Aunque no existe nada como la mirada presencial puesta en la obra de arte, o en el fruto de la investigación y experiencia de un individuo o colectivo, aproximarse a las manifestaciones contemporáneas por redes sociales, es un potencial en crecimiento, en tanto el recurso de divulgación, proyección y circulación es efectivo. Pero suelen aparecer las contingencias y preguntarnos: ¿estamos hoy mayormente (in)formados, o (des)informados? Pues hasta en estos medios tecnológicos que demuestran ser precisos, cunde el germen de la contradicción e incertidumbre.
Premisa
Importa decir que las redes posibilitan contactos horizontales, de artista a artista, entre el artista y el curador, del crítico y la audiencia, público que también retroalimenta al externar pareceres, además del potencial de registro y documentación que ofrece el muro o página, al proyectar o dar seguimiento a la práctica artística. Aquello de en tiempo real, es condición sine qua non del cotidiano, pues todo trasciende al instante, y al publicar, se valida y reciben comentarios provenientes de terceros.
En este espacio para la circulación y legitimización, del cual apenas estamos aprendiendo su «a b c», se puede focalizar el arte de una región, país, grupo, colectivo o incluso determinadas tendencias, para disminuir el impacto de la desinformación que también acecha. Y algo importante es que el mismo proceso se convierte en fuente de abordaje, para que el artista decodifique e reinterprete los símbolos de ese imaginario, a partir de los recursos o escenarios del encuadre digital.
Arte cubano contemporáneo
Dentro de este retrato a la creatividad en aquella isla caribeña, importa considerar a quienes antecedieron e introdujeron los discursos de lo contemporáneo, artistas como Ana Mendieta con el performance y la profunda experiencia autorreferencial. El escultor Juan Francisco Elso con su mano tendida, es uno de los más visibles indicadores de criticidad contestataria. Los cubano-americanos Luis Cruz Azaceta y José Bedia, confrontan a esos monstruos disfrazados de las tácticas del eterno poder. Las acciones e instalaciones de Carlos Garaicoa, Kcho, Los Carpinteros, entre otros creadores de alta visibilidad en los escenarios del mundo del arte, son testimonios del potencial, tanto como las confrontaciones de Lázaro Saavedra y Tania Brughera, que acuerpan lo político en las prácticas del arte cubano actual.
Pero, importa decir además que, las recientes generaciones ya traen incorporado el chip de los nuevos lenguajes y discursos alternativos, acrecientan la cultura global replanteándola desde posiciones o visiones muy singulares, a explorar con esta aproximación, despejar su ecuación mediando con la tecnología
Horizontes Verticales
Uno de estos jóvenes cubanos, Jassiel Palenzuela, entrevistado en un reciente chat, expresa que su pieza de la serie Horizontes Verticales (2018):
«es la metáfora de una cultura de la simultaneidad, donde la realidad no es tal, es virtual. Me interesa mostrar el estado de incertidumbre que a mi genera el estar conectado, las complejidades de la interacción multisensorial en redes sociales, donde la verdad deriva, divaga, miente».
Obsérvese que él utiliza la palabra «incertidumbre», uno de los grandes asuntos de la virtualidad, que es portador de ese carácter del “saber o no saber”. Importa cuestionarse a quién llega el mensaje: ¿Cómo lo asume?, ¿quién está al otro lado de esa dimensión de la simultáneo y ubicuo?, ¿cómo edifica e interpreta este joven habanero la temática que aborda dentro de un entorno mediado, y con el cual rompe el aparente aislamiento y oficialidad?
(In)formación y conectividad
Prevalece la duda de cómo será interpretada, cuál será el impacto en esta cultura, y cómo será retroalimentado el artista mediando verdades o falsedades, que pueden generar incertezas, cuando tanto se habla de las nocivas noticias falsas en las redes. Pienso que hoy más que nunca se nos requiere dar temple al don de discernir, evaluar, tomar decisiones. Pero hago notar el uso que en particular le doy al vocablo (in)formación, que implica no solo aprender, sino a la vez desaprender, pues la teoría se replantea a sí misma constantemente, se trasviste cada día para exigirnos a estar alertas y atentos a lo que nos llega de vuelta.
Respecto a su pieza Tríptico (2018), de la serie Horizontes verticales, cuyo título en sí conlleva la contradicción, en tanto compone dos vocablos en oxímoron, que se califican mutuamente. Palenzuela expresa en su estado compartido por redes: “Las piezas pretenden ser una abstracción de la realidad seccionada y fragmentada que recuerda por momentos a los códigos de barras en los productos que consumimos, a las pantallas múltiples de nuestros móviles o al muro de nuestro Facebook donde un cúmulo de realidades interactúan simultáneamente, derivando en una especie de realidad metafísica”.
Pero esa actitud de la comunicación actual, y que él llama «metafísica», supone reducir las incertezas, pues en tanto son códigos decodificados aquí, en China, o en el extremo sur de África, son sujetos sensibles a la cultura de inicios de siglo y milenio. Se trata de una comunicación numérica, cuyos algoritmos constituyen el imaginario simbólico que nutren a estas nuevas formas de producir arte. En algunas piezas Palenzuela juega con el inventario que aprendió del entorno digital, de los juegos de Atari, las viñetas, y animados digitales con los cuales se entretuvo desde niño, tecnología que también deja sentir la estocada del adversario, y cuyo aguijón produce una herida también digital, y aunque es mediática, resulta difícil de paliar.
En un texto que me compartió este artista -y lo aplico también al discurso de Sotomayor que trataré de seguido, en tanto me interesa la extrapolación-, la crítico cubana frency, en un texto titulado Falencias, 2017, el cual refiere al reciente premio del Salón de la Ciudad de La Habana recibido por Jassiel, comenta:
«Parece que vivimos en una contemporaneidad en la que muchos no somos conscientes de lo que se mueve tras lo que se nos presenta como “realidad”. Somos pocos los que nos interesamos por intentar ver más allá y escudriñar en las costuras de los sistemas o los campos de actuación humana. Somos cada vez más adictos a la necesidad de comunicarnos des-comunicándonos, de pretender realidades que no son tal cuales, o vivir otras que se nos ofrecen y a la vez, como en bucle, alimentamos con nuestro consumo».
(Frency, Falencias, La Habana, 2017)
Maykel Sotomayor: El paisaje que se lleva dentro
Decía al inicio del texto que, para llegar a estos jóvenes artistas lo hice a través del chat, del Messenger, de los posteos en Facebook, y me sedujo confrontar dos lenguajes muy distintos entre sí. Lo hago no solo porque son cubanos y jóvenes, sino que ambos miran hacia un paisaje: El de la simbología del universo digital, y el otro, al escenario de la memoria, con las contrariedades del camino o de un determinado proyecto emprendido, que se debe recorrer, necesariamente, aunque estemos o no a merced del adversario. El avistamiento de Sotomayor es a la bestia, al buitre, al caballo desbocado, al demonio del poder cuyo ojo atisba 24/7, y que me recuerda al Big Brother de Orwel, en 1984.
Precisamente se nos inquiere (des)aprender de ambas visiones del mundo en el cual luchan y enfrentan esos enemigos, como el filibusterismo del mismo mercado actual de lo tecnológico, que llega hasta nuestras lindes traídos e invitados por nosotros mismos: El celular o móvil, el computador, las tablets, los Wi y otros videojuegos llegan e invaden nuestros sitios de intimidad, a pesar de que para que ocurra, el país debe pagar una costosa factura por la importación. O sea, pagamos por dejarnos penetrar por las intensiones de los bancos usureros y los patrones neohegemónicos, disfrazados ahora de telefonía móvil, utilizan las mismas redes en las cuales nos sumamos con un simple click. También nos percatamos de su existencia en el comercio de la comida rápida, la Mc Donald, Pizza Hut, y otras cadenas que cambiaron la comida sana y equilibrada por los “combos” de hamburguesa, papitas fritas y Coca cola, tácticas del invasor moderno.
El arte nos hace
En el caso de Sotomayor, con una pintura agresiva y quizás hasta oscura por enigmática, delata a ese adversario, y que representa a la misma sociedad, esa que nos cosifica, que invisibiliza al hacernos portadores del germen de la paradoja: Lo que yo hago -producto de mi grandilocuencia o testarudez-, me hace (y con este argumento refiero a aquella visión de la sociología de los años sesenta y setenta del siglo pasado, de Mitscherlich, en el Fetiche Urbano, al hablar de los moldes u hormas que al ser de materia dura, nos modelan a nosotros mismos). Se trata de un monstruo que viaja a caballo por los caminos del ayer, y de repente se advierte en el gesto, en el trazo de un paisaje casi abstracto de simbolismos, reyerta contra la desesperanza, y que solo visualizamos en los territorios del arte.
Ese es el paisaje que busca, Maykel Sotomayor, y que no hallará afuera, pues es él mismo quien lo lleva, es su paisaje interior, y aunque pinte un escenario ruralizado, del cerro a la llanura, de la montaña a la costa, es también su ciudad, con sus muros, vitrinas, callejones, parroquianos, ciudadanos, todo ese juego de diversas tensiones sociales que amedrentan a la estructura que llamamos sociedad, la cual a veces también se transforma en monstruo. Como dice aquel poema “La Ciudad”, de Konstantino Cavafis: «Iré a otra tierra, hacia otro mar y una ciudad mejor con certeza hallaré». Pero Sotomayor no hallará otro paisaje más que el suyo, el que constantemente busca y no encuentra con el visor de sus ojos puesto por delante, pues este va en él.
David Mateo entrevista a Maykel argumentando acerca de la naturaleza y exploración al paisaje, al “indicio de descubrimiento” como lo llama él, que al trabajar en la tela se convertía en una revelación despejando aquella ecuación que ocultaba el dónde, el cómo, el cuándo y el qué hizo la mano o el pensamiento humano. Maykel en una respuesta argumenta:
«Me interesaba el paso del hombre por el paisaje como sinónimo de sospecha, de duda, de contradicción. Poco a poco fui llegando a esa idea de mover los elementos que están físicamente integrados al paisaje, para crear sospechas entre ellos».
(Pintar el enigma. Diálogos en intervalo. David Mateo y Maykel Sotomayor 2017)
Estar despiertos
Afirmo que, en mi situación personal de comentarista de arte, caminar es sinónimo de pensar, pues mientras ando reviso, exploro, cuestiono o acuerpo mis teorías y comprensiones del fenómeno e investigación creativa, analizo y extiendo la mirada al paisaje externo, pero también al propio, me dejo hundir en sus trazos y emocionalidad. Diría que hemos comportado como eternos palimpsestos, cavando bajo las estratificaciones de esa cartografía del entorno, del paisaje, de las rutas urbanas y/o rurales, entre los puentes y estaciones de la imaginación. Lo hicimos siendo exhaustivos, con ahínco, pues a lo largo del sendero de lo creativo, también se encuentran muchos asientos, cómodos pero equívocos, que tentarán a reposar la fatiga, pero si lo hacemos, vendrán esos filibusteros modernos a afinar sus tácticas de dominación, y nos encontrarán dormidos a la vera, desguarnecidos, presas fáciles.
De esta manera defino al acto creativo como estar despiertos, andantes, observadores activos que asumen el disenso delante de las vicisitudes, que la condición de eternos migrantes conlleva. Migrar hacia el saber, hacia lo alfabetizado, hacia un signo de esperanza.
Hemos afirmado -y, con esto concluyo-, la existencia del síndrome de las dudas en el arte de hoy, y en las capas más jóvenes de los artistas investigadores, buscadores, peregrinos y a la vez migrantes por los ductos de la comunicación y tecnología. Pero al mismo tiempo me cuestiono: ¿qué genera esa noción? La respuesta señalará siempre a la incertidumbre, que algunos artistas la observan como bicho acechante, como la bestia que pintó Bedia, Azaceta, o esculpió Elso, o el monstruo interior que empujó a Ana Mendieta en sus extraordinarias acciones autorreferentes, en una lucha sin fin por tener su mano en alto y su posición de mujer y artista; o al gigante de las dudas que nos castigan hoy en día con sus prácticas de lo político que, tal y como califica Brughera, serán siempre incómodas para muchos.