Siempre me han fascinado las ciudades grandes, sus monumentos, sus rincones secretos, la oferta cultural y de ocio que pueden tener, la gente, pero, sobre todo, su manera de vivir.
No es muy difícil entender este amor que siento hacia las ciudades si consideramos que he vivido en un pequeño pueblo de 7.000 habitantes donde todos se conocen, toda la agenda cultural esta ligada a actos religiosos y donde la vida es lineal: estudias, te casas con la novia que tuviste desde los quince, compras una casa a menos de 500 metros de tu madre o tu suegra y tienes un hijo, mejor dos.
No digo que este estilo de vida sea malo, al contrario, lo envidio, porque personalmente para encontrar la felicidad, amigos y mi «yo» interior tuve que buscarlo en otro sitio, concretamente en Milán.
Es con la llegada del Novecientos que las ciudades se convirtieron en verdaderas metrópolis y con ellas cambió también el estilo de vida y las relaciones entre los sujetos.
Wirth, de hecho, hablaba del urbanismo como estilo de vida, describiendo la enorme transformación de este ultimo en las metrópolis modernas.
Yo diría que no solo es un estilo de vida, sino una forma de pensar, de entender el mundo; y como mi visión del mundo se veía corta en el pueblo, necesitaba buscar un sitio donde la gente vea las cosas como yo.
Pasear por las calles principales de la ciudad te hace sentir libre, nadie te conoce, nadie sabe quién eres, vives en un anonimato positivo que te permite construir tu «yo».
Además la comunicación no verbal en esta situación es importantísima, cuando la gente no conoce y no tiene tiempo de saber tu biografía se deja guiar de tu comportamiento no verbal, o sea tus gestos, tu postura, tu apariencia, y de allí infiere quién eres y cómo eres.
Riesman en su libro The lonely crowd describía la enorme soledad que el hombre metropolitano sentía en la ciudad con este titulo que recoge dos palabras contrapuestas, crowd, «multitud», y lonely, «solitaria». Es justo este anonimato el que favorece la des-personalización y, de consecuencia, la des-responsabilización.
Generalmente en los grandes aglomerados urbanos la cooperación que hay entre los individuos es menos elevada que en los grupos más pequeños, como pueden ser en los pueblos.
En las ciudades se crea con facilidad un estado de anonimato debido al hecho que las relaciones son mas superficiales y que, como decía Simmel, en las ciudades hay un montón de estímulos (sonidos, ruidos, colores, trafico, estrés, olores, etc.) frente a los cuales el individuo tiene que responder con indiferencia para poder sobrevivir y no cargar demasiado su esfera cognitiva y explotar.
La psicología social viene en ayuda de la criminología y con sus experimentos ha analizado cómo los individuos actúan en situaciones de anonimato y en lugares llenos de gente.
Takooshian y Bodiger simularon algunos crímenes en lugares públicos donde pasaba mucha gente. Repitieron veinte veces una simulación de un secuestro: sus voluntarios ponían con fuerza el cuerpo de una mujer desmayada en el maletero de un coche. Solo poca gente se apuntaba el numero de serie del coche para llamar la policía.
Takooshian y Bodinger se preguntaron si esto no era relacionado por el miedo de la propia vida de los testigos y simularon otro crimen menos «grave» como un hurto de visones y abrigos y esta vez poniendo un voluntario disfrazado de policía a pocos metros. Los psicólogos se sorprendieron al ver que nadie llamó al policía ni actuaba de alguna manera.
En otro experimento que evidencia la correlación entre el numero de individuos y el grado de intervención en situación de emergencia, dos psicólogos, Bibb Latanè y Jonh Darley, llamaron a algunos estudiantes en una clase diciéndole que se iban a reunir para contestar a un cuestionario sobre la universidad. Después de diez minutos en la clase empezaba a entrar humo lentamente hasta llenarla. Los resultados fueron los siguientes: si los estudiantes estaban solos en la clase el 75% llamaba la autoridad, si estaban en grupos de tres solo el 38% refería el hecho. Con muchas otras variantes de este experimento, los dos psicólogos demostraron que no es verdad que cuanta más gente haya, mayores son las posibilidad que alguien intervenga inmediatamente. ¡Es todo lo contrario!
¿Cuáles son los factores de la des-responsabilizacion y la lentitud en intervenir en las emergencias?
El números de testigo. Como hemos visto, cuando los testigos son numerosos y el contexto aparece anónimo, la responsabilidad está «difusa» porque cada individuo piensa que no es el único responsable y que alguien va intervenir antes que él.
El hecho que a veces el individuo que necesita ayuda, es desconocido y percibido como un «alguien extraño».
El temor de no haber entendido bien la situación: por eso alguien no quiere hacer el ridículo delante de los otros testigos. Muchas veces la gente jugando grita o finge que es agredida.
La influencia recíproca de los testigos que piensan que si nadie esta haciendo nada y están mirando sin intervenir, es porque no es un caso urgente o de peligro.
La subdivisión de los roles en nuestra sociedad, por lo que nos esperamos que sean las personas preparadas profesionalmente para intervenir (policía, guardia urbana etc).
Estos que he descrito no son solo experimentos fingidos de psicología social y de criminología, sino la respuesta a casos concretos como el de Kitty Genovese que, en 1964, fue agredida de noche en su complejo residencial. Sus gritos de ayuda llamaron a la atención de 39 vecinos que miraron durante media hora las violencias y las cuchilladas que el agresor daba a Kitty, sin hacer nada.
Solo después de 35 minutos uno de los vecinos llamó a la policía.
Sin ir muy lejos en el tiempo, hemos visto cómo mucha gente filma situación de emergencia de otras personas en peligro y no interviene por grabarla con el móvil o hacerle una foto.
El hecho de conocer la existencia de estos mecanismos psicológicos tiene que ser de ayuda para usar la razón y no como justificación de no participación.
Y sin duda en esta época, además marcada por la crisis, necesitamos aumentar la cohesión social y el capital humano.