas de terapia (la escritura y el horno), regala a los lectores recetas y autobiografía.
Ella resulta tan entrañable como los personajes que dibuja en sus obras. Cuenta historias que pueden ser dramas, pero que están bañadas con tal sentido del humor que se vuelven apologías del optimismo. Confiesa que le gustan la lectura, las películas, los zapatos, los bolsos y el feminismo (porque se puede ser feminista y también querer tener novio). Y la imagino en una encantadora casa en el maravilloso pueblecito costero donde yo estudiaba inglés, junto a Tony, su marido, también conocido como Himself en sus obras de no ficción.
Las críticas al chick-lit están ahí: los clichés, el consumismo, el pequeño mundo de la mujer blanca, los que opinan que venden un modelo de mujer en cuyo proceso para alcanzar el éxito inevitablemente ha de transitar caminos de frustraciones y desengaños amorosos. Pero, como se suele decir, lo valiente no quita lo cortés, y no habrá vez que piense en Bridget Jones y no piense «es lo mismo que me pasa a mí». Porque comparto las características de esas mujeres, tengo mucho en común con ellas, conflictos y preocupaciones, y sé de lo que hablan cuando dicen «cómo nos gustan los hombres independientes, pero dependientes del alcohol, del tabaco, esos a los que solo les gusta la tortilla de patatas de su madre». Me siento reflejada en sus experiencias, siento empatía por sus personajes, me divierto con sus historias y experimento cierta satisfacción extraña por esa locura que todas compartimos que nos convierte en seres extravagantes, excepcionales.
Solo me queda agradecerle a Helen Fielding, Marian Keyes, Candace Bushnell, Anna Maxted y tantas otras mujeres el acercarme (acercarnos) a su literatura, y a tantas otras mujeres que con sus obras (sean las que sean) han conseguido que el mundo para nosotras sea un poquito mejor.