La pertinacia de los partidarios del orden establecido es digna de admiración. Afuera llueve a cántaros, is raining cats and dogs como dicen los British, pero el experto asegura –impertérrito– que el cielo está despejado. Brilla el sol, si oso decir.
Hace un par de días escuchaba asombrado los argumentos de un sociólogo, o politólogo u opinólogo, a menos que no fuese un pinche economista que para el caso da lo mismo, explicar con lujo de detalles que la crítica de los chalecos amarillos hacia la elite no es sino una forma de negar su propio fracaso. El pobre es pobre porque le da la gana, porque «no quiso cambiar de vida» como dice Emmanuel Macron.
Mientras que la elite, esforzada, ambiciosa, creadora y visionaria… es elite precisamente porque es esforzada, ambiciosa, creadora y visionaria. LQQD, como decían mis profes de matemáticas, o sea Lo Que Queda Demostrado.
De paso te pasan gatos por liebres: no es lo mismo la elite que la oligarquía. Hablan de la oligarquía llamándola de otro modo, como formalizan y empoderan en vez de inculpar o estafar. Así fabrican mitos y leyendas, como la de Tatán, hijo de hogar modesto y clase media, pero con unas ganas de jamarse el mundo que no veas.
Entre los más innobles defensores del negocio establecido están los partidarios de las AFP, sistema que garantiza la previsión del dueño del burdel y sus acólitos. Las putas no, ellas cotizan.
Hoy por la mañana recibí el informe semanal de mi asesor financiero preferido, el muchas veces mencionado John Mauldin. El primer párrafo me tiró de espaldas: es una confesión sin atenuantes, más claro echarle agua, habría que ser dueño de AFP para no comprender que este negocio es un pingüe negocio precisamente porque el cotizante se deja ordeñar como una vaca, lanzando de vez en cuando roncos mugidos de placer.
El buen John Mauldin escribe:
«La semana pasada describí el tremendo desafío que enfrentan los jubilados. Una razón para ello, además del ahorro insuficiente, es que los mercados no han entregado la rentabilidad sobre la cual muchos expertos afirmaron que podíamos contar».
Partamos de la base que con salarios miserables es difícil ahorrar mucho. El salario miserable tiene una doble función: enriquecer al empresario y –eso afirman– elevar la rentabilidad de la inversión y con ella mejorar las pensiones. Para tener buenas pensiones debes aceptar trabajar por salarios miserables, es por tu bien.
Mauldin prosigue:
«En los últimos años de la década de los 1990 nos decían que la rentabilidad de largo plazo (en torno al 10%) era una hipótesis razonable, incluso si el mercado no era tan exuberante como cuando el boom de las tecnológicas. En vez de eso, de 1999 en adelante el índice S&P ganó anualmente apenas un 3%, con una rentabilidad total apenas por encima de la mitad del promedio histórico. Como resultado, la generación del Baby Boom tiene que trabajar mucho más tiempo y más duramente para jubilarse, y tiene que ahorrar aun más de sus ingresos».
Hace ya algunas lunas escribí una nota para destacar que alguna AFP canadiense, que había batido el récord de rentabilidad, no llegaba al 5% anual. No hace falta estudiar matemáticas estocásticas para darse cuenta que si te ofrecen un 10% de rentabilidad anual, hipótesis sobre la base de la cual te calculan la (im)probable pensión… te están estafando. La realidad es un 3%, y con eso no vas a ninguna parte.
Luego te inventan una ancillary rip-off, una estafa complementaria: tienes que cotizar más, o bien tienes que cotizar más tiempo, o en vez de jubilar a los 65 tendrás que jubilarte a los 70, o bien a los 75… La imaginación al poder, consigna de Mayo del 68, se hizo carne en los estafadores del gobierno y las AFP.
Que las empresas, en su infinita generosidad, aporten un 4%, no cambia nada. Además de recuperarlo en el precio, o en los horarios de trabajo, o en ambos, ese «aporte» empresarial no modifica el fondo de la estafa. Lo claro es que tu pagas en el presente, para encontrarte con una pensión futura –una remuneración diferida en el tiempo– de la cual lo único seguro es que será miserable.
El arma secreta de los estafadores es la esperanza. John Mauldin lo explica con manzanas:
«No obstante, la esperanza aún brota eternamente para la rentabilidad histórica promedio. En el boletín de esta semana, mi viejo amigo Ed Easterling se une a mí para explorar las razones por las que tantos analistas y vendedores de AFP lanzan tales esperanzadoras previsiones. Mostraremos cómo el promedio del largo plazo es una apuesta improbable en cualquier entorno mercantil. La mayor parte del tiempo, la rentabilidad en un periodo superior a una década está muy por encima, o muy por debajo, del promedio».
En otras palabras, no saben nada. Nada de nada. No tienen una pijotera idea. El promedio es una noción matemática que en este caso no tiene absolutamente ningún sentido, y el largo plazo es el momento en que, según John Maynard Keynes, estaremos todos muertos.
¡Qué confesión!