«Barcelona es cosmopolita», me decían, «Barcelona enamora», «Barcelona inspira a vivir en libertad». Y así es. El aire que se respira en la Ciudad Condal es de libertad de vivir como quieras, amar a quien quieras sin dar explicaciones a nadie y siempre con respeto hacia los demás.
Ayer estaba en la inauguración del Centro LGTBI del Servicio Municipal del Ayuntamiento de Barcelona, gestionado por la plataforma de entidades LGTBI de Cataluña, referente en el Ámbito LGTBI (Lesbianas, Gais, Transexuales, Bisexuales e Intersexuales) de la ciudad. El centro ofertará un amplio catálogo de servicios de información, orientación y atención directa.
Durante el evento escuchaba las palabras de los activistas, fijaba las caras de jóvenes abrazados, parejas teniéndose la mano, niños, personas mayores, sus rostros de alegría me llevaron a pensar que todo esto no podría pasar en mi país de origen: la bella Italia.
Justo antes de volver a casa estas Navidades, tuve tiempo de pensar sobre lo afortunado que soy de vivir en España y del retraso que tiene Italia sobre temas LGTBI.
«Pero si Italia es igual que España», «si somos primos», me decían siempre. Nada más lejos de la realidad. Ser gay en Italia sigue siendo difícil. Italia es el país de la UE con un mayor porcentaje de homofobia social, política e institucional.
Echar toda la culpa al hecho que tenemos la Iglesia «en casa» es demasiado reduccionista; es verdad que la presencia del Vaticano marca mucho las decisiones políticas (políticas donde, por cierto, la izquierda es totalmente inexistente), pero también hay un trasfondo social.
Comprendí que no existe formación, y hay una ignorancia extrema sobre el tema. Lo que espera la sociedad italiana de los gais es que sean dependientes de alguna cadena de ropa. Recuerdo cuando era más joven y me preguntaban a qué me dedicaba, dando por sentado que yo debía ser peluquero, como también recuerdo sus expresiones cuando contestaba que era licenciado con la nota máxima en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales.
O cuando ahora me preguntan por mi marido llamándolo mi amigo o mi compañero porque en sus cabeza no entra el hecho de que pueda existir el matrimonio igualitario para personas del mismo sexo y que ambos sean, den consecuencia, cónyuges.
El mantra de las familias italianas es «gay sí, pero no en mi casa» o la frase «tengo muchos amigos gais». Como si no pudiera haber un ministro gay, un abogado transexual, un medico bisexual, una maestra lesbiana, etc.
Las mías son ahora percepciones que habría que desarrollar más en profundidad. Sin embargo, siento que mi colectivo en Italia vive en el completo anonimato, lejos de la sociedad y de la política. Y creo que esto repercute en el mismo colectivo, no denunciando y luchando por sus derechos. Conformándose.
Recuerdo cómo iniciaba la carta que tuve que entregar al psicólogo de la universidad para la beca Erasmus: «si hay un país donde puedo crear una familia, ese es España». Y me doy cuenta de la suerte que tengo de vivir en un país abierto y tolerante. Por eso no podemos perder todos los derechos frutos de la lucha de personas que han permitido que ahora vivamos en libertad.
Yo todavía lloro al escuchar las palabras de Zapatero el día 30 de junio del 2005, no solo por lo que hizo, sino por el contenido de este discurso:
«un pequeño cambio en la letra (del código civil) que acarrea un cambio inmenso en las vidas de miles de compatriotas; no estamos legislando para gente remota o extrañas, estamos ampliando las oportunidades de felicidad para nuestros vecinos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos y nuestros familiares y a la vez estamos construyendo un país mas decente, porque una sociedad decente es la que no humilla a sus miembros».
Italia, despierta que ya es hora.