Hace unos años mi vida académica e intelectual de súbito dio un impensado y abrupto giro, aunque muy grato, debido a la conjunción de dos circunstancias: el fortuito descubrimiento de una deslustrada tumba en el Cementerio General, en San José, y las investigaciones de mi hermana Brunilda, quien es historiadora de profesión, así como genealogista.
En efecto, una mañana de marzo de 2005, cuando visitaba la tumba de mis padres, solicité a un panteonero que me llevara a conocer la de nuestro máximo científico, el biólogo Clodomiro (Clorito) Picado Twight. Y, ya casi llegados a ese punto, a pocas bóvedas de distancia, de repente una lápida atrajo mi mirada. En la inscripción, algo deteriorada por la intemperie, consta para la posteridad la gratitud de Costa Rica con el médico alemán Karl Hoffmann, quien fungió como Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario durante la Campaña Nacional de 1856-1857. Yo ignoraba esa faceta cívica de tan ejemplar ser humano, aunque sí conocía algunos de sus aportes como naturalista. De hecho, con una carta de recomendación suscrita por el insigne Alexander von Humboldt —el gran explorador de América— y dirigida al presidente Juan Rafael (Juanito) Mora, él había llegado a inicios de 1854, acompañado por Alexander von Frantzius y Julián Carmiol, con la expectativa de investigar nuestras flora y fauna, así como nuestros volcanes.
Días después, como estaba bien enterado de sus investigaciones históricas sobre los alemanes, le comenté a Brunilda sobre mi inesperado hallazgo. De inmediato me aportó otros datos interesantes, y me dijo que ella había tenido la oportunidad de leer el testamento de Hoffmann en el Archivo Nacional, por si quería consultarlo. Por tanto, tiempo después, y por primera vez en mi vida, fui con ella a ese emblemático sitio, donde se salvaguarda nuestro patrimonio documental. Y…, ¡para qué lo hice! Quedé cautivado al sumergirme en decenas o centenares de folios olorosos a pasado y a patria, ya bastante frágiles, así como colmados de letras por ambas caras, lo que a veces los torna ilegibles. Y ya no hubo retorno.
Tan rica información hallé que, debido a ese impulso inicial, a lo largo de varios años pude escribir cinco libros: Karl Hoffmann: naturalista, médico y héroe nacional, Karl Hoffmann: Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario, Trópico agreste; la huella de los naturalistas alemanes en la Costa Rica del siglo XIX, Don Juan Rafael Mora y las ciencias naturales en Costa Rica y La bandera prusiana ondeó en Angostura, este último próximo a ver la luz. Por gratitud a quien me llevó a aquella especie de rito iniciático, en el tercero de estos libros consigné la siguiente dedicatoria: «A Brunilda, hermana mayor, ejemplo desde los días de infancia, por enseñarme a recorrer los inacabados caminos de la historia».
En realidad, en todos estos años no he dejado de recurrir a ella cada vez que tengo alguna duda y, lo más sorprendente es que, a pesar de sus 88 años de edad recién cumplidos, ni siquiera titubea para aportarme datos sobre personajes alemanes, los nombres de sus esposas o hijos, así como de otros miembros de sus familias, sus relaciones de amistad, anécdotas, etc.
Asimismo, es muy meritorio que, cuando cualquier jubilado lo que desea es descansar, a los 70 años ella más bien se propuso empezar a indagar acerca de los primeros alemanes que arribaron y se establecieron en Costa Rica, aunque en la familia no tengamos ancestros de esa nacionalidad, sino croatas. Pero, más impresionante aún, es que lo ha hecho «a pie», es decir, sin tomar ni un solo dato de las bases electrónicas del Archivo Nacional ni del Archivo Bernardo Augusto Thiel, de la Curia Metropolitana de San José, sino exclusivamente de los ficheros y los expedientes ahí presentes, aunque ese sea un proceso sumamente lento y hasta tedioso. Tanta es su paciencia que, como una verdadera amanuense de otrora, ha copiado a mano centenares de folios, con absoluta exactitud.
Ya con un inmenso cúmulo de muy rica información de fuentes primarias, acopiada gracias a una diligente labor de más de 15 años, por fin hace unos dos años Brunilda se propuso escribir un libro intitulado La inmigración alemana a Costa Rica en el siglo XIX (1840-1900), para lo cual contó con la colaboración de su colega Margarita Torres Hernández como coautora. La obra, publicada por la Editorial de la Universidad Técnica Nacional (EUTN), salió a la luz hace pocos meses, en coincidencia con la Feria Internacional del Libro, y con tan buen suceso, que prácticamente se agotó en su primera tirada.
Ahora, con más reposo, esta semana el libro será presentado de manera formal al público, en un conversatorio a efectuarse en el Club Alemán, y es por eso que me motivé para escribir este artículo. No se trata de una reseña, pues esa debería contener una valoración de fondo, a cargo de especialistas —historiadores y genealogistas—, sino tan solo de algunas impresiones mías, no especializadas —por ser biólogo yo—, sobre el significado del libro.
En realidad, cuando me interesé en Hoffmann yo ignoraba por completo la presencia relativamente temprana de los alemanes en nuestra historia, que data de mediados del siglo XIX, así como del tamaño de la colonia alemana establecida en Costa Rica. De hecho, el primer censo nacional, efectuado en 1864 por iniciativa del alemán Fernando Streber —en su condición de director de la Oficina de Estadística—, reveló que en nuestro país había 164 alemanes, que representaban el 42% de los extranjeros residentes; el 20% era de británicos (ingleses, escoceses e irlandeses), el 16% de franceses, el 10% de españoles, el 5% de italianos, el 3% de portugueses, y el restante 4% de otras nacionalidades.
Como una consecuencia positiva de su presencia, varios de ellos dejaron una indeleble huella en el desarrollo del país. La contribución de algunos ingenieros, agrimensores, médicos, dentistas, farmacéuticos, químicos, biólogos, veterinarios, abogados, industriales, maestros-jardineros y comerciantes fue clave en su época, y en varios casos se ha perpetuado hasta hoy. Estoy seguro de que al hurgar en este libro, cualquier profesional podría identificar al instante las improntas particulares de algunos de estos alemanes en su respectiva disciplina. En mi caso, me adelanto a afirmar que la actual percepción acerca de Costa Rica como un país de gran conciencia ambiental y notables avances en el estudio y la conservación de la naturaleza no se pueden entender sin los aportes de Hoffmann, von Frantzius, Carmiol, Helmuth Polakowsky y Otto Kuntze, así como de José Cástulo Zeledón, discípulo inmediato de von Frantzius.
Ellos entregaron lo mejor de sí mismos a un país que les ofreció un alero y un regazo para rehacer sus atribuladas vidas. Esto ocurrió cuando gran parte de Europa, y en particular Alemania, era sacudida por incesantes y sangrientas luchas contra al absolutismo monárquico, lo que derivó en altos niveles de desempleo, hambrunas y represión política. Si bien es cierto el continente americano se convirtió en una tierra de promisión ante aquella terrible diáspora humana, Guatemala, Nicaragua y Costa Rica les resultaron bastante atractivas, y muchos alemanes empobrecidos se involucraron como agricultores en proyectos de colonización que, aunque fallidos al final, les permitieron asentarse e ingeniárselas para sobrevivir en un terruño que hicieron suyo.
Habían apostado y arriesgado mucho, como para perderlo todo de la noche a la mañana. Y eso explica que aquel 1° de marzo de 1856, nomás enterados de que presidente Mora había convocado a las armas al pueblo, se apresuraron a enviarle una carta suscrita por 35 de ellos, ofreciéndose a colaborar en la defensa de su nueva patria. Hoffmann de médico en Santa Rosa, Liberia y Rivas, al igual que von Frantzius en Sardinal, y Franz Ellendorf en el río San Juan, velaron por la salud de nuestras tropas. En los frentes de batalla, entremezclados con nuestros paisanos, anduvieron en labores militares Alexander von Bülow, Carlos Teodoro Schäfer, Pablo von Stiepnagel, Rodolfo Quehl, Guillermo Witting, Juan Knöhr, Franz Heinrich Blottenberg y Linata Steba. De ellos, los tres primeros no regresarían, víctimas de la pólvora o del cólera. Pero Costa Rica y América Central se libraron del filibustero estadounidense William Walker, al servicio de los confederados sureños que deseaban expandir sus territorios e implantar la esclavitud en nuestro istmo.
Para retornar al libro comentado, enfatiza que aunque no todos eran profesionales, se dedicaron a ejercer sus oficios con dignidad y eficiencia —con excepción de algunos diletantes, vagabundos, viciosos y hasta pendencieros, inevitables en todo grupo humano—, y con ello lograron sacar adelante a sus familias. Ahí figuran hoteleros, cocineros, panaderos, sastres, relojeros, boticarios, músicos, libreros, encuadernadores, herreros, talabarteros, curtidores, zapateros, carpinteros, ebanistas, hojalateros, etc., quienes de manera permanente y fehaciente dieron mostraron el esmero y el tesón que caracteriza a los alemanes, a pesar de sus dificultades idiomáticas y de otra índole que enfrentaron.
En tal sentido, al escribir esto no puedo evitar referirme a un revelador relato del farmacéutico y botánico Otón Jiménez Luthmer, en el cual, al aludir al notable jardinero Alfredo Brade, destacaba que «como la mayor parte de los compatriotas de su época que se arraigaron en Costa Rica, su español fue pobre, quizás porque el trabajo de su mente no les dejó tiempo para aprender la gramática. Como los viejos Mathis, Kilgus, mi abuelo Luthmer y tantos más, preferían confesar pintorescamente "mi no sabe habla; mi sabe trabaja", aún después de medio siglo, o más, de residir en nuestro país. Pero, en cambio, incorporaron su vida, su ciencia y disciplinas morales a la cultura y bienestar de nuestra patria».
Es decir, el libro no es nada elitista, pues compila y narra con igual interés la información acerca de cada uno de los alemanes que arribaron a Costa Rica en un intervalo de 60 años, entre 1840 y 1900, a partir de fuentes primarias, como se indicó previamente. Los menciona a todos, al margen de su condición económica y social, en sus actividades diarias, sus relaciones familiares, sus vínculos de amistad, sus preferencias religiosas, sus afinidades políticas con uno u otro de los gobernantes de la época, etc. Al respecto, algunos de los anexos incluyen matrimonios, testamentos, mortuales, remates de propiedades y otros bienes, transacciones comerciales, etc., así como conflictos personales y disputas legales —porque las hubo—, que permiten visualizar la trama de relaciones existentes de ellos, tanto con sus coterráneos como con personas de otras nacionalidades, pues varios de ellos se casaron con mujeres costarricenses o suramericanas.
Todo ello permite captar de primera mano cómo era la vida cotidiana de entonces en este pequeño país —históricamente más bien marginal en el istmo centroamericano—, que apenas empezaba a abrirse al mundo como una entidad política independiente. En tal sentido, este es un libro permeado a patria y oloroso a terruño, pues en sus inicios esta nación fue construida no solo por nuestros indígenas y los otros costarricenses que hasta 1821 habían sido ciudadanos españoles, sino que también por centenares de extranjeros que se establecieron aquí.
Para concluir estos comentarios, creo pertinente remarcar que este libro es una especie de plataforma, y muy sólida —por ser bastante exhaustiva y basada exclusivamente en fuentes documentales primarias, que son las más confiables—, desde la cual despegar para adentrarse en los aportes fundacionales de los alemanes en numerosos aspectos de la vida del país. Doy plena fe de eso pues —como lo indiqué al inicio—, no hubiera dado ni dos pasos en mis investigaciones biológicas de no haber sido por la generosidad de Brunilda, quien me facilitó abundante información inédita, que tenía preparada para incluirla en este libro.
Finalmente, ojalá que esta oportuna, valiosa y prolija obra —por demás, bellamente diagramada gracias al esmero de los funcionarios de la EUTN— se convierta en un estímulo para que un día no muy lejano se escriba una historia completa acerca del significado y los aportes de la comunidad alemana al desarrollo de Costa Rica. Asimismo, que sirva de motivación para que algunos especialistas emprendan estudios históricos y genealógicos de otras nacionalidades que también han contribuido en la forja de nuestro país, y a las que tanto les debemos.