Si echamos la vista atrás en el tiempo, hoy somos capaces de contemplar en el Siglo de Oro en España el mayor desarrollo cultural que nunca haya vivido nuestro país. Fueron muchos los poetas y muchas las creaciones que esos días salían de sus plumas con rabiosa calidad.
Sin embargo, eran tiempos difíciles: en raras ocasiones un poeta vivía de su trabajo literario, sin contar con la competencia y las habituales afrentas que llegaban a desencadenarse en cualquier esquina y con las que uno se jugaba la vida, quizás por haber dedicado públicamente unas palabras sarcásticas que aquel al que iban dirigidas no se había tomado del todo bien.
Sabemos de lo complicado de las relaciones entre Lope y Cervantes, debatiéndose entre la admiración y la envidia, por parte del segundo. Por parte de Lope, admiración e indiferencia.
Debieron de conocerse tiempo atrás, mucho antes de que comenzasen sus enfrentamientos, cuando ambos coincidían en las tertulias de la casa del director de compañía, Jerónimo Velázquez. Cervantes para intentar el estreno de sus obras y Lope para cortejar a la hija del citado director, Elena Osorio (en su caso, trabajo y placer siempre fueron unidos).
Quizás en los inicios hubo buen entendimiento entre ambos: se prodigan halagos mutuos, Cervantes alaba a Lope en La Galatea y Lope le corresponde en La Arcadia. Hasta que en una supuesta carta al duque de Sessa, en 1604, Lope escribe: «De poetas no es buen siglo este, pero ninguno tan malo como Cervantes». Cervantes, obsesionado por alcanzar el éxito como poeta, al escuchar tales rumores se siente gravemente herido. Es consciente de que su teatro está anticuado y ya no se representa, mientras que el de Lope está en boca de todo el mundo, gozando de excelente salud. De modo que, movido por la envidia, comienza a atacar el teatro de este, con criterios poco convincentes. Ataques de los que Lope se desentiende, más interesado en los conflictos que entonces mantiene con Góngora.
Lope está instaurando modificaciones en la escena, que desprenderá sentimientos encontrados por parte de los otros dramaturgos: por un lado rechazo y, por otro, envidia y deseo de acomodarse a su teatro.
En esas estaba Cervantes, a lo que se suma el orgullo herido. Ni era un recalcitrante aristotélico ni un moralista, ya que de otro modo no habría escrito el Quijote ni los Entremeses, sin embargo, toma el aristotelismo y la moral católica como argumentos sólidos para reprender a Lope: bien es sabido que Lope no cumplía con los principios aristotélicos de unidad de acción, tiempo y lugar, pero Cervantes tampoco los cumplía en su teatro.
Cervantes ya había escrito la obra más grande de todos los tiempos, Don Quijote de La Mancha, estaba justificado ante la historia, pero siente gran frustración por el fracaso de su teatro y su poesía. Eso y Lope de Vega fueron sus obsesiones hasta el mismo momento de su muerte: de igual modo le critica que se atribuye como méritos propios aquello que antes ha criticado del otro. Queda reflejado en Ocho comedias y ocho entremeses nuevos el drama interior de este autor, que quiere imitar a Lope a la vez que lo rechaza.
Cervantes y Lope: Vidas paralelas
Y así, mientras me hallaba sumida en reflexiones acerca de estos dos grandes de nuestra literatura, llegó a mí, como caída del cielo en una suerte de fantástica coincidencia, la obra de otra de las grandes, aunque ya de fuera de nuestras fronteras. Mary Shelley, esposa del irreverente y también poeta Percy Bysshe Shelley, celebrada casi en exclusiva por dar vida al monstruo de Frankenstein, tiene en su haber una obra desconocida, además de una interesante biografía. Mary compuso una serie de obras biográficas en las que enfrentaba a varios personajes, siguiendo la estructura de las Vidas paralelas que ya iniciara Plutarco. Entre otras, se encuentran las de Cervantes y Lope.
Resulta muy seductor acercarse a esta obra, escrita por una mujer inglesa del siglo XVIII, aparentemente ajena a los entresijos que por entonces se protagonizaban en las convulsas calles de Madrid. No obstante, Mary Shelley, mujer culta que hablaba varias lenguas, también era una gran entusiasta de nuestras letras, de tal manera que había leído y recomendaba las obras de estos autores en su idioma original.
Con una existencia muy vituperada, por elegir su destino, el que menos la convenía, enfrentándose con ello a su familia, y por ser mujer que busca su sitio en la sociedad en un mundo de hombres. Mary en esta obra se identifica con Cervantes, que había sufrido la maldad de las lenguas ajenas, y con el Lope desterrado; y al igual que ellos, emplea la literatura para hacer frente a toda adversidad.
Sin embargo, Mary toma partido claramente por uno de ellos. Cervantes, hombre de armas y de letras, será retratado como un caballero y modelo de conducta a la altura de la genialidad de su obra. En los momentos más difíciles se refugia en la literatura, mostrando siempre valor y buenas cualidades, manteniendo una actitud de filosófica resignación incluso en sus horas más bajas.
Ya en las primeras líneas muestra su curiosidad por el interés que lleva a un pueblo a sentir una pasión tan ferviente por un autor, Lope (su popularidad era tal que resultaba común emplear la expresión de Lope a modo de superlativo). Y se recrea en el multitudinario entierro de Lope, que compara con la soledad y el olvido al que Cervantes está sometido.
Desprenden sus palabras una admiración sin reservas hacia Cervantes, mientras que ante la figura de Lope lo que se percibe es una cierta ambivalencia: no comprende qué hizo que gustara tanto en su época y, aunque reconoce sin entusiasmo las virtudes de su teatro, le causan rechazo los aspectos morales de la vida de Lope, así como incomprensión la estética de sus obras.
Según esta, es característico en los autores españoles la creación de obras poco disciplinadas en las que se recrean los detalles más triviales. Estamos hablando de la técnica de la interrupción, que imita el ritmo de la conversación informal, que se pondría muy de moda durante el Barroco, de la que fueron Lope, y también Cervantes, los mejores representantes en el campo literario. Pero para Mary este dato escapa de su comprensión y acusa de vehemente al público de Lope, con semejante paciencia para soportar su dispersión.
Para Mary es importante la existencia de un espíritu nacional, que queda reflejado en la literatura. En España, este espíritu nacional toma conciencia a través de la religión y la idea del honor (hasta extremos febriles, dice). El teatro de Lope refleja el alma nacional española, con sus defectos (fanatismo y pasión exacerbada) y sus virtudes (imaginación y viveza). Entiende que Lope encarnase este fanatismo español, mientras que Cervantes renunciaría a formar parte de este ambiente siniestro.
Lope dio con el gusto nacional y se adaptó a él (no hizo lo mismo Cervantes). Su teatro rezuma originalidad y un éxito sin precedentes. La facilidad con la que escribía versos y lo atractivo de su carácter ayudaron a ello. Lope supo entender y llevar a escena las costumbres y opiniones de entonces con gran veracidad. Cervantes era buen conocedor del corazón humano, pero en las tablas no le queda más remedio que reconocer que las tramas no son artificiosas. Acusa a Lope de ser un autor espontáneo en lugar de reflexivo, que vive intensamente su vida y su literatura, lo cual también le provoca cierta simpatía involuntaria, a la que se suman el elenco de tragedias personales con las que se sentirá identificada.
Al margen de la notoria popularidad sin precedentes de Lope, lo cierto es que nos encontramos ante dos de los más grandes poetas que ha creado la literatura, hasta el punto de despertar el interés de otra grande que quiso conocerlos a fondo.