Una cosa es utilizar el poder militar, económico y financiero del Imperio para imponerle sanciones, multas e impuestos al mundo entero, muy otra hacer que el propio Imperio sea productivo, útil y ejemplo de equidad y justicia.
Hasta ahora, dijo algún analista financiero de New York, el mundo produce todos los bienes y servicios necesarios para vivir en Jauja, mientras nosotros producimos los dólares para comprar esos bienes y esos servicios.
Comportamiento imperial del cual no se libran ni siquiera los países del llamado primer mundo. Todos deben –debemos– alimentar y divertir el Imperio, recibiendo a cambio esa moneda que vale lo que cada cual supone que vale.
Los déficits del Imperio no valen en la economía real, a nadie le importa un pepino. Mientras el amo proponga y disponga, el mundo entero estará a la orden.
Después de repetir unánimemente, al unísono y sin discordancias «Venezuela es una dictadura» (más vale que el Imperio se ensañe con una víctima menor a que venga a ponernos la bota en el cuello a nosotros) la prensa europea desvela la triste realidad y deja al rey desnudo, propiamente en pelotas.
Bajo el título El déficit que le hace daño a Trump, el diario financiero parisino Les Échos escribe:
«Todos esos tweets, todas esas amenazas, todas esas fanfarronadas y esa agitación… ¿para nada? El déficit comercial de los EEUU aumentó fuertemente el año pasado alcanzando su nivel más alto en 10 años: US$ 621.000 millones. Para las mercancías, consideradas separadamente, es incluso un déficit más fuerte, histórico, de US$ 891.000 millones. Una severa constatación de fracaso para el ocupante de la Casa Blanca y su retórica proteccionista: no pudo impedir el flujo cada vez más grande de importaciones provenientes de China y de México. A pesar de los derechos de aduana impuestos por la administración estadounidense a una serie de productos. ‘Las guerras comerciales son fáciles de ganar’, había lanzado Donald Trump hace un año en las redes sociales. Habría que ver».
Contemporáneamente, la distribución de la riqueza en los EEUU no ha cambiado en un ápice. Un puñado de milmillonarios sigue acumulando fortunas obscenas mientras la inmensa mayoría de los hogares estadounidenses ve sus salarios estancados y vive endeudado.
El país más rico del mundo sigue distribuyendo Food Stamps –bonos de comida– para que millones de yanquis, la inmensa mayoría niños, no sufra de malnutrición.
La exquisita sensibilidad de Trump y su equipo, con la ayuda del dogma neoliberal –there is not such a thing as a free meal–, busca recortar los presupuestos de las ayudas alimentarias, de la Sanidad y la Educación Públicas, para reforzar el lucro que premia a los elegidos de dios (no es una figura retórica, sino uno de los dogmas del capitalismo protestante).
De cara a sus electores Trump no ha cambiado su discurso orientado a calmar la indignación de los miserables, más bien desviarla hacia false decoys (falsos señuelos) que hagan olvidar que quien explota al pueblo americano y lo envía a morir en guerras inútiles es el puñado de milmillonarios que se apodera de todo.
Así, el enemigo es Huawei, o bien Irán, Turquía, la Unión Europea, México y Canadá, o bien China y ahorita la India. Para no hablar de los migrantes (curioso que los venezolanos que migran para no morirse de hambre no vayan a los EEUU…).
Lo cierto es que el enemigo de Trump y de la casta que se oculta detrás es el mundo entero. A pesar de que el mundo entero (o casi) alimenta al Imperio a través de los déficits comerciales que los EEUU mantienen hasta con Burkina Fasso.
La experiencia histórica muestra que entregarle Venezuela a Trump a guisa de sacrificio propiciatorio, de ofrenda destinada a calmar la sed de sangre de los dioses, no conseguirá sino agudizar el apetito insaciable del Imperio. Chamberlain y Daladier no lo consiguieron con Hitler, ni siquiera al precio del sacrificio de media Europa y de su propia dignidad.
Trump ha mostrado y demostrado que el único lenguaje que entiende es el de la fuerza. Que sus pomadas milagrosas para conseguirle empleo a su propio pueblo fracasaron. Que todo se resume, como siempre, a ejercer sobre todo el planeta su ius primae noctis (derecho de pernada).
No obstante, si exceptuamos el serrallo del Imperio, su sometido harén, tal parece que buena parte del mundo se cansó de que le den por culo.